LAS DOS CARAS DE UN ESPINO
A José Martí, que me enseñó con ficciones lo que la vida luego desvistió.
LAS DOS CARAS DE UN ESPINO
UNO
Érase una vez un espino hermoso que creció solo y libre en lo alto de un cerro. Tenía por amigos al viento y al mar, a la noche y al estío, a las estrellas, a la lluvia y al sol. Pero un día de abril, de un año cualquiera —¡qué más da para esta historia!—, el silencio fue inoculado por un penetrante ruido.
¡Pobre espino envejecido!
Su tronco, quebrado por los mordiscos de un serrucho de dientes apretados, regó sobre la tierra… flores, cortezas y ramas.
(Un manto flotó en el cielo).
—¡Míralas! ¿Las ves…? ¡Allí…! —gritó el leñador y dijo—: ¡Son las gaviotas que hilvanan con sus alas una bandera blanca!
La savia corrió ligera por el tronco del espino y en su caída besó las gotas del rocío y el cristalito de sal que le había regalado el encrespado mar.
¡Mar verde como la esmeralda, alargas las olas, las lanzas, deseando abrazar al amigo ya caído!; aquel que un día ostentó, moviendo ramas al viento, la bandera de los vivos. Era el árbol verde intenso y tan fuerte como las olas del inabarcable mar.
¡Pobre espino envejecido!
DOS
—¡Mira! —dice la madre a la amiga, mientras abre la sombrilla—. ¡Ahí viene el niño!
El hijo llega corriendo con su traje de marinero y sus zapatillas blancas —los zapaticos de rosa los lleva la niña de José Martí—. El sol ha besado su cara. Agita con sus manos el pájaro y grita desconsolado:
—¡Madre, no vuela! ¡No trina! ¡No tiene música este pájaro de madera!
La madre lo mira perpleja y responde:
—Amado, ¿es que alguna vez has visto un madero cantar? ¡Ponle voz, ponle alas, lánzalo al viento y haz que pueda volar!
En las manos del chico…
¡Ha renacido el espino!
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No hay como una noche de amor.