LAS HADAS EN LA LITERATURA Y EN EL ARTE

«¿Qué ángel me despierta en mi lecho de flores?»
(Titania en «Sueño de una noche de verano».)

Elfo musical enseñando a los pájaros jóvenes a cantar, acuarela, Richard «Dicky» Doyle.
(Dicky, famoso por sus acuarelas para el libro «Cuentos de los hermanos Grimm», fue quien dio a los elfos caritas de niños y a las hadas rostros de niñas.)

PRIMERA PARTE

Crecí correteando por los jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y puedo dar fe de que las hadas y los geniecillos existen. Nunca pude verlos, pero sí pude sentirlos; sobre todo, los días en que la lluvia hacía balsitas en las hojas de las plataneras y en los pétalos de los marpacíficos. Esos días, un trajín misterioso se apoderaba de la atmósfera. Había algo en el aire que los niños respirábamos y escuchábamos.  

Alicia con hadas durmiendo, ilustración de Margaret Tarrant.

Con la adolescencia, las hadas de mi infancia escaparon de mi mente, como yo me escapaba de mis padres para ir a fiestear con mis amigos. Pero no las olvidé, continúo opinando que las hadas de mi niñez habitan en los jardines.

Hoy sigo pensando en ellas y aún sigo escuchando a mi abuela Titica, voz hace tiempo ida, repetirme —yo era muy curiosa— aquella frase de Hänsel y Gretel que dice: «Hänsel, ¿por qué te detienes y miras hacia atrás?»

Ilustración de Kay Nielsen para Hänsel y Gretel, 1925.

Me encanta mirar hacia atrás y descubrir que siguen volando las hadas por las sabias moralejas de los cuentos de mi infancia. Me he enfrentado a la bruja de Hänsel y Gretel y he probado la dulce estructura de su morada, pues mis libros de hadas y seres fantásticos me enseñaron que la astucia es una herramienta eficaz para hacer realidad los deseos. 

Las ideologías actuales, tan centradas en exaltar la fealdad y en empobrecer la mente, pretenden enviar al baúl de los recuerdos, bajo el pretexto de que no son apropiados por machistas y por violentos, los cuentos de mi infancia. A mí me han ayudado a sortear la tunda de palos que te da la vida. Los traumas que puedo padecer no provienen de mis lecturas de antaño, sino de la realidad objetiva.

Ilustración para Hänsel y Gretel de Arthur Rackham, 1909.

SEGUNDA PARTE

Los cuentos clásicos nacieron con la humanidad, son el resultado de la tradición oral. Son hijos de diferentes culturas. Son protegidos del Tiempo y mientras más años acumulen… ¡mejores servicios a los peques darán!

Y si los cuentos eternos se leen en voz alta, entonando y gesticulando, para que la venganza, el miedo, el abandono, el egoísmo, la maldad, la avaricia, el orgullo… tengan su protagonismo —provocar emociones es un recurso eficaz—, mejor que mejor se entenderá la moraleja final, que no es otra que la demostración de que los contravalores son derrotados por la voluntad y por la acción del que, en un principio, se mostraba vulnerable.

Ilustración de Arthur Rackham para «Peter Pan», 1906.

Los cuentos clásicos infantiles, donde las hadas tienen un sitio especial, son como el barro, que puede moldearse. Sin embargo, como las materias del barro —tierra y agua— tienen características irreemplazables. En las narraciones clásicas los personajes mantienen sus roles, aunque las historias se metamorfosean según las épocas.

Los relatos han sufrido muchos añadidos y mutilaciones, pero, a pesar de ello, no hay una sola versión, una sola adaptación, por muy vanguardista que sea, que haya podido destruir en el subconsciente colectivo la imagen tradicional de la Campanilla de Peter Pan, o de la bruja de Blancanieves, o de las hadas bondadosas y maduras del cuento de Cenicienta, por citar tres ejemplos de lo que llamo «literatura inmortal» —en las mutaciones de los cuentos tradicionales también se mantiene inalterable la lucha entre el vicio y la virtud. Es batalla presente en todas las tramas.

El lago del hada, John Anster Fitzgerald, óleo al bardo, ¿1866?

Y ahora entremos en el mundo de las hadas, que no tuvieron alas en la tradición oral porque se les consideraban ángeles caídos.

TERCERA PARTE

Las hadas deben a la escritura sus alas. Inspirados en los ángeles de la Biblia, en los amorcillos alados greco-latinos y en la diosa Psique —habitualmente representada como una figura pequeña y con alas de mariposa—, los autores otorgaron alas a las hadas.

La potestad de continuar revoloteando se la da a las hadas la expresión escrita.

A la redacción estos seres imaginarios les deben el no haberse perdido en el país del olvido. Y le deben a William Shakespeare (1564-1616) su belleza sin par, su poesía y su entrada en el teatro por la puerta grande.

Sueño de una noche de verano, John Simmons, acuarela, 1873.

Sueño de una noche de verano (1595) las expandió por la campiña inglesa y las inmortalizó en los escenarios. De la comedia Sueño de una noche de verano saltaron al Romanticismo, a la pintura de hadas y a la literatura gótica, adueñándose del universo fantástico de la era victoriana (1837-1901) —los estilos estéticos respetaron la imagen atractiva y bondadosa que Shakespeare les regaló a estos seres sobrenaturales de la tradición popular.

El dramaturgo inglés las alejó de los conjuros, los hechizos y las flechas con las que las identificaban las leyendas medievales, donde son descritas como criaturas temibles —el primer texto escrito en inglés en el que aparecen las hadas es del siglo XI y en él se describe lo peligrosas que eran sus saetas para elfos. Pero no es hasta la segunda mitad del XVIII que la literatura fantástica se independiza para crear género propio.

Titania y Fondo, Henri Fuseli, óleo sobre lienzo, 1790.
(Inspirado en «Sueños de una noche de verano». Titania no quiere ser abandonada por el asno y le echa un hechizo: «Soy espíritu regio de rara condición / y prospera mi corte en la ardiente estación. / Y puesto que te quiero, serás mi compañero». En la tradición popular, las hadas no aparecen desnudas. El desnudo es una aportación de los artistas victorianos a la pintura de hadas —las dibujaron adultas y sensuales.)

CUARTA PARTE

Dicen que las hadas pueden hacerse visibles a nuestros ojos si preparamos un ungüento con tréboles de cuatro hojas; dicen que si deseas ahuyentarlas no hay como la hierba de San Juan; dicen, también, que la acedera, el lirio y el perifollo son flores que anulan sus amenazas, porque hay hadas buenas y hadas enrevesadas. Dicen que es peligroso para ellas cambiar con frecuencia de tamaño, pues si abusan de ese poder irán reduciéndose hasta desaparecer. 

Dicen que estos seres alados robaban caballos, los embrujaban y los hacían correr hasta dejarlos exhaustos (en Sueños de una noche de verano, Puck, duende al servicio del rey de las hadas —Oberón—, «atrae a los caballos imitando los relinchos de una yegua joven»).

Dicen que sus cabalgatas son, en realidad, ejércitos de muertos y que si las espías mal final tendrás. Dicen…

El árbol de hadas, acuarela, Richard Dicky Doyle.
(El rey de las hadas y doscientos personajes más están posados en las ramas. Es la ilustración más popular de Dicky Doyle.)

Las hadas dependen de las creencias populares, de la imaginación del autor que las invente y de la disposición del lector a admitir su existencia.

De las creencias populares, que dieron vida a las leyendas orales, y de las obras que las recrean se escriben sus biografías. De ahí, por ejemplo, que las plantas, antaño fundamentales para sus hechizos, en el siglo XIX, cuando el miedo a las criaturas mágicas se ha intelectualizado, se conviertan en chalecitos coquetos o en alhajas para sus minúsculos cuerpos. 

Acuarela de travesuras, Ida Rentoul Outhwaite.

Las adaptaciones de los cuentos clásicos, que tuvieron lugar en el siglo XIX, perdieron mucho de la crueldad presente en las leyendas medievales, leyendas  terroríficas con las que los adultos amenizaban sus horas de ocio, mientras asustaban a los pequeños con la finalidad de alejarlos de todo entorno donde corrieran peligros reales. Aquellas familias buscaban respuestas a los enigmas del mundo en lo divino, lo diabólico y en los seres fantásticos.

La literatura medieval está poblada de criaturas mágicas y violentas. Pero el siglo XIX, tan rico en avances tecnológicos y científicos, regaló a las moralejas viejas un don especial. El don consistía en difundir… ¡valores morales!

Los amantes de las hadas, Theodor von Holst, óleo sobre lienzo, 1840.

QUINTA PARTE

Hay un fragmento en Lluvia verde, poema escrito por Mary Webb (1881-1927) y que ocupa lugar destacado en el Romanticismo, que dice así:

A los fragantes bosques correremos
a ver el endrino en nieve envuelto.
En lo alto ya retoñan nuevas hojas
y arrulla solitaria una paloma;
los claros con mil músicas se agitan
y suelta el carpintero locas risas.
Roba flores el viento al negro endrino
y brotes al majuelo retorcido;
cual gotas de oro verde granizada
la brisa por el bosque los derrama,
y flotan como lluvia que un sonido
de hadas en el aire ha detenido.

Ilustración de Gustave Doré para «Cenicienta».

En Silvia y Bruno, Lewis Carroll (1832-1898) afirma que las hadas se hacen más visibles cuando el calor aprieta. Carroll informa a los niños buscadores de seres fantásticos: «La primera regla es que el día debe ser especialmente caluroso, eso no admite discusión».

Pero otros autores piensan que es el amanecer el mejor momento para verlas, como hay otros que afirman que se descubren a la hora en la que la carroza de Cenicienta se convierte en calabaza.

Robert Kirk (1644-1692), autor de La secreta comunidad de Elfos, Faunos y Hadas, era de la opinión de que las hadas eran almas que vagaban en pena y que sus vidas dependían del tiempo que necesitara el muerto para expiar sus culpas —Kirk aseguraba haber vivido un tiempo entre ellas.

El sueño del pastor, Henry Fuseli, óleo sobre lienzo, 1793.
(Inspirado en «El paraíso perdido» de John Milton.)

En cuanto a la muerte, salvo en algunos cantos cortesanos medievales, en algunas baladas que las imaginan inmortales y en algún que otro autor que las considera espíritus eternos, sus creadores suelen aceptar que las hadas fallecen.

¡Oh…!, pero otra cosa es cuándo mueren. Se conserva una leyenda escocesa que asegura que expiran a los doce meses, aunque son muchas más las historias en las que se declara su longevidad.

Un antiguo poema galés afirma que viven 81 años: 

Nueve por nueve, mama que mama;
nueve por nueve, llora y gatea;
nueve por nueve, lista y graciosa;
nueve por nueve, sana y hermosa;
nueve por nueve, fuerte y triunfante;
nueve por nueve, con cofia y achaques;
nueve por nueve, barbicana y gris;
nueve por nueve, qué duro es morir;
qué duros y largos estos nueve nueves,
qué cortos los otros, idos sin sentir.

William Blake (1757-1827) también amó a las hadas y afirmaba haber presenciado el entierro de una de ellas en su jardín. Según él, el cortejo estaba integrado por unas «criaturas del tamaño y del color de los saltamontes verdes y grises».

Oberón, Titania y Puck bailando con hadas, William Blake, acuarela y grafito sobre papel, 1786.
(Inspirado en «Sueños de una noche de verano».)

La anécdota de Arthur Conan Doyle (1859-1930) con las hadas es muy graciosa. Conan Doyle, como buen espiritista que fue, creía en un universo impenetrable y con mucha marcha.

Entre 1917 y 1920, dos muchachas publicaron en un periódico unas fotografías donde aparecían rodeadas de hadas —en la época victoriana estaban de moda los acontecimientos paranormales y las fotografías sobrenaturales—. Las imágenes fueron todo un acontecimiento, pues las jóvenes aseguraban que los seres que las acompañaban eran reales.

Aquí aparece Frances Griffiths, de 10 años, con cuatro hadas bailando sobre un arbusto. Esta es una de las fotografías que hizo afirmar a Conan Doyle que las «gentes pequeñas» eran nuestras vecinas.

El creador de Sherlock Holmes, bajo el influjo de tal suceso, cogió papel y lápiz y escribió El misterio de las hadas, un tratado en defensa de las aladas que incluye una clasificación por tipos, actividades, colores y sonidos.

¡Oh…!, pero resulta que las fotografías llamadas «hadas de Cottingley», habían sido manipuladas por las muchachas, quienes en 1983 confesaron a la revista The Unexplained que trucaron las fotos, aunque mantuvieron que a las criaturas sí las vieron. El misterio de las hadas demuestra el deseo de Conan Doyle de legitimar sus convicciones. El escritor no vivió para descubrir el fraude.

Yo con las hadas de el Monte de El Pardo.

El arcoíris ofreció a las hadas su paleta de colores para que escogieran aquel con el que querían ser identificadas. Ellas decidieron vestirse con los verdes de la naturaleza, así vivieran en las aguas, o bajo tierra, o en los robles y espinos, o en las frágiles flores o en el corazón de los bosques.

No existe hada «original» que no lleve en sus alas pinceladas verdes. Parece que en este detalle sí hay consenso, como también lo hay a la hora de afirmar que el tiempo tiene otra medida en el mundo de la fantasía.

Ilustración de Cecily Mary Barker, 1940.
(Mary Barker se inspiró para sus famosas estampas en «Sueños de una noche de verano». Las hadas encontraron su lugar en el siglo XX en los libros ilustrados y en las tarjetas postales.)

Si las hadas te raptan —los entendidos dicen que suelen hacerlo por amor o por envidia—, o no regresas a tu cotidianidad o si lo haces descubres, por ejemplo, que lo que pensabas que en su mundo duró un día en el tuyo se ha llevado toda una vida; de modo que no reconoces, ¡qué espanto!, tu entorno cuando te devuelven a la realidad. También se afirma que si te quedas dormido al aire libre serás el plato estrella de sus banquetes. 

La literatura clásica infantil que nos es cercana es, como he dicho antes, la que surge de las adaptaciones que tuvieron lugar en el transcurso del siglo XIX, siglo rico en corrientes estéticas. El romanticismo, el prerrafaelismo, el decadentismo, el realismo, el gótico victoriano, el naturalismo y el simbolismo no fueron ajenos a los encantos de las criaturas aladas. 

Ilustración de Henry Meynell Rheam.

¡Cuántas movimientos literarios del siglo XIX fueron aleteados por las hadas! 

Las criaturas fantásticas sobrevivieron a la revolución industrial, a la fertilización de los jardines y a la maquinaria que araba los campos donde habitaban. Todos ellas, sagaces, se aprovecharon de la tecnología para encontrar acotejo en las postales, los libros, las revistas y los medios audiovisuales. Se reciclaron: se colaron en la ilustración y buscaron nuevos «métodos de enseñanza». 

Las hadas y demás gentecillas, que aparecen en las narraciones de Charles Perrault, los hermanos Grimm, Joseph Jacobs, Hans Christian Andersen…, decidieron cambiar el terror por otros procedimientos pedagógicos que cumplieran la función de hacer comprender a los niños las ventajas de las virtudes.

«Cuentos de hadas de Hans Christian Andersen»,  ilustraciones de Kay Nielsen, 1924.

Los autores decimonónicos se valieron de una estructura narrativa que hace ágil la fábula y que consistía, primeramente, en descubrir las intenciones de los protagonistas. Una vez aclarado los roles definían el carácter de los personajes. 

En La Cenicienta, el príncipe tendrá que hacer un viaje por su país y probar el zapatito de cristal a todas las muchachas casaderas hasta encontrar a su dueña. Y cuando la encuentra debe demostrar que no le importa que su amada es una huérfana desheredada; así queda expuesto su carácter desinteresado y honrado. Por otro lado, Cenicienta muestra obediencia y respeto cuando cumple la promesa que hace a las hadas de llegar a la hora acordada a casa. La perseverancia y el perdón, además de la honestidad, son otros valores que se añaden al cuento de La Cenicienta.

Ilustración de Litte Match Girl para «La niña de los fósforos».

A la que se considera la primera versión de Cenicienta —la protagonista es llamada Yeh-Shen y nació en China durante la dinastía Táng—, los autores del XIX le arrebataron su ferocidad, manteniendo la pedagogía de la narración —las hermanastras y la madrastra de Yeh-Shen son castigadas a vivir en una cueva donde mueren «destrozadas por una lluvia de piedras».

El siglo XIX comenzó a dar voz a la indefensión de los niños, a su analfabetismo, a su explotación laboral y a los excesos en los métodos educativos, que los convertían en víctimas de malos tratos físicos y psíquicos —el XIX rescató las teorías pedagógicas que Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) propuso en su Emilio, o de la educación (1762). 

«Cenicienta», Ilustración de Oliver Herford.

ME DESPIDO

En los libros que leí de niña, a diferencia de la literatura oral donde los desenlaces solían dejar al oyente tiritando de miedo, se llega siempre a un final feliz.

El final feliz es la recompensa al esfuerzo, al compromiso y a las buenas acciones, pues aunque parezca que es la vara mágica de las hadas la que resuelve los entuertos de las tramas… ¡no es así! Los marrones se transforman en bonanzas gracias a un cambio positivo en el comportamiento de los protagonistas. Es esta una de las principales enseñanzas de las narraciones inmortales.

Ilustración de Ida Rentoul para «Hadas y elfos», 1919.

Las brujas feas y crueles y las hadas hermosas y generosas me ayudaron a comprender conceptos como el poder, el amor, el miedo, el deseo, la responsabilidad, la envidia, el peligro, la obediencia, la curiosidad, la astucia, el enamoramiento, la cobardía… Las crueldades y las injusticias me sacaron lágrimas, pero estas fueron compensadas por la fantasía y el aprendizaje.

Protagonistas de la Caperucita Roja, Basilisa la hermosa, La niña de los fósforos, El Patito feo, Blancanieves, Pinocho, La Bella durmiente, El rey sapo, La sirenita, Barba Azul, Piel de Asno, Pulgarcito…; protagonistas de mis lecturas infantiles, no importa que haya quienes quieran borrarlos de los catálogos, que haya quienes los acusen de racistas, machistas, sumisos o agresivos, ustedes estarán siempre protegidos, pues descansan en el ala de la mente que resguarda a la imaginación, alimento vital de la espiritualidad. 

Ilustración de Litte Match Girl para «Blancanieves».

Escribió Charles Perrault (1628-1703) en el prefacio de una de sus recopilaciones que los cuentos clásicos infantiles «son semillas que se lanzan, que al principio no producen más que movimientos de alegría o de tristeza, pero que hacen germinar las buenas intenciones».

Escribió el filósofo alemán Walter Benjamin (1892-1940): «Lo más sabio —como antaño enseñaron los cuentos de hadas a la humanidad, y hasta el día de hoy enseñan a los niños— es hacerle frente a las fuerzas del mundo mítico con astucia y mucho ánimo». 

Ilustración de Virginia Frances Sterrett para «Viejos cuentos de hadas franceses», 1919.

Hadas oscuras y hadas deslumbrantes, princesitas orgullosas, exigentes, caprichosas, valientes, compasivas…, personajes que enriquecen la bibliografía de los libros eternos, crecí creyendo en ustedes. Ningún príncipe paternalista, presente en sus fábulas, ha violentado mi mente.

Seres que habitan en el universo de la imaginación, puedo decirles que soy la heroína de las anécdotas de mi biografía. 

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