LOS INMORALES

«Honras, deberes u egoísmos.»

Ediciones Huracán, La Habana 1976.

En Los inmorales (1919) el galanteo criollo es el pretexto para una trama que tiene la misión de sacudir conciencias. Carlos Loveira (1882-1928) dedicó su primera novela a un espinoso asunto: la aprobación de la ley del divorcio en Cuba.

En su autobiografía, Loveira, autodidacta, viajero, apasionado lector, veterano de la Guerra de Independencia y perteneciente a la segunda generación de escritores de la República, nos informa que Los Inmorales «ha sido la obra literaria cubana de los últimos veinte años que más ha interesado a la crítica extranjera».

¿Por qué el lector se ha sentido atraído por esta historia? Pienso que porque va más allá de los conflictos conyugales. Los inmorales recrea un período de obrerismo activo, se lee de un tirón y, lo más importante, se gestó durante la campaña del divorcio en Cuba, que fue decretado el 29 de julio de 1918, siendo mi tierra la primera en Latinoamérica en contar con una ley que disolvía el matrimonio —entró en vigencia al día siguiente de su votación y la primera sentencia tuvo lugar el 30 de septiembre de 1918.

Carlos Loveira, quien dejó claro que su narración «tenía por objeto secundar la campaña por el divorcio en Cuba», escribió una novela de tesis, donde la violencia, la corrupción, el politiqueo, la hipocresía social, la imposición de códigos morales por parte de la iglesia, el oportunismo, el trapicheo, los prejuicios, la maledicencia, la marcada diferencia de clases sociales, la injerencia norteamericana y otras taras más, que ahogaban el progreso de su país, arrastran a la patria republicana a la misma situación, de ignominia y miseria —material y moral—, que existía antes de las guerras libradas contra el Imperio español.

La aceptación de «el voto eterno», que ata a los matrimonios de por vida, no es más que un síntoma de la «estupidez humana», que vuelve «infelices a legiones de hombres y de mujeres», afirma el autor en Los inmorales, narración realista donde abunda la «soledad de dos en compañía».

Códigos morales y costumbres hacen que Elena y Jacinto sufran un auténtico viacrucis, una especie de crucifixión en vida. «La opinión ajena», «el qué dirán», ponen a prueba un amor libre de ataduras. Los dos protagonistas, infelices en sus matrimonios y enamorados, deciden abandonar a sus cónyuges e iniciar una nueva etapa en sus vidas. Esta acción pondrá al descubierto lo cubano en tiempos del presidente Mario García Menocal (1866-1941).

En las nupcias, bendecidas por la colectividad y por el catolicismo, la afinidad, la pasión y el amor correspondido no eran condiciones necesarias: la familia era entendida como una institución matrimonial. 

Los inmorales nos muestra la relación entre el hombre y su ambiente. La novela aporta a nuestra historia escenarios que se hubiesen perdido en los recovecos generados por los torbellinos de los grandes sucesos. En Los inmorales, Jacinto es el otro yo de Loveira, pues en no pocos puntos comparten biografía: los dos son pobres y huérfanos, autodidactas y amantes de la lectura, ferroviarios y sindicalistas.

La Habana de los años 20 del siglo pasado, postal.
(¿Quién sabe si Jacinto y Elena no pasearon por aquí?)

Considerado por parte de la crítica como el heredero del escritor cubano Cirilo Villaverde (1812-1894), alérgico a la retórica, tan de moda por entonces, miembro de la Academia Nacional de las Artes y las Letras y miembro de la Academia Cubana de la Lengua, Loveira es autor de otras novelas que también gozaron de fama: Generales y doctores (1920), Los ciegos (1922), Juan Criollo (1927) y La última lección (1929).

Carlos Loveira reconoció que los libros le despertaron «el sentimiento crítico» y que le «dieron independencia de espíritu». En sus obras dejó constancia de sus ideas anticlericales y de la importancia que dio a la educación —denunció cómo el abuso de poder se sustenta en el analfabetismo del pueblo.

Los inmorales tiene un tono crítico y amargo y en ella no faltan ni el cinismo, ni la sátira. Elena y Jacinto poseen almas rebeldes, pero… ¿hasta cuándo podrán mantenerse fiel a sus principios?

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