LEONORA CARRINGTON

«… porque estar soñando no es lo mismo que estar dormido».
Gabriela

Dormitorio infantil (detalle), témpera sobre masonita, 1947.

El mundo pictórico de Leonora Carrington (1917-2011) nos muestra hasta qué punto nuestra imaginación debe su riqueza a los gozos de la infancia, a los álbumes para niños y a las leyendas y a los cuentos orales con los que nuestros mayores entretenían nuestras horas de ocio.

Leonora Carrington tuvo una madre y una institutriz irlandesas, que poblaron su mente de seres mitológicos celtas. Y tuvo un padre, empresario y rico, que nunca le perdonó que no cumpliera con el cometido que le había asignado: el de un matrimonio de conveniencia.

Leonora creció y sus inquietudes plásticas la llevaron a Italia donde se hizo deudora del arte renacentista florentino, como puede apreciarse en el cuadro que dejo a continuación.

El huerto en la isla fluvial, témpera sobre tabla, 1946.

Luego, en Inglaterra, se enamoró del pintor Max Ernst, con quien escapó a Francia en 1938 para vivir una pasión ambientada en un entorno surrealista, aunque ya había tenido contacto con el movimiento liderado por André Breton.

Londres acogió en 1936 la Exposición Internacional Surrealista, organizada por el poeta inglés David Gascoyne. Esta muestra y los catálogos de arte que la madre le regalaba la introdujeron en el cosmos de los sueños en conciencia.

Puertas decoradas por la artista y que pertenecieron a la casa donde vivió con Max Ernst.

Sin embargo, pronto la vida le enseñó su rostro más terrorífico: Leonora huyó de Francia en 1940, cuando los alemanes invadían sus caminos bajo el consentimiento de un gobierno cobarde que entregó París. Atrás, atrapado en un campo para señalados quedaba Max Ernst —el pintor alemán se había señalado con sus ideas antifascistas y, además, estaba en la lista nazi de «artistas degenerados».

Leonora escribió: «Estoy desesperada y locamente enamorada de Max. Sigo pintando pero sólo para no volverme loca.»

Artes 110, óleo sobre lienzo, 1944.

Los caballos de lord Candlestick, óleo sobre lienzo, 1938.

Leonora llegó a España y aquí abrió un nuevo capítulo sobrecogedor: en la capital fue violada por un grupo de requetés y fue internada, a petición de su padre, en un psiquiátrico en Santander donde le suministraban inyecciones de Cardiazon, un estimulante del sistema nervioso central que se usaba para la esquizofrenia y que anulaba la voluntad, además de provocar ataques epilépticos.

Pasaporte, 9 de junio de 1941.

Doctor nazi, acuarela, lápiz de color y tinta sobre papel, 1970.

¡Oh…!, pero la artista huyó de la clínica, aunque en su mente quedó grabada la experiencia en el sanatorio español. También se llevó en la retina el bello paisaje cántabro y los jardines de su prisión. Esas vistas y la campiña florentina suelen ser fondos que decoran muchos de sus lienzos. 

Leonora se casó con el poeta Renato Leduc, amigo de los surrealistas y personal de la embajada de México en Lisboa. Así consiguió la inmunidad diplomática que necesitaba para escapar de Europa. Tenía veinticuatro años cuando llegó a Nueva York.

La giganta, témpera y óleo sobre madera, 1947.

En 1941comenzó una nueva vida al otro lado del horror.

Pasado un tiempo, Leonora Carrington se divorció de Leduc y volvió a contraer matrimonio. Esta vez fue para siempre.

En México se casó con el célebre fotógrafo húngaro, de origen judío, Emerico Wiesz —«Chiki»—. Allí fundó su hogar, tuvo a sus dos hijos, creó su arte y falleció. En Acapulco, en 1944, conoció al mecenas Edward James, quien le abrió las puertas de la galería Pierre Mattise de Nueva York: el vellocino de oro del arte de vanguardias. 

Tapiz de lana, 1948-1958.

Fina mosca, óleo sobre papel, 1949.

México le añadió a las historias celtas y y a los símbolos cabalísticos la cultura indígena, con sus chamanes, sus rituales, su artesanía, su flora, su fauna y el Popol Vuh, que es el Libro Sagrado de los Mayas.

Leonora integró el primer Movimiento de Liberación Femenina de México. Fue muy activa en la defensa de los derechos de la mujer.

Cacería, tapiz de lana, sin fecha.

Pero…, ¿por qué comienzo haciendo una síntesis de la vida de una de las mayores exponentes del movimiento surrealista? Porque creo que es fundamental conocer, al menos por encimita, los hechos tatuados en su identidad. ¿Qué somos y qué expresamos si no es lo que hemos vivido?

La obra de Leonora Carrington no es racionalista. Quien se acerque a ella con ojos en modo deductivo, y esta es una sociedad que exhibe como trofeo su falta de emoción, no podrá entrar en su universo plástico.

Desayuno de caza eduardiano, óleo sobre lienzo, 1956.

Hay que acercarse a sus cuadros, ilustraciones, tapices y esculturas libre de prejuicios y de doctrinas —se requiere la mirada de la infancia—. Es la manera de poder percibir lo evocado en un proceso estético donde la inconciencia tiene su rol.

Hay que dejarse llevar porque, a fin de cuentas, los ismos fueron estéticas que se enfrentaron a los postulados de la Ilustración y a los ideales del clasicismo. Quien pierda esto de vista cabalga a ciegas por las vanguardias.

Sin título (detalle), óleo sobre lienzo, sin fecha.

En la primera mitad del siglo XX la obra de arte tiene algo de luna porque, como la luna, tiene dos caras: una más evidente —la realidad— y otra oculta, que es manifestación del pensamiento del creador.

Es una dualidad que dicen que es compleja. Sin embargo, creo que no hay que obsesionarse con encontrarle la lógica a las imágenes y a las palabras de los surrealistas. Si te dejas llevar… entras en su mundo porque, en definitiva, el arte que despierta nuestros sentidos nos integra en un equipo ancestral que tiene sus propios códigos: los de la humanidad. 

Floripondio con bicicleta (detalle), óleo sobre lienzo, 1975.

No es el arte un arcano indescifrable porque el hombre es, en definitiva, el autor de todos los mitos, de todos los rituales, de todas las leyendas, de todas las maneras con que intenta explicar la vida, el cosmos y su función en él.

Pero si perdemos la facultad de pensar, si aceptamos vivir en vigilia… ¿cómo vamos a interpretar los sueños? 

Advertencia a mi madre, óleo sobre lienzo, 1973.

En los lienzos de Leonora Carrington aves, reptiles, monos, caballos, perros, gatos… conviven con personajes de la literatura infantil, con ídolos precolombinos, con seres míticos y con criaturas delgadas, estiradas, aladas, de rostros ovalados, largas cabelleras y miradas hieráticas.

Es la suya una representación visual de honda carga milenaria y emocional. En sus obras conviven mundos que sólo en apariencia son opuestos, como son el de la vida y la muerte, el de la vigilia y el sueño, el del cosmos y el microcosmos y el de lo visible y lo invisible.

La dicha de patinar, óleo sobre lienzo, 1941.

Imagina, imaginación…

Lector, te propongo que te acerques a su arte con el único propósito de disfrutar lo que ante tus ojos se expone. Si lo haces comprenderás lo fundamental: que el surrealismo fue mucho más que un movimiento estético, pues fue refugio para la mente. Si lo haces, entonces confirmarás que el surrealismo fue una manera de preservar la vida espiritual en un tiempo en el que la vida era… una carrera de fondo difícil de ganar.

Hermanos, óleo sobre tabla, 1953.

Leonora, a diferencia de otros artistas vanguardistas, inclinados a sintetizar la forma de lo representado, es poseedora de una línea clara y… figurativa.

Los paisajes, los objetos, los animales y las figuras que componen sus historias son reconocibles. Esto facilita la labor al espectador interesado en profundizar en el aspecto psicológico de la obra que contempla.

Retrato doble (Autorretrato con Max Ernst), óleo sobre lienzo, 1938.

El surrealismo se mueve a nivel del inconsciente, por lo que tiene una semántica particular. Sus metáforas, escritas o visuales, actúan a nivel subliminal. 

El surrealismo reta a la mente. Nos habla de deseos, que no son más que aspiraciones del inconsciente —un deseo deja de serlo cuando se materializa—. En el surrealismo pictórico la fantasía guía al entendimiento por el laberinto de trazos impregnados en color.

Abajo, óleo sobre lienzo, 1940.

Bajo la rosa de los vientos, óleo sobre lienzo, 1955.

Para los surrealistas el sueño no es el medio, sino ¡el fin! El sueño tiene para ellos su discurso y su discurrir.

En el surrealismo, el sueño es su propio «Yo». Sin embargo, ese «Yo» está compuesto de códigos elaborados por la mente —los surrealistas entienden que no existe desconexión entre la vigilia y el sueño—. Los códigos que brotan en el inconsciente no salen de la nada: son materia real que despiertos no percibimos. 

Mujeres conciencia, gouache sobre cartulina, 1972.

¡Ah…!, pero también el sueño, nos dice André Breton, es un espectáculo. Es la teatralización que permite al creador percibir y volcar en los soportes «lo que es función del deseo y función del conocimiento» —conocimiento es experiencia… adquirida y deseo es algo imaginado.

La información revelada en el complejo proceso del sueño, donde la razón no ejerce el control, es lo que se expresa a través del «automatismo psíquico».

Los amantes, óleo sobre lienzo, 1987.

El sueño es un discurrir de imágenes visuales en movimiento… ¡no lineal! Es importante esto, pues explica la composición en la estética surrealista.

La obra surrealista evidencia la diferencia que existe entre la función biológica —descansar sin más— y las imágenes oníricas plásticas que son el resultado, como he señalado antes, de un proceso consciente.

El sueño es una válvula que permite al hombre escapar de todo aquello que la sociedad con su moral cohíbe. En el sueño reina el libre albedrío. Reinan la libertad, la imaginación y la ausencia absoluta de convencionalismos. Son estas las antorchas que iluminaron los ismos.

Dando de comer a una mesa, óleo sobre lienzo, 1959.

Dormitorio infantil, témpera sobre masonita, 1947.

El amor, la política, la atemporalidad, la técnica del frottage, que aprendió de Max Ernst, las constelaciones, la hechicería, la sugestión, la poesía, la fantasía, la noche, el delirio, la razón, el tarot, los frescos florentinos, los grandes ilustradores ingleses de la literatura infantil, la naturaleza, el feminismo, su experiencia con los mayas, los nervios que la vida fracturaron… forman el universo de Leonora Carrington, artista que encontró en su oficio su terapia.

Dormitorio jardín, óleo sobre lienzo, 1941.

Caballos, lápiz y tinta sobre papel, 1997.

Voy a terminar esta entrada con un poema del simbolista Arthur Rimbaud. Afirmaba André Breton que Sueño era  «testamento poético y espiritual» de su tiempo. Dice así:

SUEÑO

A ella…

En invierno viajaremos, sobre cojines azules,
en un vagoncito rosa.
Seremos felices, habrá un nido de besos locos,

ocultos en cada blando rincón.

Cerrarás los ojos para no mirar por los cristales
la noche y sus negras muecas,
esos monstruos amenazantes, lobos negros, negros diablos
como muchedumbre atroz.

Después sentirás en la mejilla un arañazo…
Y un beso muy pequeño, como una araña alocada,
correrá por tu cuello.

Y me dirás: «¡Busca, busca!», inclinando la cabeza.

—Pero, ¡cuánto tardaremos en encontrar esa bestia

que viaja y viaja sin meta…!

Té verde, óleo sobre lienzo, 1942.

Madrid tiene hoy la suerte de contar con la exposición Leonora Carrington. Revelación. Es la primera vez que se organiza en España una muestra con obras de esta pintora inglesa, de imaginación infinita, que no sólo se dedicó a la plástica, sino también a la literatura y al teatro. Las obras de Leonora se encuentran en las salas de la Fundación Mapfre.

A Leonora Carrington, la niña que creció en un castillo neogótico, alzado entre bosques, André Breton la llamaba… «la mujer hechicera».

Amigos, recuerden: ¡estar soñando no es lo mismo que estar dormido!

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