LOS OJOS DE LA GALLINA
I
Sentada en el viejo taburete de la cocina, y acompañada por la gallina, Matilda mueve el matamoscas tercamente. En el cristal de la ventana, donde se refleja la huerta, el abejorro intenta verse. La tierra, arada y sembrada por ella dos semanas antes, comienza a mostrar sus tallos verdes.
Dentro de pocas horas el taxi pasará a recogerla. Pero no puede marchar sin antes solucionar el problema que tiene con la gallina. No quiere dejarla atrás. Eso ni pensarlo. Ha sido su única compañía. La única vida que ha permitido que respire junto a la suya, su confidente muda, su sombra.
La gallina esa mañana da a sus ojos un movimiento loco. Está sobre la encimera y observa junto con la dueña el huerto y el abejorro. La gallina, que tiene mucha experiencia en huir de los zorros, intuye la desgracia que se le avecina.
Matilda no se casó, no tuvo amores, porque los pretendientes que la cortejaron eran más jóvenes. Matilda, fiel a sus rancias costumbres, nunca cedió a la opción de un matrimonio que, según sus pensamientos, con el pasar de los años y por comparación haría más evidentes sus arrugas, su curvatura y su falta de frescura. Tercamente respondía: «Aceptarlo sería un deshonor».
El tiempo fue pasando y los aspirantes al edén de Matilda, resignados, buscaron destinos más receptivos a sus suspiros. Y se quedó sola, llorando su necedad, aguijoneando su melena con las horquillas, viendo cómo sus bellas manos, acostumbradas a regalar desplantes, se agarrotaban y cómo su carnosa boca se transformaba en higo seco. Los dientes fueron cayendo en un ajuste de cuentas entre Matilda y su lengua encarcelada.
«Hay tanta gente en la televisión, tanta vida yendo y viniendo por los noticieros y los culebrones, tanta en los programas del corazón….», pensaba, y el balancín que la mecía se disparaba, cogiendo velocidad, como si quisiera salir por la puerta o traspasar la ventana camino de…
II
El sauce le avisa que el viento se ha animado. Matilda mira el reloj y se levanta. La gallina salta. La dueña la atrapa. Huye el abejorro, y las tomateras, los cogollitos de las lechugas y las habichuelas se van alejando de las pupilas de la gallina.
Hora de marchar. Hora de emprender una nueva vida llena de bullicio y compañía. El traje seleccionado para la nueva andadura es de color escarlata, como el carmín que viste sus labios y la cresta de su gallina.
Matilda cierra la puerta y tira la llave al pozo. El taxi ha llegado. Matilda sólo lleva como equipaje de mano una campana de cristal donde viajan, heridos y vigilantes, los agradecidos ojos de su gallina.
Publicado en «Linden Lane Magazin», verano, 2018.
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