MARINA TSVIETÁIEVA
DIARIO DE LA REVOLUCIÓN

«El cabo de una vela danza. Gigantescas —sobre la pared— las sombras de los soldados rojos».

Marina Tsvietáieva no tuvo una vida fácil, así que no esperes que Diarios de la Revolución de 1917 te permita un respiro. Vaya esto por delante, y vaya también que este es uno de los títulos que no olvidarás.

En Diarios de la Revolución de 1917 encuentras la Historia unida a la cotidianidad. La crónica de Marina revela lo que para su pueblo fue aquel 7 de noviembre de 1917, fecha que dio inicio a la Revolución bolchevique —el primer apunte de sus memorias es del 2 de noviembre de 1917—. La guerra por el control del poder, el invierno y los líos entre Kérenski, Lenin, Trotsky y Stalin marcaron, con sangre y hambre, la existencia de los rusos de aquella época.

Marina Tsvietáieva describe la pobreza, la frustración, el descontento y el desconcierto que corroía al país. Escribe con valentía y con ironía, aunque de forma desordenada. Por eso hay que darle tiempo al libro: el que así lo haga será recompensado, pues tendrá el lujo de poder acercarse a la parte de la historia que trajo consigo al régimen comunista —«las sombras de los soldados rojos».

Diario de la Revolución de 1917 es impactante. La autora escribe de sopetón lo que vive, cómo lo vive y cómo lo siente. Sin embargo, no se detiene a juzgar lo que está sucediendo: ¡sólo tuvo tiempo para contar! Sus apuntes recuerdan los de una cronista de guerra.

¡Oh…, pero en medio de la exposición de la angustia diaria, del terror, de la crueldad, de la sarna, del suicidio, de la amistad, del amor… brota el verso! Diario de la Revolución de 1917… ¡es poesía!

Marina Tsvietáieva y su hija Ariadna Efrón, Praga, 1924.

Amigos, aquí les dejo algunas revelaciones de Marina Tsvietáieva para que comprueben la importancia de su testimonio y la grandeza de su decir. Entenderán el por qué de una escritura abocetada y comprenderán por qué he dicho que Diario de la Revolución de 1917 es lectura que no olvidarás: Diario de la Revolución de 1917 es el patrimonio que la prosista y poeta rusa legó a la humanidad.

DIARIO DE LA REVOLUCIÓN DE 1917

Sobre las necesidades:

«Acaso existe actualmente en Rusia (…) un observador y contemplador verdadero que pudiera escribir un libro verdadero sobre el hambre: el hombre que quiere comer —el hombre que quiere fumar —el hombre con frío —sobre el hombre que tiene y no comparte, sobre el hombre que no tiene y comparte, sobre los antes generosos —ahora mezquinos, sobre los antes roñosos —ahora desprendidos y, finalmente, sobre mí: poeta y mujer sola, sola, sola —como un roble —como un lobo —como Dios —en medio de tantas pestes en la Moscú del año 19».

Sobre el hambre:

«Las tiendas de alimentación ahora se parecen a las vitrinas de las peluquerías: todos estos quesos —jaleas panes de Pascua, no están más vivos que las muñecas de cera. El mismo ligero espanto».

Sobre la muerte:

«(El féretro: el punto de confluencia de todas las soledades humanas, soledad última y extrema. De todas las horas la hora en que hay que amar de cerca. Estar justo sobre el alma).
»Señor, si él fuera mío (es decir: ¡si tuviera yo derecho!) cuánto me habría quedado, y mirado, y besado, cuánto —cuando todos se hubieran ido —habría hablado con él —¡a él! (…). ¡Aún no ha tenido tiempo de no estar!, cómo le habría relatado, por última vez, la tierra».

Sobre comida:

«Las patatas están en el suelo: ocupan tres corredores. Las del final, las más protegidas, están menos podridas. Pero no hay camino a ellas que caminar sobre ellas. Y así: descalzos, calzados. Es como andar sobre una montaña de medusas. Hay que cogerlas con las manos: tres puds. Aún congeladas, se pegan unas a otras en racimos monstruosos. No llevo cuchillo. Y, desesperada (no siento las manos) —las que sean: aplastadas, congeladas, reblandecidas… en mi saco ya no caben más. Las manos, ateridas, no consiguen atarlo. Valiéndome de la oscuridad, me echo a llorar pero de inmediato paro (…)».

Sobre la gratitud:

«… Cuando doy pan a alguien, lo doy a un hambriento, es decir a un esófago, es decir no a él. Su alma en esto no tiene nada que ver. Puedo darlo a cualquiera —y no soy yo quien da— es cualquiera. Es el pan que se da a sí mismo. Y no quiero creer que cualquiera, al dar a mi esófago, exija por ello algo de mi (o mi) alma».

Sobre los comunistas:

«El cabo de una vela danza. Gigantescas —sobre la pared— las sombras de los soldados rojos».

Una pizca de su sentido del humor:

«(…) ¡Ah, a propósito de Kérenski! Conservo un regalo: una libretita turquesa de cartón con el borde dorado, la abres: a la izquierda un espejito roto, a la derecha —Kérenski. Kérenski, que noche y día se mira en los añicos de sus esperanzas. Recibí esta reliquia de la nana Nadia, a cambio de un espejo verdadero, entero, sin Dictador».

PINCELADAS SOBRE SU VIDA

Sus hijas Ariadna e Irina.

Marina Tsvietáieva nació el 8 de octubre de 1892 en Moscú, en el seno de una familia culta y económicamente solvente. Tuvo tres hijos con Seguéi Efrón, un oficial del ejército imperial que fue fusilado en 1941 al ser acusado de espionaje y de haber participado en el asesinato del hijo de León Trotsky.

Ariadna Efrón, una de sus hijas, apresada junto con su padre y liberada en 1955, fue quien conservó los manuscritos de Marina. Irina, la otra niña de la poetisa, murió de hambre en un orfanato. La madre, desesperada, la llevó allí pensando que así la salvaría de la hambruna, pero se equivocó y tuvo que cargar con esa pena.

Marina Tsvietáieva con su hijo Georgui Efrón, Francia, 1935.

Hago un aparte con su hijo Georgui Efrón, que la acompañó siempre. Georgui escribió un diario, como su madre. En él describió el día a día de su familia: las amistades que visitaban la casa, el hambre, las preocupaciones, la incapacidad de su progenitora para adaptarse a la nueva situación política, los autores censurados, la llegada de los nazis… Comenzó el diario con 14 años y en él recogió los últimos cinco años de la vida de Tsvietáieva. Georgui la acompañó a Yelábuga, sitio al que fueron destinados, cuando evacuaron Moscú.

Georgui Efrón fue el único apoyo de Tsvietáieva. El joven murió con 19 años.

Al comienzo de la Gran Guerra Patria (El Frente Oriental), Marina fue enviada, junto con su hijo, a Yelábuga, Tartaristán. Estaba en la más absoluta miseria y sin posibilidad de trabajar. Marina tocó muchas puertas, pero el miedo volvió ciegos y sordos a los que, en otros tiempos, no habían renegado de ella. Sin embargo, toda regla tiene su excepción, y en la vida de Marina hubo una persona que no la abandonó y que la ayudó a encontrar trabajo como traductora —mal remunerado y ocasional, pero trabajo—. Esa persona fue Borís Pasternak.

El 31 de agosto de 1941 apareció ahorcada en su casa. La versión oficial dijo que fue un suicidio, pero algunos testigos dijeron ver a policías de la Seguridad del Estado entrando en la vivienda. Tenía 48 años cuando falleció. Su último hogar es ahora un museo, cosa que no es de extrañar: sucede con mucha frecuencia que le dan al muerto lo que le negaron en vida.

Theodor Adorno, el filósofo alemán judío, se preguntó en relación al Holocausto: ¿Es posible la poesía, el arte, la música, la arquitectura o el teatro en el mismo sitio que el sufrimiento? Mi respuesta es que sí, pues también late el espíritu en la desolación.

Diarios de la Revolución de 1917 se encuentra dentro del catálogo de la editorial Acantilado y ha sido traducido por Selma Ancira, quien ha incluido notas que enriquecen el contenido del libro.

ORACIÓN EN LA VOZ DE
Тамара Гвердцители
(Video con imágenes de la vida de Marina Tsvietáieva.)

¡Cristo y Dios!, ansío un milagro.

ENLACES RELACIONADOS

Ajmátova y Tsvetáieva. Poemas.

Mijaíl Osorguín. “La librería de los escritores”.

Judas Iscariote y otros relatos (Leonid Andréiev).

Anna Ajmátova. En la negruzca neblina de París.

Nikolay Gumiliov. Poemas.

La última posada (Imre Kertész). Un grito de advertencia al hombre actual.

Los vagabundos (Máximo Gorki). Novela.

Los huevos fatales (Mijaíl Bulgákov).

En la colonia penitenciaria (Franz Kafka).

Mendel el de los libros (Stefan Zweig).

Jenny Marx. «Breves escenas de una vida agitada».

El catecismo revolucionario y los demonios: Bakunin, Nechayev y Dostoievski.

Poesía ucraniana del siglo XX. Poemas.

Los evangelistas de la muerte.

Hijo de este tiempo (Klaus Mann).

¿Por qué la guerra? (Albert Einstein y Sigmund Freud).

El cuaderno de los bocetos de Auschwitz.

Títulos sobre el Holocausto.

El papel de mi familia en la revolución mundial.

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury).

La máscara de Dimitrios (Eric Ambler). Película.

El arte en revolución. De Chagall a Malévich.

Had Gadya (El Lissitzky).

El problema de la libertad (Thomas Mann).

Revolución y libertad (Georges Bernanos). Texto.

La buena memoria (Belkis Cuza Malé).

Inferno (Reinaldo Arenas). Poemas.

Los niños del «Caso Padilla».


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