LOS TRES RATONES Y EL PÁJARO CARPINTERO

Dibujo, María Gabriela Díaz Gronlier.

 

En un pajar vivían tres ratoncitos grises. El mayor era cuentacuentos y entretenía a sus compañeros con historias de noches de luna llena, aullidos y quejas. Era un contador de cuentos de misterio. El que le seguía en edad era un soñador. Un ratoncito de ojos entornados que fantaseaba con rescatar a una princesa secuestrada en un castillo construido con bloques de queso. El tercero, el más pequeñito, sólo pensaba en actuar nada más trazar un plan. Los tres se querían mucho y siempre reían a coro.

Cerca del pajar crecía un enorme árbol de tronco recto y copa grande y espesa, de hojas verdes y corteza negra y estriada. Un árbol que daba un fruto espectacular por su aroma y por su sabor. El árbol había pasado su ciclo de floración y, en el momento en el que esta historia sucede, de sus ramas colgaban frutas sabrosas.

—¡Qué ganas de probar los mangos! —dijo el ratón cuentacuentos pasándose la lengua por su rosado hocico.

—Pero no los alcanzamos y los del suelo ya están picoteados por los pájaros —contestó el ratón soñador y advirtió—: No podemos comerlos porque los libros dicen que los frutos agujereados contagian enfermedades.

—Bueno, a mí se me ha ocurrido un plan —informó a los otros dos, moviendo su alargada cola, el ratoncito menor.

—¡Oh, cuéntanos tu proyecto! —quisieron saber sus colegas.

—Debemos visitar al Pájaro Carpintero. Él tiene su taller en el tronco del frutal.

—¡Magnífica idea! —dijo el soñador.

—Pero, ¿cómo lo convenceremos para que nos dé un fruto que no le pertenece, pues el árbol tiene su dueño? —quiso saber el ratón mayor.

—Vayamos a visitarlo y, una vez allí, ¡ya veremos! —respondió el jefe del plan.

El Pájaro Carpintero, que estaba construyendo con madera de abeto la tapa de un violín, estaba tan ensimismado en su trabajo que no se percató de la llegada de sus tres vecinos y amigos.

—¡Pájaro Carpintero! —gritaron los tres ratones—, ¿puedes mirar hacia abajo? ¡Estamos a los pies del árbol!

—¡Oh, vaya, qué sorpresa tan agradable! ¿Qué les trae por aquí hoy?

—Salimos a dar una vuelta y decidimos pasar a visitarte, como siempre estás tan ocupado… —contestaron, pícaros, los ratones.

—Pero hay un calor sofocante para pasear a estas horas, ¿no?

—Bueno, tú estás trabajando.

—Sí, pero las hojas del árbol, al estar tan tupidas, son como una gran sombrilla de playa. Además, mi taller está dentro del tronco, aunque es cierto que los detalles los tallo a la luz del sol —dijo el Pájaro Carpintero y, dejando de serruchar, continuó—: A mí se me hace que ustedes andan buscando algo.

—La verdad es que sí. Además de visitarte y de saber cómo estás, queremos pedirte un favor —dijo el ratón pequeño, el que ponía toda idea en acción.

—Pide lo que deseas por si en mi penacho está darte satisfacción.

—Queremos que sacudas un poquitín las ramas.

—¿Para qué?

—¡Para que un mango… caiga!

—Pues no sé, ratoncito planificador. Lo que me pides es delicado. Sabes que no son míos los frutos que cuelgan del árbol.

—Por favor, sólo uno. Uno que esté bien maduro —dijeron los tres a la vez.

—Aquí estoy tan protegido que no sé si hay viento o todo está en calma…

—¡Hay viento! —dijo, rápidamente, el cuentacuentos, quien, advirtiendo que con tanto calor el Pájaro Carpintero podría sospechar que algo no iba bien, aclaró—: Hay bochorno. Eso es.

—Bueno, moveré un poco las ramas. Así la sacudida apenas se notará, aunque resulta raro que, habiendo algo de viento, no caigan los mangos buenos.

Y el Pájaro Carpintero, en medio de una gran calma, porque lo cierto era que el aire no se movía, aleteó; pero lo hizo tan fuerte que una tromba de mangos cayó al suelo dejándolo alfombrado de frutos que competían con el color del sol.

—¿Qué está pasando aquí? —quiso saber el dueño del árbol quien, alertado por el estrepitoso ruido, se asomó al jardín—. ¿Cómo se ha roto esa rama? ¿Por qué están los mangos esparcidos por la tierra? ¡Han entrado los ladrones! ¡Al ladrón! ¡Al ladrón! —y se puso a gritar, alertando a sus vecinos.

En ese momento, una buena lluvia comenzó a caer, porque el mes de los mangos es mes de aguaceros. José, Miguel y Manuel, que así se llamaban los tres ratones, salieron corriendo en busca de su madriguera, dejando solo al amigo que se había prestado a llevar a cabo el plan que ellos urdieron.

El Pájaro Carpintero recibió una buena reprimenda por parte del propietario de la finca:

—Pero, Pájaro Carpintero, mire usted qué destrozo tan grande ha hecho. ¡Mire esa rama partida!

—Perdone, Don Tomás. No volverá a ocurrir. He actuado mal, quise complacer a mis amigos regalándoles lo que no era mío —contestó, cabizbajo y avergonzado, el Pájaro Carpintero.

—La próxima vez que desee usted algo de mi propiedad, señor Pájaro, haga el favor de pedírmelo. Sé que esta experiencia le ha servido de lección y que una situación así no volverá a suceder. Es usted un buen inquilino y un buen trabajador. Pediré a las lagartijas que arreglen el estropicio. Buenas tardes.

—Buenas tardes, Don Tomás. Prometo hacerle una caña de pescar con ese tallo caído.

Al día siguiente, muy tempranito, los tres ratones se acercaron a la hacienda a presentar sus disculpas. Primero fueron a ver a Don Tomás y luego se acercaron al árbol. Allí, trabajando en su violín, estaba el Pájaro Carpintero.

—¡Pájaro Carpintero! —gritaron los tres ratones—, ¿puedes mirar hacia abajo? ¡Estamos a los pies del árbol!

—¿Y ahora qué es lo que desean?

—Buenos días, Pájaro Carpintero —dijeron los roedores a la vez—. Venimos a ofrecerte nuestras disculpas.

—Te pido perdón por haberte engañado cuando te dije que el viento soplaba —expresó el primero.

—Te pido perdón por dejarte solo cuando el plan se torció —manifestó el segundo.

—Te pido perdón por inducirte a cometer una fea acción —declaró el tercero.

—El error ha sido mío, ratoncitos. Nunca debí prestarme a ofrecer lo que no me pertenece, pues falta grave es robar.

Unos pasos se escucharon y todos miraron hacia el lugar desde donde provenía el tap tap tap de las hojas secas estrujadas por las pisadas. Era Don Tomas, el hacendado.

—Traigo una cesta. ¿Quién me ayuda? ¿Quién quiere ser el primero en probar estos sabrosos mangos de cáscara fina y pulpa color de fuego?

—Taca, taca, taca —cantó el Pájaro Carpintero y voló hacia Don Tomás.

—¡Nosotros también queremos! —dijeron entre risas José el cuentacuentos, Miguel el soñador y Manuel el planificador.

Tal como me contaron esta historia… yo te la cuento.

Cuento inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual.

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