LOS REMBRANDT DE L’HERMITAGE

«…los ojos saben…».

Los Rembrandt de L’Hermitage, un cuadernillo modesto y encantador que agrupa quince poemas inspirados en quince cuadros del pintor barroco holandés que da título al poemario, se editó en 1992 en el taller Galas de Cuba.

Fina García Marruz (1923), la autora de las poesías, visitó la Unión Soviética en 1975. De esa visita, la integrante de Orígenes se llevó consigo la fuerte impresión que le causó la teatralidad presente en las pinturas de Rembrandt (1606-1669). Fina expresó en verso lo que contempló en los lienzos. De esa manera, dos géneros pictóricos —retrato y escenas de temática religiosa— son doblemente agraciados, pues encuentran en la pintura y en la palabra dos formas de manifestarse.

De los cuadros de Rembrandt nace el poemario de Fina. Entre ellos media el Tiempo, regalando armonía y demostrando la fraternidad que existe entre las artes y las letras. Hay un nexo entre las obras, a pesar de que la pintura de Rembrandt tiene una gran carga emotiva y los poemas de Fina García Marruz son más descriptivos; a pesar de que el neerlandés se expone en exceso —es barroco— y la cubana es más sosegada.

Pintura en la poesía: descripción de formas, colores, volúmenes… Retrato de un niño, La adoración de los Reyes Magos y Descendimiento de la Cruz son ejemplos de poemas más tendentes a contar lo que se observa —los llamaría «notariales»—. Pero luego están los otros, los que van más allá de la «fisonomía» del cuadro, descubriéndonos las fantasías que las obras de Rembrandt produjeron en la poetisa, evidenciando que es un propósito ciclópeo intentar marcar distancias con el Maestro. Me refiero a El retorno del hijo pródigo, David y Uriah y el Retrato de Baertjen Martens Doomer.

Fina García Marruz fue vencida por la luz dorada, por los expresivos personajes, por el claroscuro, por el latido humanista de los lienzos que admiraba… Fina otorga un carácter impaciente a Baertjen y al hombre del retrato lo describe resignado. Y a Saskia —mujer y modelo de Rembrandt— la hace compartir versos con una madre regañona que no existe en el cuadro del pintor. El retorno del hijo pródigo es conmovedor («Ponte mi anillo»). ¡Ah…!, pero en otros casos, como he dicho, compone versos con lo que contempla, como en Mujer probándose un arete y en Retrato de un niño.

La edición de Los Rembrandt de L’Hermitage fue publicada en La Habana y no está ilustrada, aunque la cubierta reproduce El regreso del hijo pródigo. He buscado los cuadros que inspiraron estos poemas en la galería del Museo de San Petersburgo dedicada al pintor. He localizado todos menos el titulado El viejo guerrero. Hay dos guerreros inmortalizados por Rembrandt, pero ninguno responde a las descripciones de Fina García Marruz. Como mi intención es acompañar el poema con la obra versificada, para que podamos gozar de la hermandad que existe entre ambos, aparco El viejo guerrero con la promesa de incorporarlo a esta entrada en cuanto lo localice.

Un holandés y una cubana se descubrieron, en el año 1975, en una de las suntuosas salas del L’Hermitage de San Petersburgo. Rembrandt observaba a Fina a través de los ojos oscuros del niño de su retrato, que no es otro que su propio hijo. Fina en su poesía dejó constancia del destello de la mirada del chico («Sólo más negros / que sus ojos velados, / el negro ovalado, / tenaz, del fondo.») Ese día, pintor y poeta enlazaron sus obras demostrando al espectador-lector la eterna alianza que existe entre las artes.

POEMAS

MUJER PROBÁNDOSE UN ARETE

No a la cara
joven, adornar parece
el arete que muestra
al viejo pintor.

Bajos
los ojos saben
que no a su humilde
belleza adornará
el arete.

Sonrosadas
tus carnes se irán
tornando débiles
y oscuras.

Ese manto,
que del calor fugaz
de tu antebrazo supo,

el tintineo
de la doble pulsera
que a tus días
acompañó.

No a tu cara
mira el espejo
que te olvida.

Quedas
en ese gesto de mostrar
entre tus vacías
manos, el arete,
de menos luz que ellas.

RETRATO DE UN VIEJO JUDÍO

Sólo una cosa piensa
el viejo mercader,
a la luz del crepúsculo vinoso,
con las manos rojizas
ya cruzadas.
Sólo una cosa piensa.

Jamás anocheció, nunca viniera
la tarde sin que viese
acrecentar su arca bien labrada.
Lujosos paños venecianos
trocó por viejas joyas macilentas.
Jamás se le quejara
su apretado bolsón de piel oscura.

Y he aquí que ahora
ha llegado el malvado Tiempo
como un tramposo mercader,
a reclamarle todo, a
cambio de nada,
en un trato bien se ve
que injusto!

Y no es posible argüirle.
No queda más que cruzar
las manos, que otro tiempo
tan bien supieron
trabajar en su provecho
propio. No queda más ya que
cruzas las manos
que una rojiza luz
agraviada, va intensa,
intensamente dorando.

RETRATO DEL POETA JEREMÍAS DE DECKER

Ah, Maestro! He aquí que comparezco
ante ti, y tiemblo un poco. Con un alto
sombrero me retratas, y sus anchas
alas ocultan demasiado mi frente,
mis ojos, que han mirado hoy los tuyos,
tan fatigados de mirar.
Ya no hay en ti arrogancia,
ni aquel aire bizarro de los lienzos
en que de joven te pintaste.
En rostro de hombre, jamás viera
mayor dolor. Pero con humilde,
con vaporoso gorro blanco de tela,
ladeado levemente, con tristeza gentil,
anciano miras el socavón del tiempo
que has logrado trampear, después de todo,
con la astucia del arte, travesura
de ese punto de luz en tu nariz.

Y hurtando mi mirada
bajo el sombrero, oscureciendo
mi estupor, palideciendo el rojo
de mis labios, que nada
aciertan a decirte, intensificas
los blancos, en el cuello
de mi traje, a pinceladas
recias, calladas, solamente.

RETRATO DE BAERTJEN MARTENS DOOMER

«—Pues sí, si quiere,
si se empeña, posaré
para usted, pero sólo
por una hora, que no tengo
demasiado tiempo, sólo
por una hora!»

dijo, plegando
los labios hacendosos
por toda una eternidad
esa buena señora Baertjen
Martens Doomer.

POEMA FALLIDO A «CRISTO Y LA MUJER DE SAMARIA»

Una luz rojiza toca
las gradaciones del pardo entre las sombras.
Pero no es lo más raro
el gracioso sombrero
rojo de que va tocada, ni las arremangadas
mangas dispuestas a su diario trabajo.
Ni siquiera ese desconocido
que pide como un mendigo y habla como un rey,
y ante quien ya es apenas pecadora, sino vuélvese
casi inocente, ante sus ojos,
arrasados de piedad. ¡Es ese diálogo
trino de las manos, la de él, que llama
a la fuente que salta a vida eterna,
la de ella, que se alza, como buscándola!
Mientras en la sombra, se asoma al brocal un niño
que apenas se ve, y del antebrazo izquierdo
la mano de la mujer no deja de asir su cacharro oscuro.

RETRATO DE UN NIÑO

No más rojo
que sus labios henchidos
el terciopelo rojo
del sombrero galano.

No más transparente
que sus mejillas lozanas
el velo que su cuello
gentil descubre.

No más blanca
que la sonrisa vaga
de sus cerrados labios,
la leve gargantilla.

Sólo más negros
que sus ojos velados,
el negro ovalado,
tenaz, del fondo.

DAVID Y URIAH

¿Quién es David,
y quién Uriah?
¿Quién el Rey
y quién el culpable?
¿Quién, al centro
con la mano en el pecho,
rojo el manto de púrpura,
rojo como la sangre,
es el que inquiere: yo,
he sido elegido?

EL RETORNO DEL HIJO PRÓDIGO

Por esos pies agrandados
por el rudo golpear de los caminos,
he esperado muchos años,
hijo.

Por esa nuca mondada
que oscurecían tus cabellos
cayendo en rizos volubles,
he esperado muchos años,
hijo.

Mis manos sobre tu espalda
bendicen todo el dolor.

Los oscuros
nada entienden. A nuestro lado,
un Rey sonríe.

Cuando
te vi venir de lejos,
hijo, derrochado el tesoro,
buscando las bellotas de los puercos
de la casa de tu padre, sentí
que se me saltaba el corazón.
Por volver a escuchar
tus pasos queridos, esperé
toda la noche, hijo mío!

Ahora soy yo también
otro, en este encuentro silencioso
en que nos hemos reconocido
los dos de nuevo.

Ponte mi anillo.

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS

En el río de la luz oro, en la gruta
de oro oscuro, manantiales
de oro hacen torbellinos de oro,
bajo el incienso como un vapor
de oro, ante el júbilo
de oro y mirra de los reyes: precisa
que el quitasol ampare
de tanta luz, que ávidos ojos
codician, separando los turbiones
de sombra: descendiente
baja el oro a inclinarse al manto regio,
con el heno confúndese, amparado
por las briznas menudas: el anciano
cabello del rey nieva compasiones,
asombros, cascadas de oro pardo
jugando con la luz de pardos oros,
caen de rodillas donde un niño
junto a su padre oscuro y su madre algo
cansada, pareciera rezar.

SASKIA COMO FLORA

—¡Por Dios, está mi hija,
mi Saskia, así vestida!
¡Que a estas santas horas
de la mañana, cuando enmarañado
su cabello, por la faena, inclínase
hacia el suelo, a lustrar bien
las losas, se haya dejado
pintar, entre esas sedas
y damascos!

¡Y la infeliz empuña
su cetro en unas horas!

¡No está bien, no, que le llene
a mi Saskia la cabeza
de esas ávidas flores
tan regaladamente entretejidas!
¡Deje, deje a mi Saskia,
que no es Flora, ni diosa
que lo parezca!

—Ah, que a su juventud
no ha parecido raro, mi Señora,
aceptarlo!

Mira con cuánta
tímida gracia se recoge el manto,
que a punto de ser madre de una diosa
parece su doncella!
Sólo es leve su asombro.

LA SANTA FAMILIA

El libro sagrado cuenta
del prodigio. ¡Que se quede
el libro por leer, si parecióme
que iba a llorar el Niño!

Cálida, color madera,
la vigilia de oro parda.
Mientras, José carpintea
como si tocase el arpa.

RETRATO DE UN HOMBRE

Una oscura tristeza,
una moderada aceptación,
un recio continuar
a pesar de todo
hasta el fin,
con la mitad del pecho
fuerte, al desnudo.

DESCENDIMIENTO DE LA CRUZ

No robado en un carro
de fuego, como Elías,
sino en difícil descenso
el cuerpo, ahora pesante,
sin la luz humanada sosteniéndolo,
desciende a ser peso del hombre ahora,
el obreraje del no-milagro diario,
la piedad inútil de las mujeres,
la arrobada indiferencia del niño
distraído en los bordados del lienzo funeral,
desciende a todos los grados
de la curiosidad, el asombro, la deforme
sospecha, la momentánea pena o el cuidado
como la esponja de vinagre que no secó el sudor,
desciende hacia la otra madre oscura,
un brazo alzado como un ala herida,
el otro ya abatido, ya en descenso
hacia las minuciosidades implacables,
la bruma de pesarles ahora tanto,
la orfandad del verdor, la luz amada
sólo en la camisa del solo hombre,
el desmayo de la madre,
los crespos rizos de oro de un infante,
el lienzo manantial y la delgada tela
celebrando sus nupcias con la tierra,
la luz, que todavía intenta raptarlo, ayudada
por el giro de todos los astros imantando,
sólo por esta vez vencida,
por el asentimiento de su cabeza al dolor
que sin escalas comienza el descenso interminable.

DANAE

Una mujer, no diosa, espera,
sobre cojines menos mullidos que su carne,
el vientre ligeramente abultado
de la que ya está encinta
de la espera, la zapatilla viuda
estrábica del oro, que ya empieza
a ascender, a desdeñar el tapete marrón
de los días de la semana, los aterciopelados
verdes musgosos de la bóveda,
toda vuelta útero de un dios,
sollozado por el ángel, vislumbrado
por el viejo, esperado por la mano
que habla, o escucha, la luz, no lluvia de oro,
que no llega a entrar, no llega, no llega.

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Aproximación a la revista «Orígenes».

Aquí comienzan los doce signos del zodíaco. Poemas (Eliseo Diego).

Cuaderno de rimas (Manuel Díaz Martínez).

Las poetas modernistas y posmodernistas hispanoamericanas. Poemas.

Ángel Gaztelu. Poemas.

Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX) José Lezama Lima. Texto íntegro.

Dulce María Loynaz: «Versos».

Belkis Cuza Malé. Poemas. Pintura.

Lezama en mi memoria. Texto y dibujos de Ofelia Gronlier Lamar.

Manuel Díaz Martínez: “Sobre la poesía.”

Fayad Jamís. Algunos poemas.

Poemas a propósito de una foto.

José Álvarez Baragaño. Poemas.

Carilda Oliver Labra. Poemas.

Mario Parajón. «Cuatro a la mesa». Cuento completo.

La pintura y la poesía en Cuba. José Lezama Lima. Texto.

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