LOS CUENTOS DE MI INFANCIA

«¿Cómo es posible? ¿Qué está sucediendo?»

Dibujo de Martha Díaz Farré (Rirri).

 

LOS CUENTOS DE MI INFANCIA

La niña daba enormes zancadas, miraba hacia los lados y hacia atrás mientras escuchaba los fuertes latidos de su corazón. Estaba sola y la noche se acercaba, aún le quedaba un largo trecho para llegar a la cabaña. «En el bosque la oscuridad llega pronto, debo apresurar el paso aunque las prisas nublen mis sentidos», pensaba.

Y se puso a cantar y a contar ovejas porque quería ahuyentar los miedos que la inquietaban. La niña estaba cansada, así que se echó a los pies del viejo nogal que hundía sus raíces en un arroyo. Cuando despertó, se agachó y bebió. Fue, entonces, cuando sus lágrimas se fundieron con el regato y…

¡Ah, maravilla de los cuentos! Sobre el espejo de aguas quietas surgieron blancos nenúfares, de corazón de oro, que con las hojas entrelazadas cantaban: «Dame la mano y danzaremos, dame la mano y me amarás, como una sola flor seremos, como una flor y nada más».

«¿Cómo es posible? ¿Qué está sucediendo?», se decía, mientras descubría que durante todo el trayecto no había dedicado ni un instante a observar lo que la rodeaba, lo que la envolvía.

La niña no había levantado la vista al cielo para ver cómo caía la tarde sobre ella y sobre el bosque, cómo cambiaba el día de color, cómo pasaba de celeste a morado, a gris, a noche. No había escuchado el concierto interpretado por los insectos, los pájaros, las ranas de los charcos y el sonido de las hojas secas bajo sus pisadas. Sólo había andado, cabizbaja y asustada.

En ese momento, comprendió. Descubrió que aquel bosque podría ser el bosque de las «buenas noches» de sus padres. En su mente irrumpieron las doncellas atrapadas en las torres por viejos y avaros maridos y los valerosos príncipes dispuestos a rescatarlas. Y sintió el aliento de lobos y enanos y monstruos de todo tamaño y condición… Vio brujas volando en sus despeluchadas escobas y niños perdidos volviendo a sus casas guiados por un ejército de hormigas.

Y se le revelaron las hadas protectoras. Y, cosas de los cuentos, el miedo se encogió y se encogió.

El bosque danzaba y ella volaba con alas de hada. La niña crecía y crecía hasta tocar la copa del árbol donde el pájaro carpintero entonaba la más famosa de las canciones infantiles. Se encontraba feliz porque había comprendido su error. No estaba sola, la acompañaban los personajes de los libros que sus mayores le leían. El temor había sido vencido por la fantasía.

Se levantó, se sacudió la falda, se calzó los zuecos y siguió el camino marcado por las migas de pan que le conduciría a la cabaña donde la esperaban sus padres con las historias que algún día se convertirían… ¡en los cuentos de su infancia!

firma gabriela6

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