LO CÓMICO Y LA CARICATURA

«La risa es satánica, luego es profundamente humana».

A partir de 1855, Charles Baudelaire comenzó a publicar artículos relacionados con la comunicación gráfica. Lo cómico, lo grotesco, la sátira, la risa, los caricaturistas franceses y extranjeros, son las piezas que componen el mosaico de Lo cómico y la caricatura.

La política, el ejército —la coquetería militar—, el dandismo, las mujeres y mujerzuelas, el artista, los anales de la guerra, las fiestas, el circo y los juegos fueron los temas más explotados en el humor gráfico y, por tanto, fueron motivo de análisis del escritor francés.

Los artículos se publicaron en tres partes:  De la esencia de la risa y en general de lo cómico en las artes plásticas (1855), Algunos caricaturistas franceses y algunos caricaturistas extranjeros (1857) y El pintor y la vida moderna (1863).

Charles Baudelaire en su estudio llegó a la conclusión de que la Historia y la historia —H + h—, representadas desde una perspectiva trágica y grotesca, provocan hilaridad en aquellos que no sólo viven los acontecimientos… sino que los gestan. La atracción que produce la distorsión de los hechos cercanos, que atañen a los hombres del momento, lo sedujo.

Hizo un análisis sobre la risa —distinguiéndola entre razonada e impulsiva— y sobre los  factores que la provocan, enfatizando en:

  • El concepto del tiempo, pues la caricatura no sólo plasma el momento en que las actitudes descritas se producen, sino que también refleja su carácter efímero: es ese instante grabado lo que garantiza el éxito.
  • El abigarramiento, que provoca acumulación creando momentos que generan tipos.
  • El pintoresquismo por su descripción de las escenas, de los objetos y los personajes, que da ese toque ridículo y necesario para resaltar la fealdad moral que provocará la jocosidad en el espectador.
  • La necesidad de describir situaciones que sean interesantes para quien las contempla, pues se trata de despertar la curiosidad del público. Aquí el tiempo tiene un papel fundamental —la curiosidad es un instinto que una vez saciado muere, es un instinto que dura lo que demora en esclarecerse la situación planteada.

Baudelaire diferencia entre caricaturistas y libelos, y entre caricaturas y pintores de croquis. Charles Baudelaire considera un buen dibujo un testimonio de valor histórico. En su tiempo, el grabado había adquirido el rol, afirmaba, de «diccionario de la vida moderna».

Para hacer distinciones entre panegíricos  y caricaturas compara el trabajo de  Nicolas-Toussaint Charlet con el de Francisco de Goya. Para el escritor, Charlet es «un artista de circunstancia y un patriota absoluto, dos impedimentos para el genio». Sin embargo Goya…., ¡Goya es todo brío!

«Goya también ha atacado a la gente monástica. Supongo que los monjes no le gustaban, pues los hizo bien feos; ¡pero qué bellos son en su fealdad y qué triunfantes en su mugre y su crápula monacales! Aquí domina el arte, el arte purificador como el fuego (…)».

Diferenció entre lo cómico ordinario, que denomina «cómico satisfactorio», y lo grotesco, que es para él lo «cómico absoluto».

Denominó «cómico satisfactorio» a la caricatura que es de más fácil comprensión y que establece una relación entre el arte y la idea moral, la que encarna una idealización del mundo.

Denominó «cómico absoluto» a la caricatura que crea un mundo nuevo a partir de lo que existe y que se capta por intuición. Y concluyó que la risa repentina es característica de lo cómico absoluto.

Pero hay un nexo que une a los dos modelos de caricaturas sugeridas, hay un elemento compartido y ese es el sentimiento de superioridad, que muestra su orgullo a través de la risa: el que ríe se siente por encima del motivo de su risa  —excepto aquellos que se ríen de sí mismos, que son los menos.

En todo caso, «es especialmente en el que ríe, en el espectador, en el que reside lo cómico».

Para explicar su teoría hizo un análisis de las obras de los caricaturistas de su época que consideró más influyentes, incluyendo los que no eran de su agrado, pero eran populares.

También analizó las obras de artistas ingleses, alemanes, flamencos, holandeses e italianos con el fin de demostrar que las diferentes formas de reflejar los vicios humanos en el humor gráfico se debían a los rasgos distintivos de cada país.

Para Baudelaire la caricatura francesa responde a lo «cómico significativo» porque «uno de los diagnósticos peculiares de toda pasión francesa, de toda ciencia, de todo arte francés, es huir de lo excesivo, de lo absoluto y de lo profundo, en consecuencia poco hay aquí de lo cómico feroz; asimismo, nuestro grotesco raramente se eleva a lo absoluto». Todo lo contrario de la caricatura alemana, fiel representante de lo «cómico absoluto» por su carácter «grave, profundo, excesivo».

He escogido como representante de lo «cómico satisfactorio» a Honoré Daumier (1808-1879), considerado por Baudelaire como el Balzac de la caricatura francesa. Para representar a «lo cómico absoluto» me decidí por el español Francisco de Goya (1746-1848), quien debe al pintor Delacroix la presentación de su obra en Francia, en 1828.

En Lo cómico y la caricatura y el pintor de la vida moderna, publicado por la editorial Visor, en su colección La Bolsa de la Medusa, están recogidos todos los artículos relacionados con este asunto.

A continuación dejo un extracto de las opiniones de  Charles Baudelaire sobre el humor gráfico de Honoré Daumier y de Francisco de Goya. Es muy posible que al leerlo te apetezca tener el libro. Si es así no tendrás problemas, pues fue reeditado en el 2015.

EJEMPLO DE LO CÓMICO SATISFACTORIO
HONORÉ DAUMIER (1808-1879)

El vientre legislativo, litografía, 1834.

Quiero hablar ahora de uno de los hombres más importantes, diría que no sólo de la caricatura, sino también del arte moderno, de un hombre que, todas las mañanas, divierte a la población parisina, que, cada día, atiende a las necesidades de la hilaridad pública dándole su pitanza (…). Es fácil adivinar que se trata de Daumier.

(…) La revolución de 1830 originó, como todas las revoluciones, una fiebre caricaturesca. Para los caricaturistas fue en verdad una hermosa época. En esa guerra encarnizada contra el gobierno, y en particular contra el rey, se era todo corazón, todo fuego. Es realmente curioso contemplar hoy en día toda esa extensa serie de bufonadas históricas que llamaban la Caricature, grandes archivos cómicos, a los que todos los artistas de algún valor aportaron su cupo. Es un barullo, una leonera, una prodigiosa comedia satánica, tan pronto bufona como sangrante, en la que desfilan, ataviados con trajes variados y grotescos, todas las honorabilidades políticas (…).

(…) En efecto, esos dibujos están con frecuencia llenos de sangre y de furor. Masacres, encarcelamientos, arrestos, pesquisas, procesos, aporreamientos de la policía, todos esos episodios de los primeros tiempos del gobierno de 1830 reaparecen a cada instante (…).

Gargantúa, litografía, 1831.

(…) En todos esos dibujos, la mayor parte de ellos hechos con una seriedad y una conciencia notables, el rey desempeña siempre el papel de ogro, de asesino, de insaciable Gargantúa, a veces aún peor (…).

(…) Daumier comenzó una galería satírica de retratos de personajes políticos (…). El artista puso de manifiesto una inteligencia maravillosa del retrato; aún cargando y exagerando los rasgos originales, ha permanecido tan sinceramente en la naturaleza que esas piezas pueden servir de modelo a todos los retratistas. Todas las miserias del espíritu, todos los ridículos, todas las manías de la inteligencia, todos los vicios del corazón se leen, se dejan ver claramente en esos rostros animalizados; y, al mismo tiempo, todo está dibujado y acentuado exageradamente (…).

Pero nuestro gran artista ha hecho cosas muy diversas (…).

En el ómnibus, litografía, 1864.

(…) Hojeen su obra y verán desfilar ante sus ojos, en su fantástica y sobrecogedora realidad, todo aquello que contiene una gran ciudad de monstruosidades vivientes. Todo lo que en ella encierra de tesoros temibles, grotescos, siniestros y bufones. Daumier lo conoce. El cadáver viviente y hambriento, el cadáver gordo y ahíto, las ridículas miserias del hogar, todas las tonterías, todos los orgullos, todos los entusiasmos, todas las desesperaciones de lo burgués, nada falta. Nadie como él ha conocido y amado (a la manera de los artistas) lo burgués (…). Daumier ha vivido íntimamente con él, lo ha espiado noche y día (…) sabe qué espíritu habita la casa de arriba a abajo.

(…) Daumier ha llevado su arte muy lejos, y ha hecho de él un arte serio; es un gran caricaturista. Para apreciarlo como corresponde, se le debe analizar desde el punto de vista del artista y desde el punto de vista moral. Como artista, lo que distingue a Daumier es la certeza. Dibuja como los grandes maestros. Su diseño es abundante, fácil, es una improvisación continua, y, sin embargo, no es nunca chic. Tiene una memoria maravillosa y casi divina que le hace las veces de modelo. Todas sus figuras tienen aplomo, siempre en un movimiento auténtico. Su talento para la observación es tan sólido que no se puede encontrar en él una sola cabeza que choque con el cuerpo que la soporta. A tal nariz, tal frente, tal ojo, tal pie, tal mano. Es la lógica del sabio llevada a un arte ligero, fugaz, que tiene en contra la movilidad misma de la vida.

Una discusión literaria en la segunda galería, litografía, 1864.

En cuanto a la moral, Daumier tiene algunas similitudes con Molière. Como él, va directamente al objetivo. La idea se evidencia de entrada. Salta a la vista (…). Su comicidad es, digamos, involuntaria. El artista no busca, se diría más bien que la idea le escapa. Su caricatura es formidable en amplitud, pero no hay rencor ni amargura. Toda su obra tiene un fondo de honestidad y bondad. A menudo, téngase en cuenta este aspecto, se ha negado a tratar ciertos temas satíricos muy bellos, y muy violentos, porque eso, decía, superaba los límites de lo cómico y podía herir la conciencia del género humano. Por ello, cuando es desconsolador, o terrible, es casi sin haberlo querido (…). Como ama muy apasionadamente la naturaleza y muy naturalmente la naturaleza, difícilmente podría elevarse a lo cómico absoluto (…).

Una cosa más. Lo que completa el notable carácter de Daumier (…) es que su dibujo está coloreado naturalmente. Sus litografías y sus dibujos sobre madera despiertan ideas de color. Su lápiz contiene algo más que el negro necesario para delimitar los contornos. Hace adivinar el color como pensamiento; es el signo de un arte superior que todos los artistas inteligentes han percibido claramente en sus obras.

EJEMPLO DE LO CÓMICO ABSOLUTO MARCADO POR LO FANTÁSTICO
FRANCISCO DE GOYA (1746-1848)

Caprichos, número 72: No te escaparás, grabado.

En España, un hombre singular ha abierto nuevos horizontes en lo cómico.

(…) Quiero solamente añadir unas palabras acerca del elemento sumamente raro que Goya ha introducido en lo cómico: quiero hablar de lo fantástico. Goya no es exactamente nada especial, de particular, de cómico absoluto, ni cómico puramente significativo, a la manera francesa. Sin duda alguna, a menudo se zambulle en lo cómico feroz y también se eleva hasta lo cómico absoluto; pero el aspecto general bajo el que ve las cosas es principalmente fantástico, o, mejor dicho, la mirada que echa sobre las cosas es una traductora naturalmente fantástica. Los caprichos son una obra maravillosa, no solamente por la originalidad de los conceptos, también por la ejecución.

Imagino ante Los caprichos a un hombre, un curioso, un aficionado, que no tiene la menor idea de los hechos históricos a los que varias de esas planchas hacen alusión, un simple espíritu de artista que no sabe ni quién es Godoy, ni el rey Carlos, ni la reina; sin embargo, sentirá en lo más hondo de su cerebro una viva conmoción, producida por el estilo original, la plenitud y la certeza de los medios del artista, y también por esa atmósfera fantástica que baña todos sus temas.

Por lo demás, en las obras surgidas de las personalidades profundas hay algo que recuerda esos ensueños periódicos o crónicos que asedian regularmente nuestro sueño. Eso es lo que define al verdadero artista, siempre duradero y vivaz hasta en sus obras fugitivas; (…) es eso, digo, lo que distingue a los verdaderos caricaturistas históricos de los caricaturistas artísticos, lo cómico fugitivo de lo cómico eterno.

Caprichos, número 80, Caprichos de duendes y monjes, grabado.

Goya es siempre un gran artista, a menudo tremendo. Aúna a la alegría, a la jovialidad, a la sátira española de los buenos tiempos de Cervantes, un espíritu mucho más moderno, o al menos que ha sido mucho más buscado en los tiempos modernos, el amor a lo inasible, el sentimiento de los contrastes violentos, los espantos de la naturaleza y de las fisonomías humanas extrañamente animalizadas por las circunstancias (…).

Al término de su carrera, los ojos de Goya se habían debilitado hasta el punto que, dicen, había que afilarle los lápices. Sin embargo, incluso en esta época, ha hecho extraordinarias litografías de gran valor, entre ellas corridas de toros llenas de gente y de hormigueo, planchas admirables, inmensos cuadros en miniatura —nuevas pruebas en apoyo de esa ley singular que rige el destino de los grandes artistas (…).

El gran mérito de Goya consiste en crear lo monstruoso verosímil. Sus monstruos han nacido viables, armónicos. Nadie se ha aventurado como él en la dirección del absurdo posible. Todas esas contorsiones, esas caras bestiales, esas muecas diabólicas están imbuidas de humanidad. Incluso desde el punto de vista específico de la historia natural, sería difícil condenarlos, tanta es la analogía y armonía de todas las partes de su ser; en una palabra, la línea de sutura, el punto de unión entre lo real y lo fantástico, es imposible de aferrar; es una frontera difusa que el analista más sutil no sabría trazar, el arte es a un tiempo trascendente y natural.

Caprichos, número 62: ¡Quién lo creyera!, grabado.

(…) Representa un paisaje fantástico, una mezcla de nubes y rocas. ¿Se trata de un rincón de Sierra desconocido y poco frecuentado?, ¿un ejemplo del caos? Allí, en el centro de ese teatro abominable, tiene lugar una encarnizada batalla entre dos brujas suspendidas en el aire. Una está a caballo sobre la otra, la vapulea, la doma. Esos dos monstruos se desplazan a través del tenebroso aire. Todo el horror, todas las indecencias morales, todos los vicios que puede concebir el espíritu humano aparecen escritos sobre esas dos caras que, siguiendo una costumbre frecuente y un procedimiento inexplicable del artista, se encuentran a medio camino entre el hombre y la bestia.

ENLACES RELACIONADOS

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Otto Dix. Tríptico de la gran ciudad. EL tríptico profano.

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