LA SIESTA DE MARTHA

Mujer ante la ventana, óleo sobre lienzo, Frederick Childe Hassam, 1913.

 

Durante muchos años se negó a soñar. La madre afirmaba que era tiempo perdido, que el reloj no se para y la vida requiere de ojos abiertos. Pero un día, viviendo ya sola, y para probar, se dejó caer en el butacón de rayas rojas y, dando órdenes a los párpados, los mandó cerrar.

El experimento la sorprendió, la vida se vistió de mariposas y su corazón terrenal, como el caballito de un tiovivo, comenzó a saltar. Esa tarde, cuando despertó, las sombras subían por la tapia del jardín y la fresca brisa, que entraba animosa por la ventana, inundaba sus sentidos con perfumes hasta entonces desconocidos.

Martha descubrió que en los sueños la moral cabalga a lomos de la imaginación y que sesteando podía permitirse situaciones que el decoro desaprueba. Martha decidió abusar de sus tardes vacías.

Un año después de iniciar el ritual de la siesta, de soñar que las estrellas ardían por y para ella, Martha despertó sobresaltada, sus manos sudaban y ella temblaba. El olor de las lavandas entraba por la ventana y el plaf, plaf, plaf le confirmaba que la lluvia había parido charcos en su jardín.

Martha, ligera, se dirigió a la habitación en busca del diario donde apuntaba, nada más despertar, los recuerdos de sus cabezadas; pues quería confirmar que las historias no se repetían, que cada sueño nacía y moría y que nuevas aventuras vendrían al refugio de sus párpados caídos espantando la rutina.

Entonces… sucedió. Antes de llegar al escritorio, posó sus ojos en el pilar de alabastro donde descansaba un busto de bronce que alguien había adquirido en un mercadillo de Florencia. ¡Pobre solterona, que había soñado con príncipes reveladores de secretos insondables! El príncipe de sus siestas, aquel de los múltiples rostros, no era más que una réplica del David de Miguel Ángel, que ni siquiera ella recordaba cómo había llegado hasta allí.

Hoy ha estado un largo rato junto a la ventana, sintiendo cómo el silencio iba apropiándose de su conciencia, luego se ha dejado caer en el butacón de rayas rojas, ha cerrado los ojos y ha ordenado a su mente que llame al engañoso sueño. Le ha dicho: «¡Regresa!»

En la mesilla de noche descansan el diario y los pétalos muertos de lo que un día fue un hermoso ramo de azucenas.

firma gabriela6

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