LA SEÑORA DEL PERRITO

«Ahora, cuando comenzaba a blanquearle el cabello, sentía por primera vez en su vida un verdadero amor.»

Hoy rescato un clásico de la literatura universal. Un cuento para todos los tiempos, un cuento que evidencia que toda relación humana es trascendente por muy superficial que parezca, pues en el mismo instante en que dos seres cruzan sus miradas las emociones se ponen en marcha. Hoy les propongo la lectura de La señora del perrito.

En una de sus cartas, el escritor ruso cuenta que veía pasar, durante sus paseos por Yalta, a «una joven dama de mediana estatura y tocada con una boina» que iba acompañada por «un blanco Lulú». Lulú y la muchacha se convirtieron en personajes de La señora del perrito (1899). Y Antón Chéjov, quien escribió esta narración en su edad madura, se escondió bajo la capa de Gúrov, el protagonista.

La pasión, el miedo y la soledad tejen la trama, arrastrando a los personajes de La señora del perrito, que sólo encuentran freno en el implacable tiempo —¡qué papel tan importante tiene el tiempo en las motivaciones personales!

«(…) Ni una sola había sido dichosa con él. Con el paso del tiempo las conocía y se despedía de ellas sin haber amado ni una sola vez. Ahora, cuando comenzaba a blanquearle el cabello, sentía por primera vez en su vida un verdadero amor.»

(Curiosidad: El padre de Chéjov viajaba por toda Rusia —era comerciante de telas— y la madre, para hacer más amenos los continuos desplazamientos, entretenía a sus hijos con relatos de viajes que se inventaba. Es muy probable que la madre, reconocida cuentacuentos, determinara la vocación de su hijo).

Los dramas de Antón Chéjov revelan su conocimiento del alma humana. La profesión de médico le permitió ahondar en la sociedad de su tiempo, pues atendió a enfermos de diferentes clases sociales. De ahí su riqueza a la hora de detallar las costumbres de la vida cotidiana rusa —los doctores atendían a los pacientes en sus casas—, de ahí su amplia variedad de personajes, donde prevalecen los fuertes temperamentos. De ahí ese Gúrov de La señora del perrito, ese hombre enamoradizo que, en su búsqueda de la felicidad, se pierde en su propio laberinto.

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La dama y los laureles (Leonard Merrick).

Marina Tsvietáieva. «Diario de la Revolución de 1917».

Los vagabundos (Máximo Gorki). Novela.

Los huevos fatales (Mijaíl Bulgákov).


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