LOUISE LABÉ

«No me culpéis, Damas, si hube amado…»

Nos vamos a trasladar a Francia, en concreto a Lyon. Estamos a mediados del siglo XVI y Louise Labé (1522-1566) dedica sus Sonetos al amor no correspondido, que deja a quien lo sufre a la deriva.

Estamos en agosto de 1555, en la librería que se encuentra escondida en el callejón oscuro que lleva a la catedral de San Juan Bautista de Lyon. Llueve y hay barro en la calle. El cliente toca la campanilla mientras se sacude el agua que ha caído sobre su capa, la puerta se abre y entra, con sus botas sucias, al taller donde lo espera el librero que le ha mandado llamar. Entonces, con mucha delicadeza, el impresor, un viejo de nariz grande y curva que sostiene unos quevedos, saca un pequeño libro del estante donde se guardan las últimas novedades recibidas. Se trata de un tomo de 176 páginas que ha sido editado por ¡Jean de Tournes!, una de las casas más importantes de impresores y libreros del siglo.

El libro presentado lleva el título de Evvres de Lovize Labé Lionnoize, revues et corrigées par ladite Dame. Son las Obras de Louise Labé que incluyen veinticuatro Sonetos, el Debate entre Locura y Amor y tres Elegías. El librito tiene, además, una carta dedicada por la poetisa a Mademoiselle Clémence de Bourges. La misiva, que es la introducción del volumen, defiende el derecho de las mujeres a leer y a expresarse. En ella, la poetisa pide a su amiga que ponga en práctica sus dotes intelectuales, que no se deje marginar, que escriba.

El librero ha dado en el clavo, pues el cliente saca la bolsa y paga contento las monedas de plata que cuesta el volumen que ha estado hojeando.

El lector llega a su casa y se encierra en la biblioteca después de dar orden de que no se le interrumpa. Tranquilo, se sienta en su silla de cuero y abre el libro por la página que da comienzo a los Sonetos. Y lee. Y escucha la música que sale de las páginas de Louise Labé. Y siente que necesita más, que necesita saber quién es esta misteriosa mujer que escribe con tanta pasión sobre dos corazones: «el que arde vivo» y el «corazón verdugo».

Es, entonces, cuando decide indagar sobre la vida de la poetisa. El lector descubre que Louise Labé es hija y esposa de cordeleros, que ha recibido una educación que no estaba contemplada para las mujeres de su época, que conoce el latín y el italiano, que toca el laúd, que sabe artes marciales y que siente pasión por los jardines. El hombre descubre asombrado que Labé estuvo presente en el Sitio a Perpiñán (1542), pues formaba parte de la comitiva del futuro Enrique II de Francia. ¡Ah..!, y también descubre que la casa de Louise Labé es sitio que acoge a los amantes de las letras y las artes. Ella tiene una vida intelectualmente activa.

Al lector le llegan los rumores: «Esa mujer tiene un estilo de vida libertino»; «Calvino anda diciendo que es una plebia meretrix». No hace caso a cuchicheos. Calvino, que es cierto que la difama, ni siquiera la conoce.

Y él lee y vuelve a leer porque, si bien es verdad que en los Sonetos es la mujer la abandonada, él sabe que la poesía no entiende de sexos, no se encorseta, que la poesía tiene un lenguaje universal.

Ella compone sonetos para narrar amores desgraciados por culpa de un alma infiel. El lector la admira porque sufre un amor no correspondido. Y siente cómo los hermosos cuartetos y tercetos de Louise Labé hablan a su alma. Dicen que estuvo encerrado en su biblioteca toda la noche, que la luz de las velas parpadeaban a las estrellas.

Louise Labé murió de peste a los cuarenta y cuatro años de edad y el lector es personaje de mi propiedad.

Veinticuatro son los sonetos recogidos en el poemario de Louise Labé. Los que aquí dejo han sido traducidos por María Negroni y los hago acompañar por el no siempre bienintencionado Cupido.

POEMAS

Cupido, Adolphe Bouguereau.

TRES

Oh dulce empeño, oh esperanzas vanas,
tristes suspiros, lágrimas copiosas
que mis ojos guardaran, silenciosas,
anticipando ríos y fontanas:

oh crueldad, durezas inhumanas,
que el Cielo, en su mirar, estima odiosas:
¿a un corazón transido, oh insidiosas,
pretendéis todavía herir malsanas?

Que más en mí Amor su flecha hunda,
que nuevos fuegos lance y nuevos dardos:
que furia abrace y cuanto mal prepare:

pues tan dolida soy y tan rotunda
herida estoy, que de arribar más dardos
do hacer peor el mal sitio no hallare.

Cupido, Etienne-Maurice Falconet.

SIETE

Morir se ve cuanta cosa animada,
cuando del cuerpo el alma sutil parte:
¿Dónde estás, pues, oh alma bienamada?

No me abandones, ay, a tanta nada:
que rescatarme no sabrá tu arte.
Hurta tu cuerpo, ay, sin demorarte:
dale su parte y su mitad estimada.

Pero haz, Amigo, que no sea riesgoso
este combate, este duelo amoroso,
que el áspero rigor no lo presida,

ni la estrechez, sino la gracia pura,
amable en la cesión de tu hermosura,
otrora tan cruel, hoy concedida.

Cupido, Edmé Bouchardon.

DIEZ

Cuando veo tu porte coronado
en el laúd urdir tan triste canto
que forzar bien podrías con tu encanto
prados, rocas: cuando te veo ornado,

y de virtud sin fin tan ataviado,
que elogio alguno te merece tanto
ni loa del más grande arroja un manto,
medita así mi corazón pasmado:

¿Tanta virtud que te hace pretendido,
y de todos un joven tan querido,
no podría lograr que tú me amaras?

¿Y a tu bondad añadiendo lo encomiable,
el gesto tuyo de apiadarte afable,
que por mi dulce amor tu te inflamaras?

Cupido, Antoine-Louis Chaudet.

TRECE

Si arrebatada en bello seno fuera
de aquel por quien muriendo yo estoy viva:
si la suerte con él quiere que viva
ese tiempo que envidia no interfiera,

si asido a mí, Querida, me dijera,
holguémonos, que Mar embravecida
no habría, ni Borrasca a la deriva
que los lazos unidos destruyera:

si teniéndolo así en abrazo estrecho,
como el Árbol con la Hiedra al pecho,
llegase Muerte, cual celosa diva:

cuanto más suavemente me besara,
y por sus labios mi alma se fugara,
morir dichosa fuera, más que viva.

Cupido, Bartolomeo Schedoni.

DIECIOCHO

Bésame, vuelve a besarme y besa:
dame el beso más tierno, el más sabroso,
aquel entre los tuyos amoroso:
que cuatro yo te diera en ardor presa.

¿Te han dolido? Pues oye mi promesa,
diez más te diera, dulces, por reposo.
Y así mezclando nuestro amor dichoso,
holguémonos, querido, en esta empresa.

Que cada cual su vida duplicare
y experiencia en el otro y en sí hallare.
Concédeme, Amor Mío, esta locura:

si en discreción, yo vivo consumida,
y alegría no abrigo en mi guarida,
que me lance a desmanes sin cordura.

Psique reanimada por el beso del amor, Antonio Cánova.

VEINTICUATRO

No me culpéis, Damas, si hube amado:
si arder en mí sentí uno y mil cirios,
mil trabajos dañinos, mil delirios:
si el tiempo yo perdí al haber llorado,

que no acabe mi nombre censurado.
Si débil fui, mis penas son presidios.
No agreguéis hiel a lo que son martirios:
sabed que Amor, aun no convocado,

sin que Vulcano vuestro ardor excuse,
sin que a un Adonis la belleza acuse,
a vos pudiera herir, enamoradas:

y más que a mí, con ocasión más leve,
y con pasión más fuerte y más aleve.
Guardaos de no ser más desdichadas.

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