LOS GRABADOS DE MATISSE

«(…) lo que me interesa no es ni la naturaleza muerta ni el paisaje, sino la figura humana.»
Matisse

Desnudo reclinado con cuenco de fruta, litografía, transferencia y crayón, 1926.
(Observa cómo las líneas onduladas del fondo resaltan las curvas de la modelo.)

Eugène Delacroix (1798-1863) dice en su Diario que «el arte del pintor consiste en llevar la atención, únicamente, a lo que es necesario». Delacroix, artista que Henri Matisse (1869-1954) tuvo siempre en gran estima, era de la opinión de obviar los detalles insignificantes para que el misterio tuviese su espacio en la pintura. Esta máxima de Delacroix fue heredada por Matisse, el mayor representante del fauvismo, movimiento que viste de color el arte de los primeros años del siglo XX.

Nadia con expresión seria, aguatinta al azúcar, 1948.
(La estampa, de fondo despejado, forma parte de la serie de rostros que permitió al pintor trabajar las expresiones faciales con economía de trazos.)

¡Ah…!, pero si los óleos de Matisse muestran un festín de colores, los grabados que compuso tienen una paleta bicolor.

Matisse escogió el blanco y el negro para sus estampas. Sin embargo, esos trabajos, que podrían parecer sosos por su paleta reducida, son ópticamente dinámicos. Son vibrantes —el artista realizó más de ochocientas estampas y solamente hay dos que incluyen más colores. Marie-José es una de ellas.

De izquierda a derecha: Marie-José con vestido amarillo III, aguatinta al azúcar (negra con cuatro colores), 1950. Marie-José con vestido amarillo II, aguatinta al azúcar (negra con dos colores), 1950 y Marie-José con vestido amarillo I, aguatinta al azúcar (líneas negras), 1950.

La técnica del grabado fue muy útil para Matisse, porque le permitió mostrar lo que María Zambrano definió como «el delirio del ser».

Cuando escuchamos la palabra delirio a la mente nos viene una explosión de emociones, una sinfonía beethoviana, una exhibición de frenesí y de agonía que tiene su origen en las sensaciones. Sin embargo, Matisse halló la forma de sintetizar en el grabado aquello que se le revelaba. Esta característica no la encontramos en su pintura, reflejo de su furia creativa.

El grabado, técnica que alternaba con la pintura y la escultura, le ofreció la posibilidad de mostrar, a través del dibujo abreviado, su percepción de las cosas. Poder expresar, visualmente, los estímulos de su conciencia fue, como lo fue también para Delacroix, un objetivo fundamental.

Mujer oriental agachada, con velo sobre la cabeza, grabado a punta seca, 1929.
(A destacar la ausencia de sombras.)

Esas mujeres —fundidas en fondos decorados o delineadas, suavemente, sobre fondos blancos—, esas modelos —raspadas o frotadas con crayón para conseguir claroscuros—, esas figuras femeninas volumétricas —y, sin embargo, ligeras— revelan emociones, reflexiones y percepciones. La intención de mostrarse —no de mostrar lo que se ve—, el propósito de reflejar el proceso mental mientras se crea está en la raíz del movimiento que fue un soplo atrapado entre los ismos: el fauvismo.

(Curiosidad: Si sus pinturas pasearon por los salones de las galerías de arte más importantes del mundo, sus grabados tuvieron un recorrido más íntimo. La mayoría de las estampas quedaron en manos de sus allegados y de coleccionistas privados.)

Desnudo sentado con camisa de tul, litografía y crayón con raspado, 1925.
(Trabaja el sombreado, directamente, sobre la piedra.)

Sus estampas son arte, no copias de la realidad. No son un ejercicio de perfección técnica, ni tienen la intención de mostrar destreza en delinear cuerpos humanos. Son el resultado de una continua experimentación. Matisse afirmaba «que no creaba mujeres, sino cuadros».

Son sus trabajos gráficos «evidencia de la representación de un sueño» —acudo, una vez más, a Delacroix—. Pero, añado, se trata de un sueño que se muestra en lo sustancial de la forma; es decir, condensado.

La simpleza de sus estampas es engañosa. Detrás de sus trazos claros, sueltos, elásticos, enérgicos, hay un enorme trabajo. Sintetizar una idea y hacerla visible a los demás es una tarea ardua y agotadora. Y Matisse consiguió lo que se propuso: una obra sugerente.

Desnudo invertido con brasero, litografía, transferencia y crayón, 1959.
(La uniformidad del sombreado permite destacar la trama del papel. Este tipo de sombreado lo consigue frotando la hoja de transferencia con el canto del lápiz litográfico.)

El pintor, abogado que cambió la toga por los pinceles en 1889, decidió dejar de hacer bodegones y paisajes para centrarse en la figura humana, que asume el protagonismo en sus estampas.

Pero para Matisse todos los temas y todas las técnicas artísticas no fueron más que herramientas para desarrollar ideas. Christian Zervos, coleccionista conocedor de la obra del francés, afirmaba que «un cuerpo, una mujer, un tapiz, unas frutas no son más para Matisse que apoyos para la creación».

Cabeza de mujer, mascarón, linograbado a color, 1938.
(El rostro recuerda una máscara africana. Comenzó a usar el linograbado a partir de 1938. Aquí volvemos a ver la figura recortada por el papel, esta vez sobre un fondo de playa.)

«El negro es un color», aseguraba.

Henri Matisse recuperó el negro puro que los impresionistas, salvo raras excepciones, rechazaron —consideraban que «en la naturaleza no hay negro, sino sombras violetas».

En los grabados de Matisse el color negro es rey. Por cierto, en cuanto al otro rey de las estampas del pintor, el blanco, Renoir afirmaba «que no existe en la naturaleza». Ya ves.

Henri Matisse grabando, grabado a punta seca, 1900-1903.
(Este autorretrato es su primera estampa y está inspirado en uno de Rembrandt. En los dos grabados el espectador distrae al artista, que deja su trabajo para mirarnos.)


Autorretrato, Rembrandt, aguafuerte y punta seca, 1648.
(Te dejo el de Rembrandt para que puedas compararlos.)

En la medida en que Matisse se fue familiarizando con las diferentes técnicas del grabado su obra fue enriqueciéndose. Por ejemplo, añadió sombras y gradaciones, incorporó al dibujo la trama de los papeles y grabó, directamente, sobre la piedra.

Sin embargo, no sucedió lo mismo con los asuntos que trató, como tampoco con las poses de sus modelos. Matisse creó series que le permitieron añadir pequeñas variaciones a las imágenes iniciales. Podría decirse que sus estampas revelan un temperamento algo obsesivo.

Desnudo arrodillado, grabado al aguafuerte, 1930.

Algunas características de los grabados de Matisse:

* Economía y pureza de trazos.
* Paleta bicolor —blancos y negros con sus gradaciones.
* Preferencia por los espacios interiores.
* Tema principal: la figura humana. En especial el desnudo femenino.
* Detalles de expresiones faciales.
* Uso del contorno para indicar cambios de volumen.
* Fórmula: color + línea.
* Uso de la línea continua y suelta.
* Juego de línea y espacio —«darse la sensación de espacio», decía.
* Ausencia de protagonismo de ángulos y líneas rectas.
* Efecto visual plano.
* Incorporación de la trama del papel al dibujo.
* Figuras recortadas por los bordes de la hoja.
* Decorados árabes.
* Flexibilidad de las figuras —se amoldan a los sillones, cojines, lechos…
* Búsqueda de sensación de serenidad, de meditación.
* Ausencia de artificio.
* Dos opciones de fondo: sencillo o sobreabundante.
* Grabados en series —en base a temas.
* Dibujo, dibujo y dibujo.

Mujer observando los movimientos de un pez, grabado al aguafuerte, 1929.
(En esta época, Matisse muestra interés por las figuras redondeadas. Como ves, aquí consigue los volúmenes de la pecera, del pez y de la joven con líneas curvas. Los grabados de esta serie me encantan. Mira cómo el pececillo, que caracolea en el agua, hipnotiza a la muchacha. Mira cómo el pintor es capaz, con simples trazos, de transmitir el ensimismamiento de la modelo.) 

¡Qué grabados tan expresivos, tan vivos y sencillos! No hay amarillos batiéndose en duelo con azules violentos, ni blancos intentando apagar rojos indómitos. No hay gruesos contornos negros, no hay nada de su salvaje paleta fauve. Nada de las huellas que dejan en sus óleos sus pinceles y espátulas.

Y, sin embargo, en sus estampas hay una explosión primaveral, nacida de tonos… ¡blancos y negros! —las fotografías y las reproducciones no le hacen justicia. Los grabados de Matisse exigen el contacto visual directo.

El gran desnudo, litografía, crayón, pincel y tusche con raspado, 1906.
(La línea aventajando a la sombra.)

El artista francés comenzó con la técnica más sencilla, la que ofrece un trazo más corto y marcado, la punta seca. Pero fue andando por los recovecos de las maderas, las piedras, los linóleos y los metales hasta dominarlos. Creaba series para las que usaba una misma modelo y hacía tiradas de entre veinticinco y cincuenta estampas. Estaba en todo el proceso de impresión, incluso cuando se trataba de las ediciones de libros que había ilustrado —ilustró más de noventa títulos.

Matisse transmitió a sus grabados el gozo que le provocaban.


Desnudo sobre almohadón azul junto a una chimenea, litografía, transferencia y crayón, 1925.
(Los brazos por detrás de la cabeza y una pierna cruzada, esa fue la postura preferida del pintor para sus desnudos femeninos. El grabado pertenece a la serie conocida como «Odaliscas». Observa el efecto visual que consigue con la mezcla de estampados, luces y sombras. Pero, a pesar del decorado, la línea garantiza un resultado ligero.)

Matisse pasaba de una técnica de impresión a otra continuamente, pues cada una de ellas le ofrecía un trazo diferente —unas veces más fino y otras veces más recio—. Todo se fundamentaba en el dibujo: «Dibujar es como hacer un gesto expresivo con la ventaja de la permanencia», afirmaba el hombre descendiente de una zaga de tejedores de alfombras, el artista atraído por los motivos decorativos.

«El arreglo entero de mi cuadro es expresivo; el lugar ocupado por mis figuras, el espacio vacío alrededor de ellos, las dimensiones, todo tiene su parte. La composición es el arte de arreglar de forma decorativa los diversos elementos por orden del pintor para expresar sus sentimientos», escribió.

Chica apoyada sobre sus codos frente a una pantalla floral, litografía y crayón raspado, 1923.
(Aquí, fondo y figura parecen mezclarse. Pero, una vez más, lo que parece no es, porque las líneas que definen el contorno de la muchacha evitan la fusión, a la vez que provocan un efecto visual plano.) 

La Fundación Canal Isabel II expone sesenta y tres grabados de los más de ochocientos que se conservan del pintor. Para ello, la Fundación ha realizado un montaje inspirado en la Capilla del Rosario en Vence (Francia), decorada por Matisse entre los años 1949 y 1951. De esta exposición, que muestra los grabados que Matisse legó a su hijo Pierre, son las estampas que acompañan el texto que escribo.

Vista de tres cuarto de desnudo con cabeza cortada, litografía, transferencia y crayón, 1913.
(Otra vez la figura recortada por los bordes del papel. El artista mostró siempre interés por este soporte. Cuando ya no podía pintar, debido a  sus problemas de salud, se dedicó al collage.)

Matisse vendió muchas de las litografías que conservaba para apoyar el proyecto del oratorio. Desde el principio estuvo muy vinculado a él, debido a la estrecha amistad que mantuvo con la hermana dominica Jacques-Marie.

El artista diseñó las vidrieras, las cerámicas, el altar, las casullas, los crucifijos… Diseñó todos los objetos de culto. Participó, incluso, en la elaboración de los planos realizados por el arquitecto Auguste Perret (1874-1954). Consiguió un espacio alegre, luminoso y sencillo.


Fotografía de una de las salas de la exposición, María Gabriela Díaz Gronlier.

Voy a despedir este escrito con una frase de Henri Matisse que dice:

«Cuando tienes verdadero interés en la naturaleza, puedes crear signos que son válidos para el artista y para el espectador».

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