LOS VAGABUNDOS

«En su mirada ardía una codicia animal. Deduje de ello que el desconocido tenía hambre.»

Cuando Máximo Gorki (1868-1936) escribió los relatos recogidos en Los vagabundos, el realismo socialista aún no lo había convertido en su icono.

Los protagonistas de este libro constituyen la materia prima que dará vida al héroe positivo, monstruo literario creado en el laboratorio estalinista.

El héroe positivo nada sabe de derrotas; es un ser que se crece ante los problemas y los vence, se ciñe a la doctrina, es valiente, inteligente, obediente y valedor de la nueva clase proletaria.

Los personajes de Los vagabundos son semillas sin germinar. Hay que enmarcarlos en un período anterior al héroe estalinista, desconocen para qué fueron concebidos y el papel que ocupan en la sociedad. Ellos son el ejemplo de las secuelas de siglos de explotación y marginación, pero todavía no han alcanzado el grado de madurez suficiente para no ser vistos como estériles.

Son hombres melancólicos, contradictorios, escépticos, autodestructivos, incultos, apáticos y andrajosos. Son obreros y campesinos que deambulan por las estepas y las montañas en busca de trabajo, son familias enteras que exhiben el hambre que las devora, son gentes pasivas y no tienen futuro.

Gorki aún no ha encontrado el momento de reformar al hombre ruso y otorgarle un nuevo papel, de transformarlo en héroe práctico, no ruso sino soviético. Y útil, no inútil.

Los cuatro relatos incluidos en Los vagabundos todavía respiran un realismo romántico. Gorki no ha dado el paso que lo convierte en el realista utópico creador del Frankenstein socialista: el pionero, una mezcla de realidad y quimera social.

Un campesino tímido, Ilya Repin, 1877.

El héroe de la literatura soviética convierte el futurible en realidad; es decir, aquello que aún no se ha dado, que se vende como el ideal de la sociedad, es la esencia de este adelantado de ideología férrea y seguridad en sí mismo; el cincuenta por ciento de su ADN está formado por lo que se desea alcanzar. Estos héroes, que ambicionan ser reales, son la pretensión hecha cuerpo, son pura ficción y resultan bastante aburridos, por cierto.

Pero en Los vagabundos los personajes aún no han aprendido a decir !Sí! o ¡No! Estos seres son dubitativos, contradictorios e, incluso, cobardes. Son hombres con hambre. Y en ellos hay «una ausencia completa de lo que se llama la moral obligatoria para todos». En este juicio de valores, que encontramos en la primera narración del libro, Gorki ya apunta hacia dónde dirigirá sus flechas.

Los hombres andrajosos que deambulan por estas historias son víctimas de la costumbres impuestas, incluso el príncipe georgiano de Mi compañero, relato concebido como una moraleja.

Los protagonistas son seres que, a pesar de la miseria, la crueldad, la ignorancia y la rudeza, no están perdidos del todo, pues en ellos, también en los delincuentes, hay humanidad. Gorki era de naturaleza optimista, tenía fe en el hombre y este sentimiento late en toda su obra.

El autor  justifica a sus desastrados ignorantes, los considera víctimas de «una larga cadena de injusticias históricas» responsable de asentar la idea de que unos nacen para recibir palos y otros para darlos. Sus personajes son honestos en su crudeza y son fuertes en su terquedad.

Sus vagabundos y campesinos, ladrones y borrachos, jornaleros, mujeres y prostitutas transmiten su dolor, su cólera, su impotencia y su soledad; son corazones que laten y es imposible no confraternizar con ellos.

El hombre vencido es el epicentro de todas sus historias. Gorki fue vagabundo, conoció la vida de esas personas no dispuestas a empeñar su independencia, hombres que preferían deambular por los caminos antes que morir de aburrimiento en un mismo sitio, aunque ese lugar les ofreciera trabajo y cobijo. Esos correcaminos rusos eran defensores de su libertad porque ésta les proporcionaba ser «sus propios dueños».

Los vagabundos de estos relatos son especialmente entrañables, están dotados de una sensibilidad diferente a la del resto de los marginados que los acompañan, quizás porque el autor los arropó con las emociones que sintió en su período de trashumante. A fin de cuentas, él fue un escritor autodidacta que pensaba que «la mejor escuela del hombre es la misma vida».

Los sirgadores del Volga, Ilya Repin, 1870-1873.

Antes de finalizar la reseña quisiera resaltar otro personaje importante de sus obras: el mar. El mar, cabreado o reposado, se hace escuchar y refuerza los vaivenes de la existencia.

En Los vagabundos la naturaleza y sus ciclos constituyen el telón de fondo de las escenas y, por tanto, influyen en los estados de ánimo de los personajes.

Por ejemplo, la brisa «llega con olor pesado y ofensivo» a Malva, un relato que sirve a Gorki para denunciar la explotación de las mujeres rusas.

Malva, una mujer que ha decidido ser dueña de su destino, paga un alto precio por su decisión. Sufre el desprecio de los que la rodean, que la señalan como una mujer fácil. En este triángulo amoroso, donde padre e hijo se disputan encarnizadamente a la misma mujer, ríe siempre el mar.

Los vagabundos está publicado por la editorial Eneida.

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