LA ROSA NEGRA
«Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.»
Victor Hugo
Seduciendo al diablo, óleo sobre lienzo, Emilia Castañeda Martínez.
El pueblo perdió la paz la noche en que una joven se asomó a la ventana y allí se quedó embrujada. A partir de aquella noche, y durante muchos años, una persistente lluvia derruyó pajares, encharcó prados y montes, desbordó los ríos y ahogó a los animales.
Aquella noche en cuestión, la muchacha, al asomarse al mirador, halló una rosa negra… ¡brillante como el charol! Margarita cerró los ojos y soñó con un príncipe galopando un corcel. Suspiró, acercó la flor a sus labios y la besó. No se preguntó de quién era y, sin ninguna precaución, dando por sentado que sólo había una dueña para tan enigmática flor, le cantó una balada de amor.
Entonces…, el cielo oscureció, las estrellas parpadearon y el trocito de luna fina se desprendió de la noche y desapareció. En la escena entró un esbelto caballero, de iris color de acero y pelo color de fuego que, haciendo una reverencia, a los pies de Margarita se postró. Fue la perdición de la joven… y la perdición del pueblo, que en la trampa cayó; pues es de todos sabido que en un guion que se precie nada es lo que parece.
A partir de aquella noche, la que la honra perdió, descubrió que lo feo y lo bello nacen de una misma acción. Adoraba a aquel ser extraño con tanta pasión que cedió a sus ruegos y no sólo entregó su amor. Con la misma imprudencia, y con la misma ingenuidad con la que abrió su corazón, firmó al forastero el convenio que este le presentó.
Y así quedó sentenciada a vivir en el mirador, pero no de cualquier manera… ¡No!
Los vecinos del pueblo, durante un tiempo muy largo, convirtieron las penas de ella en feria y en espectáculo. Al ventanal acudían a ejercer su tiranía mofándose de la hechizada, que así todos la llamaban, porque sólo en las noches de luna llena Margarita aparecía arropada, pasando el resto del tiempo desnuda y con los labios cosidos, no fueran a escaparse gemidos. ¡Vaya alma perturbada!
Llueve en la aldea a cántaros y cada gota que roza los pétalos de la rosa… ¡en capullo negro renace!
—¡Margarita está hechizada! ¡El diablo la poseyó y ha atraído la desgracia…! —vociferan, acusándola, los ciegos bajo el balcón.
¡Eran tantas las mofas! ¡Tan altos los tonos de las risotadas! ¡Era tan escandalosa la cobardía de los que ahora ven anegadas sus cosechas, inundadas sus haciendas y sus deseos frustrados!
Llueve en la aldea a cántaros y cada gota que roza los pétalos de la rosa… ¡en capullo negro renace!
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