MÁS ALLÁ CANTA EL MAR…

«—¡Andad! —Y él andaba. Y juntos le apedreaban,
los que ayer le siguieron y los que le negaban».

Campesino con gallo, Mariano, 1945.

1

Los camellos bebían en la fuente del parque. Gaspar, disfrazado de bibliófilo y rebuscando entre los estantes de una librería de esas que llamamos «de viejo», escuchaba las últimas peticiones de las cartas que Melchor leía a Baltasar. Entre esos reclamos estaba el mío: yo ansiaba un poemario que me sorprendiera tanto que no me dejara dormir. El tiempo, que ya deshilachaba los sueños del año anterior, debió decirle a los Reyes que me había portado muy bien. Creo que fue así, pues el amanecer del 6 de enero me sorprendió leyendo Más allá canta el mar… —lo encontré al lado de una botella de ron que la noche anterior, entre turrones y mazapanes, había dejado medio llena y, ¡oh…, sorpresa!, ahora estaba vacía.

Hoy tengo entre mis manos el libro que tanto deseaba. Lo he leído y releído varias veces y he pensado, a pesar de las horas que me llevará —quince capítulos componen Más allá canta el mar…—, que debo trasladarlo aquí para que puedas disfrutarlo como lo hago yo, pues es tan difícil de hallar como grata es la tarea de hurtar poetas a la umbría —Regino, este trabajo de chinos ha sido para mí un placer.

2

En 1934, Regino Pedroso era redactor de La Palabra, el primer periódico oficial del Partido Comunista de Cuba; poco tiempo después fue consejero de la revista Masas (1934-1935), semanario dirigido por la Liga Antimperialista Cubana.

En 1935, el Tribunal de Urgencias lo acusó por hacer «propaganda sediciosa». Regino fue condenado a seis meses de cárcel, que el vate describió «como el primer canto del libro inmortal de Dante».

En Vida y sueños (1972), Regino Pedroso escribió sobre su paso por la prisión: «Vi el rostro informe de la angustia y llegué a pensar que en la vida hay cosas más dolorosas que el hambre y más desesperantes que el miedo a la muerte.»

Más allá canta el mar… recibió el Premio Nacional de Poesía en 1938. El jurado estaba integrado por los poetas Agustín Acosta, Eugenio Florit y el profesor de literatura Raimundo Lazo. El laudo fue por unanimidad.

Regino Pedroso se pregunta en Vida y sueños: «¿Por qué y para qué nací?». Y su obra responde que nació para tejer y destejer la historia del hombre de a pie que carga con su larga sombra.

Mujer con gallo, Mariano, 1941.

3

Más allá canta el mar… es el libro que pedí a los Reyes. Copio el poema respetando los signos y los acentos de Regino, lo digo porque a día de hoy algunas normas de escritura han cambiado. Manejo la primera edición, publicada en La Habana en 1939 por La Verónica, imprenta de Manuel Altolaguirre.

Acompaño Más allá canta el mar… con los gallos de Mariano. Regino Pedroso (1896-1983) y Mariano Rodríguez (1912-1990) compartieron ideología. Regino llegó a un acuerdo con el mar para escribir su poema y Mariano dio al gallo —chulo cantante de amaneceres e icono del campo cubano— protagonismo en sus lienzos.

Amigos lectores, los dejo con el ensayo antropológico que Regino Pedroso vistió de versos.

MÁS ALLÁ CANTA EL MAR

«¿Qué dirás de la vida?»

Gallo blanco, óleo sobre tela, 1961.

I
EL ALBA

Y era el mar! Y era el mar!
Y era el mar de la vida,
azul, risueño, inmenso!…

Bajo cielos de siglos voces liberadoras
velámenes de púrpura desplegaron al viento;
cada mástil fue un vuelo hacia más altos rumbos;
cada estandarte un sueño;
cada prora un relámpago de luz que fuera abriendo
camino hacia el mañana;
cada brazo una antorcha;
cada grito un incendio;
cada golpe de remos un himno a la victoria;
cada vela una aurora de sol que empavesara
las naves de oro y cielo.

Y todos, con voz única, un ancho canto unánime.
Y todos, un clamor de alas desplegadas
en vuelo por los siglos soñando un mundo nuevo!

Y en el palo mayor, en lo más alto,
vigía de horizontes,
el filo de mi voz iba cortando el viento:
«¡El alba, marineros; todo el futuro vemos!…»

Y era el mar! Y era el mar!
Y era el mar de los sueños!

Pelea de gallos, óleo sobre lienzo, 1943.

II
Y FUE EL TUMULTO…

Y fue el tropel!
Y fue el tumulto!

SIGLOS lanzando picas,
miserables, desnudos;
mordiendo tierras ásperas,
rompiendo cielos duros;
de sed el labio seco;
cortante y recio el puño;
galopando infinitos
sobre el brutal tumulto;
días nuevos alzando
en los hombros robustos;
en selvas milenarias
abriendo ruta al mundo…
¡Siglos lanzando el grito,
de pie, con los escudos!

Siglos en lid de ansias
contra los altos muros;
estrellas disparando
hacia cielos profundos;
contra torres feudales,
sueño, pupila, puño;
contra cadena esclava,
las iras de los muchos;
garganta impura abriendo
para cantos desnudos;
incendiando los mares
con la llama del músculo…
¡Siglos de pie en la noche
despertando al futuro!

Siglos la voz rajando
la tierra en anchos surcos,
para regar simientes
de destinos más justos.
Fuertes como los árboles;
como los ríos, puros;
como caminos claros
hacia más altos rumbos.
Siglos en el esfuerzo,
locos, divinos, brutos,
asaeteando a la muerte
con arcos de impulso…
¡Eternidad del hombre
cayendo en los escudos!

Siglos la sangre ardiente
desbordando del muslo;
tiñendo en cada tarde
rosas en los crepúsculos;
pupilas apagándose
bajo plomos oscuros;
alas batiendo el vuelo
en la cárcel del mundo;
sufriendo en carne propia
dolor de ajenos músculos;
hinchando al viento el canto
por los ríos del júbilo.
Siglos frente a la noche
cayendo en los escudos!
¡Bronce de la luz clavando
su grito en el futuro!

Era el tropel!
Era el tumulto!

Galló, óleo sobre tabla, 1986.

III
LAS AGONÍAS

A Manuel Altolaguirre

¿En dónde está tu obra? ¿Por qué no descendiste?
Tú lo pudiste todo… ¡Pero tú no viniste!

1

PRIMERO fué la voz bajo las cosas…
Luego en noches de amargas realidades,
naufragio de los sueños y las rosas.

Pasaron por los días tempestades
que no vieron los ímpetus pasados.
Y en tierras ya desnudas de verdades,

voces puras y apóstoles negados,
bajo falsa deidad que resurgía,
fueron en carne y luz crucificados.

¿Quién oró por hermano en agonía?
¿Quién oyendo su voz, su voz dió al viento?
¿Quién su vaso de amor dió al que moría?

Nadie ya desnudó su pensamiento.
Bajo palabra infiel, con gesto duro,
puñal de sacrilegio entró violento

en verbo de Verdad y en sueño puro.
Albas de luz sus alas recortaron.
Y arcángeles terrestres sollozaron
en agónicos cielos de futuro.

2

Cantos nuevos y gritos naufragaron
en oscuras miserias cenagosas;
sobre altares de fe comercio alzaron

mercaderes de bocas mentirosas.
Todo fué descendiendo, en agonía,
los sueños y las ansias tumultuosas,

la voz de iluminada profecía;
y días destrozados de lamentos
vieron en su dolor cómo corría

siempre abajo un raudal de sufrimientos.
¿Quién no vió naufragar la tierra ansiada?
¿Qué pudo ya la barca ante esos vientos?

Sobre angustia de vida traicionada,
miraron las pupilas, con espanto,
fraternizar la espada con la espada.

Engrosando la mar ríos de llanto,
bajo los gritos jóvenes, vencidos,
toda la mar se hinchaba de gemidos…
¡Guillotina en la voz, sangraba el canto!

3

¡Primaveras de sueños! ¡Primaveras
de voces que fatídicas cuchillas
cercenaron en días de quimeras!…

Aún quedaban ansiosos de semillas,
surcos para la mano sembradora,
promesas de futuros en las trillas.

Mas la lluvia cesó… ¡Pasó la hora!
Quemadas por un sol de hierro y fuego,
ardieron las simientes, sin aurora.

Hombres de voz de arcilla fueron luego,
los que andando sin fe por tierras muertas
anunciaban la luz con ojo ciego.

Bajo día son sol, albas inciertas
vieron campos de hueso calcinado
y ciudades de sueños, ya desiertas.

Y en su miseria negra, mutilado,
después de tanta voz de profecía,
galeote milenario de agonía,
el hombre con su grito, encadenado.

Gallo rojo, óleo sobre lienzo, 1964.

IV
ELEGÍA EN EL MAR

Y era el mar! y Era el mar!
Y era el mar de la vida,
profundo, vasto, negro!…

Mar enorme, sin límite,
infinito en el tiempo!

Mar de la vida! Mar de la vida!
Mar sobre el que volaron mi anhelo, mi esperanza,
y el ímpetu infantil de mis más altos sueños,
cuando los anchos vientos, como ligeros potros,
impulsaron mi barca por tus llanuras líquidas
a líricos mañanas y a grandes mundos cósmicos.

Cabalgando en el lomo de tus corceles ciegos,
por años vi la negra deidad de tus oleajes
la voz cortarme, oscura, apagarme el aliento,
hacerme prisionero en abismos de odios;
ahogar mis ojos en noches de soledades;
y naufragar, muriendo, cada día muriendo,
viste a mi fe en tus olas inmensas sepultarse.

Por los caminos anchos de amaneceres trémulos,
partir me viste un día a conquistar mañanas…
Y hoy me ves regresar vacío de alegría,
vencido en mi fe alta y en mí mismo, vencido.

Mar por donde angustiado,
juguete del destino, del oleaje y los vientos,
vagué errante, llevando como una brizna inútil,
sin palabras, sin sueños,
sin vida en el vencido cansancio de mis músculos;
y seguido en las noches del trueno del espanto
y el ansia de mi anhelo.

Ante tus grandes furias
y tu enorme potencia,
vi lo débil del músculo,
lo inútil de mi canto,
lo vano del orgullo;
desatando las fuerzas de las esclavas cosas,
vengativo y colérico,
igual que barca frágil mi espíritu quebraste;
de amarga sal llenaste el hambre de mi boca;
hiciste de mis ímpetus sólo despojos yertos;
mas así aún veía el grito de mis ojos,
rosas de cielo, blancas, estallando en espumas;
voces de eternidades cantar en tus oleajes;
astros nuevos surgir del fondo de tus aguas;
volar por tus llanuras crepúsculos gigantes;
como pupilas cósmicas abrirse auroras nuevas;
y aún dabas a mi vida una tan grande ansia,
que recorriendo días, eternidad y espacio,
hambrienta de infinito siempre tuvo más hambre!

Mar de la vida! Mar de la vida!
Mar que me viste luego,
más que a mortal alguno, desdichado y desnudo,
solo, sin fe, sin dioses,
luchando contra el odio de tus muertes salobres,
preso en sombrío abismo y en el ansia del vuelo,
y sin otro poder, bajo un cielo de siglos,
que un gran dolor de hombre!

Y era el mar! Y era el mar!
Y era el mar de la vida!
¡Bajo rosas de espumas, cementerios de ensueños!

Gallo con girasol, óleo sobre lienzo, 1979.

V
TRES CANCIONES

(En una sola canción.)

1

ERA el alba.
Rosas de rosa.
Polvo de oro flota en las alas de las auroras.
Alegre río salta en las piedras
como en un juego de ondas fugaces.
Peces ligeros, como los sueños.
De seda y vuelo llenan los ojos las mariposas.
Sobre las charcas, barquitos breves.
En las mañanas, bestias que pacen campos de nieve.
Una pelota, como un impulso, saltando al cielo.
Risas que estallan como cristales de luz, que cantan.
Sueña la lluvia.
Ríen los nidos.
Suena en el aire flauta de plata.
¡Campana alegre!
¡Campanas blancas de amaneceres sobre la vida!
Cuento encantado en el regazo de las caricias.
Fuga de llantos que apenas dejan tempranas huellas.
Sobre la boca, un beso: ¡Madre!…
¡Padre!… (el recuerdo pasa de un viaje)
Y por las calles,
—ríos cantantes de ondas piedras—
fusil al hombro, palo de escoba —caballo al trote—,
feliz al tiempo, feliz al mundo, feliz al viento,
bajo la infancia de albas sonoras
un niño corre.

2

¡Sudor y hierro!
¡Andrajo y pena!…

El sueño azul ha suspendido el canto.
Soy el ayer ingenuo, el hoy amargo,
el mañana sin horizonte;
largo de eternidad sobre los campos.

¡Andrajo y pena por los caminos!
¡Sudor y hierro bajo los astros!

Sobre los surcos, andrajo y pena!
Por los inmensos campos de caña,
frente a los oros de los paisajes,
pena y andrajo!

Sudor y hierro!…
Juntos conmigo otros marcharon,
marcharon otros,
regando músculos,
dando sus días por los senderos;
dando sus ojos, sus noches dando;
golpeando todos el mismo yunque;
todos uncidos al mismo carro…
¡Sudor y hierro!

Sepulcros grises fueron dejando
sus pasos breves…
¡Marineros…! ¡Compañeros!

¡Clamor y sangre!
¡Angustia y sueños!

Luego más tarde otros llegaron;
llamas de ansias, voces de incendios;
juntos marchamos bajo la noche,
gritamos juntos nuestros anhelos;
todos un canto,
un grito todos;
todos un alma;
carne de un todo sobre la tierra;
todos pedazos de un mismo cielo;
todos un día mundo futuro…

¡Clamor y sangre!
¡Angustia y sueños…!

Unos partieron, quedaron otros…
Por días grises al viento extraño,
otros, más tristes, hoy van regando
dolor de sueños.

¡Compañeros…! ¡Marineros!

Polvos de llantos mis ojos ciegan.
Soles negreros queman mi espalda.
Cansancio, hambre,
grito y olvido.
Peregrinar sin rumbo…
Y en la agonía de los caminos,
cantando al viento,
un hombre sangra.

3

Más siempre dulce,
en mi amargura
hubo una fuente para mi sed.
¿Por qué mentir?…
Bocas amadas, bocas soñadas, bocas gozadas
y deseadas con honda fiebre jamás calmada…
¿Por qué mentir?

¡Mujeres dulces, mujeres buenas!
Sobre las hambres de los caminos,
sobre las llagas del sufrimiento,
sobre la angustia del desencanto,
por sobre el niño que siempre fui…
¡Mujeres dulces, mujeres buenas!…
¿Por qué mentir?

Unas pasaron
como esas naves, luego olvidadas, que un día partieron;
—¡adiós brumoso en el naufragio de los recuerdos!—
otras quedaron adormecidas cantando en puerto…
Como la hebrea,
unas me ungieron, toda su alma, como un ungüento de amor y bien
—maná que calma todas las ansias,
agua que apaga toda la sed—;
otras me dieron en goce ardiente sensual, la viña de su embriaguez,

Bocas que a un tiempo supieron darme
gozo y sufrir;
la risa, el llanto,
el ruego ardiente, la maldición,
la entraña viva del sentimiento;
todo el ensueño, toda la llama, toda la hoguera, todo el misterio…
Y en el milagro de un beso breve,
infinitud de vida
y eternidad de muerte!
¿Por qué mentir?…
También dolor!
¡Más todavía la que he soñado sueña en mi sueño!

….

Lloran los remos, lloran los remos
cortando el agua…
Y en la agonía de los crepúsculos,
canta el recuerdo.

Gallo,  técnica mixta sobre papel, 1980.

VI
ELEGÍA SEGUNDA

DÍAS de muerte pasaron, cual los ríos,
a perderse en las riberas de los tiempos!…

Noche oscura, de angustia.
Mar negra, sin orilla,
miro pasar tus olas siempre tristes, iguales,
como iguales, sin gloria, van pasando los días.

¡Ah, lo que soñé!
¡Ah, lo que canté!
¡Ah, lo que anhelé afanoso, enloquecido y trémulo,
de pie, frente al rebaño de días miserables!

¡Ah mis ojos, mi boca, mi carne!
En horizontes de algas se apagan mis pupilas;
por ondas de cenizas muriendo van mis manos;
mi voz, antaño unánime, va cada vez más sola;
y en esta mar de angustia,
esclavo grito, esclavo de días miserables.

Caracolas podridas soplan junto a mi oído;
en rocas calcinadas míseras bestias pacen;
se anemian los crepúsculos de rosas amarillas;
y en resacas fangosas y arrecifes de olvidos,
las voces precursoras que domaron los vientos
mueren a un sol de plomo en cruces de agonías.

Ruedan por aguas muertas las ansias milenarias
que una aurora engañosa hoy viste de oro incierto,
y voces desangradas en bajamar de tardes,
y manos mutiladas por el filo del viento,
y un clamor, y un soñar, y un morir,
—¡y un cruel morir inútil!—;
todo en un gran tumulto de días miserables.

A veces del rosario sombrío de aguas mansas
una ola se eleva más alta, más potente.
—¡Esa es —increpo al viento—; esa es la ola
ancha de luz, rebelde, que se alzará en los días
con libre voz futura y fuerza más gigante!
Y en la manada de ondas que azota rudo el cierzo,
no hay más que una agonía de días miserables.

Sin embargo, ¡quién sabe qué vendrá de allá lejos!
De allá donde se aplasta el ojo contra el cielo;
de allá, de aquel tumulto de multitudes de olas
libres de calma inerme y escollos traicioneros…
Mientras, sobre estas aguas que arrastran mi destino,
todo lo dudo, todo lo amo, todo lo odio, lo niego todo…!
Y en mi noche de angustia,
miro al cielo y los astros…
Y aún me estremezco… ¡y sueño!

Gallo, acuarela sobre papel, 1942.

VII
TIERRAS Y HOMBRES VAN PASANDO…

TIERRAS de sol de incendio,
resonantes de espumas y cantos marineros;
tarde de ocaso de oro prendidas a las costas;
vientos huracanados despeinando las selvas;
diamantes gigantescos ardiendo en cielos anchos;
llanuras infinitas, como inmensos Pacíficos;
lunas de espejos de agua colgando de los árboles;
montañas incendiando sus cráteres de gritos.

Gestas filibusteras y leyendas corsarias
cantan la historia viva de las noches oscuras;
sombras conquistadoras de cruces y de lanzas
aún pasan por las calles clavando voces rudas.

Asaltos y despojos;
cada día, matanzas;
feroces, el cuchillo del mando entre los dientes,
pasan piratas hoy y mañana caudillos
apuñalando sueños y abriendo las gargantas.

Aún ahí sueña el indio
—desnudez, tez de cobre y larga cabellera—,
una paz de laguna y opulencias incaicas
y un esplendor de plumas siboneyes y aztecas.
Follajes, como noches de ferias y de música,
esparcen a los vientos su escándalo de nidos;
devoran los jaguares las siestas tropicales,
mientras flotando al sol acecha el cocodrilo.

Ríos anchos, enormes,
por donde van rodando piraguas, pueblos, razas,
cafetales, bosques de cocoteros…
naufragios de islas vírgenes bajo huracán de cañas…
vegas de hojas de ámbar que el viejo sol del trópico
quema en la pipa roja de las mañanas cálidas.

Ahí también viven los hombres de oscura tez de noche
y fuertes dientes blancos,
que cantan sus sensuales canciones de amargura
—pesadilla negrera en derivar de barcos—
y van sangrando penas y encaneciendo injurias,
mientras el buey arrastra sus belfos por los campos.

Tierras de selvas anchas donde se pierde el ojo
sólo viendo la pompa grandiosa de los árboles;
donde no se oye más que el clamor de los vientos,
y ciclones de potros,
tempestades de ríos…
Pero donde también,
en apretados mazos de espaldas miserables,
pasa el montón informe del humano rebaño
sintiendo día y noche el látigo estallante.

Por inmensos maizales, caucherías y minas,
los cuerpos van dejando sus arroyos de sangre;
mientras de sed amarga muriendo van las bocas
por los ríos de oro de los cañaverales.

Oh tierra inmensa, única,
de vastos cielos cósmicos y grandes horizontes!
Mientras el sol del trópico
derrama por tus selvas sus rebaños de llamas,
desde mi nave náufraga
voy cantando en tus días, voy soñando en tus noches.

Y pasan sombras, barcos,
vuelo de flecha indígena en cielos primitivos,
la gran cruz de la fe,
hogueras y matanzas,
altas estrellas y muertes corriendo por los ríos.

Colones y Pizarros;
lanzas conquistadoras;
bucaneros, piratas;
caciques, caudillos;
líderes tropicales;
máuser imperialista
—¡siempre contrabandistas!—
(Alguna vez un cambio:
por el fusil, el dólar;
por el látigo, el sable).
Chusmas, negradas, parias;
caricaturescas turbas de democracia…
América indígena, colonial,
triste América de fe republicana,
tus cuatrocientos años van pasando a mis ojos,
van pasando, pasando…
Ansias, tinieblas, voces…
Sombras iluminadas sobre fondos oscuros;
flamear de antorchas vírgenes por Andes y picachos;
verbos de ardientes llamas incendiando las nubes;
galopar de pezuñas sobre días volcánicos.
Gritos, abismos, cumbres…
Esclavitud del hombre en selvas milenarias.
Siempre un clamor de hambre.

Frentes iluminadas;
alas de vuelos vírgenes;
ojos de fe, llameantes, ardiendo en filo heroico;
héroes, poetas, mártires;
oro, petróleo, caña;
tinieblas, albas, voces…
Turbamultas espesas y apóstoles agónicos…
Todo en brutal torrente de locura y de sangre!

¡Tierra de mar y sol, América!
Ayer sobre tu suelo regué mis días, fiebres, sudor de amaneceres;
hoy te dejo mis ojos colgando en tus mañanas,
y allá en tus cielos anchos,
con mis ojos sin luces,
un naufragio de sueños en la angustia del canto!

Gallo, técnica mixta sobre papel, 1979.

VIII
EL CÍCLOPE

ALLÁ, sobre el mar, en ciudades babélicas
que al mismo cielo retan alzando hasta él sus hombros,
vive desde los días del Mayflower un cíclope,
recio como la época, sólo adornado de su oro.

Desde que canta el alba hasta la paz nocturna
lo ven los pueblos, míranlo los hombres con asombro,
férreo y brutal, soberbio, al pie de sus retortas,
con manos gigantescas fabricando su oro.

Un gran clamor ciclópeo, civilizado y bárbaro,
se oye cuando resopla su pecho de coloso;
se aplastan las montañas, los itsmos se hacen mares;
y él crece, y crece, y crece en su opulencia de oro.

En su ambición creciente de subyugar los días
conquista tierra, cielo, y agua y espacio, y todo
lo que su mano toca, lo que su ojo abarca…
Y todo ante su aliento se hace milagro de oro!

Amontonando su oro lo vieron sus bisontes,
su piel roja, su Oeste, sus robles poderosos;
su Mississippi ancho, negro de sombra esclava;
Poe y Walt Whitman viéronle siempre su oro.

Devorador de tierras. Islas y Continentes
suben hasta su barba de hierro, y a su antojo,
los destinos de América se oprimen en sus puños,
y de sus puños saltan sus Niágaras de oro.

Ciudades populosas, de fábricas y bancos,
de un golpe lanza al viento, y siembra el campo todo;
y luego por los siglos lo ven soles, y águilas,
con manos poderosas cosechando su oro.

Conduce pueblos dóciles igual que un gran rebaño;
y mientras que en sus ubres ordeña su petróleo,
viendo surgir, rapaces, garras competidoras,
construye monstruos bélicos para su paz de oro.

Vigila. Cual un dios, celoso de sus dones,
sólo a sus elegidos prodiga sus tesoros;
días para vivir, granos para sus hambres;
lumbre para sus noches y el goce de su oro.

Bajo sus plantas pasan las densas multitudes
cargando un dolor bárbaro que muerden días sordos;
él las mira y, magnánimo, les riega sus migajas;
pero en su gruta hinchada oculta más su oro.

Alguna vez reposa. Y entonces, satisfecho,
frente a la paz del cielo feliz ríe su rostro;
bebe su whiskey; dice sermones democráticos;
y se adormece, justo, cantando salmos de oro.

Gallo, óleo sobre lienzo, 1956.

IX
LA VOZ DE LA TIERRA

ENROJECE la mar. Sombras de apocalipsis
cabalgan por los vastos caminos de los mares.
Tiembla la tierra y sólo se escucha un grito bárbaro.

Metal bajo el quemante metal de los escudos,
con sus clamores bélicos, brutales y desnudos,
bajo la noche pasan tropeles de hombres rudos.

Pasan como las olas, en multitud rugiente;
rompen contra los días; y un clamor de amargura
en las gargantas clava las uñas del espanto.

¿Hacia dónde caminan?… No los detiene nada.
Desde el fondo sombrío de noche desolada
avanzan bajo el símbolo de sangre de la espada.

El ojo gris del cielo ve sus faces, sus cruces,
anochecer en siglos la aurora de la vida;
como huracán de hachas pasar por las ciudades.

Y pasan, pasan, pasan…! El cruel tropel guerrero
pasa hundiendo en los días sus pezuñas de acero.
Y entre sombras de muerte va el hombre, prisionero.

Gime una raza hoy; un pueblo más allá sucumbe;
y el caballo de hierro, con su cola de llama,
hunde en aguas de angustia los cascos del pasado.

Y un gran grito de espanto y un clamor de agonía
sobre la mar se ensanchan creciendo cada día.
Y el corazón del mundo muere sin alegría.

¿Adónde ante esta noche que avanza desolada
irán los ojos vírgenes que vieron las auroras,
y los sueños desnudos que fueron niños-cánticos

que el mar bañó de albas en playas de quimeras?…
Desde los cielos llegan las muertes traicioneras.
Y un filo de tormenta corta las primaveras.

Y pasan, pasan, pasan…! Y el cruel tropel sangriento,
que hace arder las mañanas en bárbaros tumultos,
en la carne del mundo clava brutal la espada.

Hasta la cruz la hunde; corta su amor, su canto;
abre en sus ojos lívidos negros cielos de espanto,
y los surcos anega con oleadas de llanto.

Y de la herida sale, en clamor de amargura,
una voz sobrehumana que en el viento maldice;
y por día de muertes va el grito por la tierra:

«¡Por las albas que hoy cortas, serás siempre maldita!
¡Por las gargantas vírgenes que desangras, maldita!
¡Por el odio que siembras, serás siempre maldita!
¡Por los sueños que hoy mueren te hará mi voz, maldita!»

Gallo amarillo, óleo sobre tela, 1956.

X
ELEGÍA DEL HOMBRE INFINITO

(A José Z. Tallet)

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo
y la primera tierra se fueron, y el mar ya no es.
APOCALIPSIS

LO he soñado quizás o acaso lo he vivido.
Pero en alguna tierra morir al Hombre he visto.

Alguien gritó: —¡Es él! Y allá, desde lo oscuro,
se alzaron muchas piedras, y se hizo sordo el mundo.

—¡Prendedle! ¡Lapidadle! —Llovían los guijarros;
pero más dura le era la piedra de su hermano.

Buscó con la mirada a aquellos sus discípulos,
y solo se encontró, solo allí, con él mismo.

—¡Andad! —Y él caminaba con pies ensangrentados,
entre voces de hierro y tumultos esclavos.

—¡Decid a qué vinísteis! —vociferaban muchos;
mas sus ojos vagaban por no sé qué futuro.

—¿De qué raza venís? —le preguntaron otros.
Pero él parecía sufrir dolor por todos.

Iban cruzando tierras cortadas en parcelas,
que eran como sepulcros cubiertos por banderas,

y en donde florecían por senderos de hambre,
en vez de espigas pródigas, las cruces sepulcrales.

Y avalanchas de espectros surgían de las fosas;
mas eran ya sin patrias, sin color… eran sombras!

Y no tenían ojos, ni manos, ni palabras…
Sufrieron… ¿por qué cosa?… ¡ya no sabían nada!

Soñaron ser acaso sin amo y sin miseria,
y todavía, espectros, halaban sus cadenas.

Antes fueron el grito, la esperanza y el canto;
pero allí sólo eran los sueños mutilados.

Desde lejanos siglos llegaban a ese abismo
entre tronar de espadas y tempestad de himnos.

Y de allí se escuchaba rugir siempre un torrente
que al mundo sepultaba bajo oleadas de muerte.

Y niños y mujeres flotaban en sus aguas;
y un triste amor humano en ellas naufragaba.

Y este espectral cortejo eterno se acrecía,
con avalanchas de otros fantasmas que surgían.

Y éstos eran aquéllos que en bélicos tumultos
pasaban como trombas de hierro por el mundo.

—¡Andad! —Y él andaba. Y juntos le apedreaban,
los que ayer le siguieron y los que le negaban.

Escuchaba sus voces: —¡Nunca amor te tuvimos!
¡Matadle! ¡Lapidadle! ¡Jamás contigo fuimos!

Y él marchaba, seguido de voces negadoras,
como ayer le siguieron grandes sueños de auroras.

A su lado corría un gran tumulto oscuro
que venía de atrás y andaba hacia el futuro.

Era como un gran río sin cauce, sin camino:
pero corriendo siempre a no sé qué destino.

Y había hombres rudos, de mano ensangrentada,
que intentaban cortar el río con la espada.

Y otros que en un instante querían ensancharlo,
y luego bruscamente ansiaban estrecharlo.

Y las bocas hambrientas que vivían del río,
bebían cielo a veces, y, otras, un lodo frío.

Mas todos, pareciendo ausentes de memoria,
a ratos intentaban hacer del río noria,

y como ciegas bestias darle vuelta querían…
¡y siempre los de atrás la primer voz seguían!…

Pero todos rodaban por el mismo camino,
como el tumulto oscuro, a no sé qué destino!

—¡Andad! —siguió el clamor. Y él, triste, caminaba
entre enemigos de hierros y ayer voces hermanas.

Sereno en el crepúsculo, sin una voz, ni un grito;
alargando su sombra cual si fuera un camino.

A su lado y detrás iba la muerte haciendo
de cada hombre un túmulo, del mundo un cementerio.

Y los hombres rodaban con el fuego en las manos,
hermosos, fulgurantes, como si fuesen astros.

Mas, lo mismo que ayer, generosas sus vidas
prendían a los vientos sin ver qué cosa hacían.

Porque las mismas manos que antes derribaran
los ritos del pasado, luego desenterraban

los sepultados ídolos, y en noche de mentiras
hacían del dios muerto mito de nueva vida.

Y los hombres amaban a aquellos dioses falsos
que antes sólo sirvieron para uncirlos esclavos.

Y daban voz y sangre, y daban sus miserias,
sin ver sobre sus llagas cerrarse otras cadenas;

sin ver que aquellas manos, tajantes como espadas,
también mataban sueños y recortaban alas…

Y él vió entre aquellos torvos mercaderes de tumbas
una figura alzarse, más alta que otra alguna,

que en nombre de su credo iba por los senderos
encadenando manos y esclavizando anhelos.

Por vez única habló: —¿No eres tú mi discípulo?
—Por tí soy —dijo aquel—; mas nunca te he seguido.

—¡Andad! —Y él continuó andando, andando, andando,
con presos pies en barro y abarcando los cielos.

Y en su rostro no había placer ni gesto amargo,
ni asombro, como si nada fuese de nuevo.

—¡Morid!…

Llegados eran el punto del suplicio.
Se incendiaron las piedras y llamearon las hachas,

Y él pasó entre las filas del odio, sin un grito…
Ahora en sus pupilas, brilló al sol una lágrima.

Y allí en aquella lágrima él contempló el desfile
de todos sus ensueños, lejanos ya, vencidos…

Su gran mundo de amor; el hombre nuevo, libre;
la tierra toda un ancho camino de infinito;

vuelos de alas vírgenes en plenitud de espacio;
sobre surcos de vida reventar las mañanas;

en la boca del viento la inmensidad del canto;
racimos de alegrías y nidos de esperanzas…!

—¡Morid!…

¡Ah! ¡Cuántas veces él había ya muerto!
¡Cuántas veces viniera y cuántas se hubo ido!…

Y ahora también se iba tras yo no sé qué anhelo!
¡Quién era…? ¿Buda…? ¿Un sueño…? ¿Acaso, otra vez, Cristo?…

En la caliente gota cuajada en su pupila,
aún buscaba él, más hondo, las cosas que soñara

y siglos persiguiera… ¡la Verdad…! ¡la Justicia…!
Mas sólo noche vió… ¡y ya no vió más nada!

—¡Morid!…

El gran tumulto cubrió el cielo de iras…
¡Y allá en la mar rodó, como un mundo, su lágrima!

Gallo, acrílico sobre lienzo, 1976.

XI
¡BOGAR!… ¡BOGAR!…

EN tanto que en los días
se agota mi remar,
esta canción amarga
llena la inmensidad:

Eternamente acaso…
—¡Bogar! ¡bogar!—
En viaje sin sentido…
—¡Bogar, bogar!—
El hombre vino un día;
—¡Bogar, bogar!—
mas para nada vino.
—¡Bogar, bogar!—
¿Y para qué este afán?
—¡Bogar, bogar!—
¿Y este loco correr?
—¡Bogar, bogar!—
Acaso la alegría
—¡Bogar, bogar!—
no es más que un gran dolor.
—¡Bogar, bogar!—
Quizá sin en el dolor
—¡Bogar, bogar!—
hay mundos de alegría.
—¡Bogar, bogar!—
Tal vez si no hay dolor,
—¡Bogar, bogar!—
ni existe la alegría.
—¡Bogar, bogar!—
Acaso nada ha sido,
—¡Bogar, bogar!—
ni nada habrá de ser.
—¡Bogar, bogar!—
Acaso siempre fué
—¡Bogar, bogar!—
el hoy como el ayer.
—¡Bogar, bogar!—
Quizás lo eterno es
—¡Bogar, bogar!—
tejer y destejer.
—¡Bogar, bogar!—
La higuera maldecida
—¡Bogar, bogar!—
jamás ha de dar fruto.
—¡Bogar, bogar!—
Y hasta que el hombre en polvo…


Y ensordezco mi oído, para más no escuchar,
el canto de ceniza que vuela por la mar.

Gallo rojo, óleo sobre tela, 1956.

XII
UNA MAÑANA CLARA CANTABA EN LO INFINITO

(A Coralia Céspedes)

UNA mañana cantaba en lo infinito!
¡Una mañana clara! ¡Una mañana clara!…

Un paisaje de ensueño perdido en la distancia;
verdor sobre ciudades musicales de nidos;
alba de espuma el mar;
en las rosas, oro pálido;
remolino en el viento;
colgando de tu boca,
tu voz, fragante y cálida, como un fruto encendido,
perfumando el silencio…
panal dorado abriéndose a la sed de mis labios,
goteando entre mis dedos sus palabras de música.
Y en la mañana clara, en la mañana clara,
un humano temblor cantando en lo infinito!

¡Una mañana clara! ¡Una mañana clara!
¡Oh dicha que pasaste como nube en el viento!
La barca iba cantando por un cielo de agua,
danzando al sol naciente:
olas ebrias saltaban junto a la quilla;
y en las ondas azules,
como flechas fugaces el nácar de los peces.

Todo era claro, todo azul en el sueño.
Y todo fugitivo y cambiante en el tiempo.
¿Era el futuro? ¿Fué allí el pasado?…
Igual que una acuarela, colgada de los días,
todo allí estaba hecho de ayer y de mañana,
y era también presente.

¿Desde qué cielo oscuro descendió la tiniebla?
Grité… Y mi voz se hizo llanto.
Lancé mi anhelo al viento, desesperadamente…

Y mi anhelo, desnudo fué en la fuga del viento.
Pasaban tempestades de incendios y de voces…
Y todo se hizo sordo, amargo, pétreo, negro.
Mis ojos se anegaron en una espesa angustia…
¡Y hubo un morir sin eco de muerte sobre muerte!

Naufraga en la noche;
me arranqué de mí mismo;
tú misma ante aquel viento te fuiste haciendo ausente…
Floté sobre las aguas, como un desgarramiento.
Y en las olas perdióse mi amor, como un juguete.

Mas la mañana clara, mas la mañana clara,
a pesar del morir de las rosas,
de la fuga de alas,
del dolor de los sueños,
de aquel morir de muerte,
me quedó siempre adentro,
cantando adentro siempre!…

Y ahora llegas, despiertas, renaces…
Etérea, dulce, grácil,
carnal y musical, riente;
toda entrega, madura, grávida de tus mieses;
plena de goces, de cantos, de imágenes, de ritmos;
humilde, fresca, trémula como una brizna leve.

¡Ah, este naufragio! ¡Este naufragio!…
Ahora que voy sin voz, sin pupilas, desnudo;
cuando llevo entre algas, prisioneras las manos.
Cuando en esta agonía del canto ya no quedan
rosas para los ojos,
alas para los sueños,
mieles para las bocas…
¡Cuando ya para el beso se han quemado los labios!

Mas ¿desde cuándo naufrago?
¿Cuándo fue aquella fuga del vuelo
y aquel morir de muerte?…

Yo no sé en qué fragmento del tiempo me he perdido.
Ignoro si hace un año, si hace un día;
si quizás hace un siglo,
si sólo fue un instante,
y en un instante, acaso si viví lo infinito!…

Yo no sé si fué un sueño, si esto existió algún día.
Si ahora tal vez lo vivo o si sólo es un sueño.
Si esta canción me llega como una despedida
o como eterno anhelo,
y locamente estrofas fugaces va regando
en las aguas del tiempo.

Tal vez no partí nunca.
Quizá si siempre estuvo esta mañana clara
llenándome los ojos,
cantándome en las manos
como el rumor dichoso del agua que va y vuelve;
y tú, soñando en ella, corrías encantada;
y yo, sin descubrirte, ausente;
y bebiéndote estaba con mis labios sin músculos…
Y andaba por el mundo buscándote, soñándote, llorándote,
como perdida siempre.

Pero ya que te encuentro…!
¿En qué país te encuentro?
¿Estás en el pasado o en el presente-
que es ya futuro, fuga,
ahora mismo ha llegado y ya se pierde?

Te soñé en muchas aguas;
te besé en muchas bocas;
por playas extranjeras busqué tu concha ardiente;
te presentí, gozosa, riendo en muchas risas;
en otros senos cálidos te perseguí mil veces;
pero estabas ahí, en mí mismo, escondida,
—¡río que va y regresa cantando de la muerte!—
eterna en mi canción,
única, siempre!

¡Pero ya que te encuentro!
¡Ah!… ¡Llegas! ¡Llegas…!
Te siento, al fin -¡canción de tu presencia!-
eternizada en mar, en tierra y cielo…
Recoge estos despojos,
este morir de muerte;
lava con aguas dulces mis ojos, mis cabellos;
haz palpitar mis sienes;
limpia de sal mi boca…
aún guarda un canto que no he dicho;
—nunca encontré palabras para decirlo—
lo sembraré en la tierra profunda de tí misma,
que está cantando al viento más hondo que mi muerte.
En la tierra que sueña, que en tí está, que en tí grita,
madura de simiente y de mañana;
—¡canción sin fin, río eterno hacia el mar, árbol de ensueño y vida!—
amor que hace infinito el grito de la arcilla…!
Y en tu canción, cantando iré al futuro,
yo, con mi voz eterna,
desgarrando de gozo tus entrañas.

¡Tierra tú de mi amor!

¡Tierra en que encuentre
ancha voz para el mundo;
cantos para los hombres;
alas para llegar en vuelo al infinito;
pupilas luminosas para incendiar crepúsculos;
manos que se hundan en tí, en tus dolores cósmicos,
en tus sueños, en tus carnes, en tus mieses,
se nutran, infinitas, de tus jugos,
se agiten, como espigas, en tus cabellos,
y en el alba del mundo el campo siembren!

¡Sé tu la tierra!…
Y renaceré en el polvo, y en la luz, y en el agua, y en la rama,
con voz de vida y muerte!

¡Oh esplendor! ¡Oh esplendor luminoso
de esta mañana clara, de esta mañana clara!
¡Naufragio de los días, de los sueños lejanos!
¡Naufragio de mí mismo en las aguas amargas!…

¡En mi pupila ayer cantaba una mañana…!
¡Una mañana clara! ¡Una mañana clara!
Pasó un viento, un viento…
¡un viento pasa siempre!…

¡Una mañana clara cantaba en lo infinito!…
Llegaron días turbios…
Y sueño y vela y vida se hicieron sombras, sombras…
tú misma, en la agonía, te fuiste haciendo ausente…
Pero sobre mi vida cantaba una mañana…
¡y una mañana clara cantando está en mi muerte!

Gallo, óleo sobre tela, 1953.

XIII
MÁS ALLÁ CANTA EL MAR

(A Alberto Guigou)

He aquí mi corazón que solo en vano ha latido…
VERLAINE

CANTA tú, marinero,
canto mío, desnudo,
inmenso, desolado
como un desierto de áridas soledades de angustias;
mucho y único,
solo y múltiple:
temblor de arcilla humana que de interiores llamas
surges atormentado hacia el oleaje amargo;
clamor, sueño, sonido;
emoción hecha música que vibra en el espacio;
afán de un vago anhelo que no se expresa nunca;
ayer voz de tumulto y hoy canción solitaria…
¡Canta tú, canto mío, marinero sonámbulo!

¿Qué dirás de la vida?…
¿Del mar, del mar, del mar
por donde vas errante, al vaivén de las olas,
juguete de los vientos,
prisionero en mi carne,
viendo pasar las alas sombrías del destino
sobre la barca frágil?

¿Con qué palabras nuevas hoy vienes a mi nave,
y me quemas los ojos,
y me bañas las manos,
y haces mi oído nuevo y mi boca más ágil?…

Más que los cielos,
más que el espacio,
más que los días altos y las noches profundas
tú fuiste eterno en mí;
en mí te oí latir
cuando crucé ciudades bajo incendios de auroras;
cuando fuí con mi angustia por los males salobres;
cuando corrí al mañana entre huracán de odios
y tumultos de sueños con mi dolor de hombre!

Mas cuando odiaste, (¿odiaste acaso?)
y cuando amaste, (¡sí amaste, sí amaste!)
cuando ciego de fe y ansioso de justicia
fuiste hacia el mundo con voz de aliento,
con voz de fiebre,
con voz de llama,
cómo sangraste, cómo soñaste,
cómo volaste, inmenso, al tiempo y lo infinito,
¡oh canto mío, marinero sonámbulo!

Hoguera de emociones,
hacia qué cielo hoy vuelan tus llamas angustiadas?…
¿La humanidad?… ¡La humanidad!…
¿Cómo poder llegar hasta la humanidad, tan débil y desnudo,
con pedazos de gritos,
con girones de sueños,
con fragmentos de dudas,
en estos días recios en que al bajel destroza,
con más furor que nunca el viento huracanado;
cuando en esta cruel noche de bruma y luz perdida,
-—velámenes de ensueños y brújulas de anhelos!—
todo naufraga y se hunde en olas de tinieblas?

¿Qué será tu Verdad, canto mío desnudo?
¿Qué será de tu amor?
¿Qué será tu justicia?

¡Ah!… ¡Bogar!… ¡Bogar!…
Mientras, como las olas, las hojas amarillas
del árbol de la vida van rodando a los vientos,
canta tú, marinero, canta tú, canto mío:
cuando se canta, se vive el sueño;
cuando se sueña, se vive el canto.
¡Cantar! ¡Cantar! ¡Llevar más alto el canto!
¡Soñar! ¡Soñar! ¡Salvar más puro el sueño!

Dí cuantas cosas sabes, marinero sonámbulo;
lo que luchaste,
lo que agitó tu espíritu y ensombreció tus ojos;
las noches de naufragios,
las albas de ansiedades;
tus miedos y tus cóleras;
el ansia de la vida,
la ira del destino;
tu afán de nuevos cielos,
de mundos nuevos,
de tierras nuevas,
de días luminosos rodando como soles…
Dí lo que viste;
dolor de turbas ásperas y anhelos tumultuosos;
fugas de grandes pájaros y serpientes marinas;
islas aprisionadas entre algas viscosas;
crepúsculos muriendo en selvas de paisajes;
remansos como muertes;
espejismos fugaces;
arcoiris de engaños en horizontes muertos;
segadores sombríos pasando sus guadañas
por trigales de sueños y días de esperanzas;
noches negras, profundas,
de donde no volvieron jamás hombres ni velas;
cielos hondos y anchos
en donde naufragaban sin voz los continentes.
¡Canta tú, marinero, da los vientos tu canto!

Dí por cuantos océanos
inmensos, navegaste;
abismos insondables, negros, desconocidos…
Mas tus ojos no vieron jamás más honda noche
que aquella de tu abismo!

Dí la fe de tus gritos y tu angustia cobarde
ante las grandes sombras que apagaron tus voces;
porque el hombre de arcilla que sufre de la muerte,
sabe más en su carne del dolor que los dioses.

Tantos mares has visto, marinero sonámbulo,
que hoy flota un gran cansancio de mar en tus pupilas.
Tantas campanas viste enmudecer al viento,
llevas tantos tesoros sin luz en el recuerdo,
tanto universo náufrago,
tanto amargor salobre,
que hoy regresas, desnudo, sobre la mar sombría,
más rico de miserias que muchos otros hombres.

¡Cuántas cosas viviste, marinero sonámbulo!…
Viste en el sur el norte; en el día, la noche;
y siempre en lo lejano un vuelo de esperanzas
para la fiebre inquieta del sueño enloquecido;
fuiste al tumulto vivo y al mundo de los muertos;
buscando la Justicia
llegaste a las irreales geografías del mito;
y en viaje tras el hombre,
loco en la mar oscura, de pie sobre el timón,
descendiendo al abismo profundo de tí mismo,
junto al clamor humano y en todas partes viste,
bajo palabras nuevas, siempre el mismo dolor!

¿Qué cantar? ¿Qué esperar? ¿Qué soñar?
Y otra vez ir al mar, al mar, al mar…

Allá donde se pierde, sin voz, la lejanía;
donde el vuelo del hombre va arrastrando sus alas;
donde bajo otros cielos se incendian en las noches
mundos desconocidos.
Y mientras voces ilusas, desde el palo más alto,
como tú en otros días,
claman sobre el abismo del tumulto sin fondo:
«¡El alba, marineros; todo el futuro vemos!»
…¡Bogar… bogar… bogar!…
¿Cómo ovillar de nuevo el hilo de la vida?

¡Ah…! ¡Bogar… bogar… bogar…!
Y dejar más allá todo el pasado, todo el presente, todo el futuro,
y, hombre preso en la noche,
aun bogar todavía!
Y eterno ver pasar los días turbulentos;
y más allá, las noches;
y más allá, los astros;
y más allá, las olas tumultuosas chocando en llamaradas;
y más allá, el silencio;
y más allá, el tiempo en lo infinito segando sueños, voces…
y aún más allá, en un rincón del Cosmos,
un grito, una esperanza, un canto,
un anhelar informe…
Y siempre, y siempre, y siempre,
sobre un dolor de raza,
sobre un dolor de clase,
sobre un dolor de tierra que sangra en las entrañas,
acaso eternamente,
el gran dolor del hombre!

¡Mas sobre el grito humano canta el mar su canción!


Gallo, acrílico sobre papel, 1980.

XIV
UN DÍA LA ALEGRÍA…

El hombre que tenga bienes espirituales que contar gozará de alegría.
EL KORAN

ACASO un día el hombre cantará su alegría!
Sobre limos de muerte y líquenes amargos;
con velas prisioneras y con alas cortadas;
más allá de las aguas de tumultos oscuros
llenas de sales agrias y abismos de agonías,
el hombre de infinito creará su universo
y danzará en el ritmo del Cosmos con su dicha!

¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría!
En las lenguas del viento,
en las mil llamas verdes de la hoguera del árbol,
en la risa del río,
en las alas de nieve que van rayando el éter,
en las bestias que beben con su pupila en campo,
en las noches, en los días,
en el mar siempre ritmo, siempre móvil, siempre canto, siempre iris,
canta el sol la alegría!

Por arenas de angustias,
rezumando aguas turbias y sales de amargura;
cuando fardos, sin alas, vamos hacia la sombra,
sin voz, sin risa,
con pupilas de muerte,
mordiendo pena y sordo en vejez sin sentido;
cuando la mano hermana
nos quiebra bajo el alba los mástiles de ensueños,
y más triste, y más solo nos ve pasar la noche,
y ceniza y guijarro y cieno de marisma
abren en carne débil las llagas de agonía,
y negra tempestad barre hasta la esperanza,
un niño, un ala, un canto,
una boca en lo oscuro
deshojando en la herida sus pétalos de besos,
el vuelo de un crepúsculo,
el despertar del orbe bajo el amanecer,
en cárceles de angustias o en tabla de naufragio,
aun en la muerte misma harán más bello el mundo!

¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría! ¡A la alegría!
¡Canta a la vida, hombre que tienes la voz ancha!
¡Alza más libre el canto!
¡Si cual lenguas de llamas las olas barren todo;
si en el abismo negro solitario naufragas;
si el hombre de la orilla pasa sordo a tus gritos
y los faros más altos se apagan a los vientos,
solo en tu luz y anhelos por mares de infinitos,
sobre noches sombrías, sobre oleajes de muerte,
sobre el torrente negro de penas y borrascas,
alza más alto el canto al mundo de tus sueños!

Eres despojo amargo que el viento arrastra lejos…
Un átomo en el polvo,
brizna de sufrimiento,
gota de agua al fuego del sol en las mañanas…
¡Y eres todo, pedazo de carne desgarrada;
grito y canto,
vuelo y ritmo,
danza y nube;
eres gigante, llenas con tu voz los espacios;
puedes con férreas manos deshacer las montañas;
ceñir tu frente, olímpico, con astros de los cielos;
pero nunca más grande,
¡oh miseria de angustia!,
que cuando triste, roto, vencido, encadenado,
del lodo prisionero,
en yugos de destinos o en grilletes de rocas,
aún puedes, como un dios, crear un universo!

Tropel de filos bélicos degollarán gargantas;
arenas encendidas quemarán voz y huesos;
en aguas cenagosas
se abrirán en las noches abismos de injusticias…
Pero tú, con tus llagas,
desnudo en tus miserias,
tú, inerme, desvalido,
sobre playas más anchas, continentes inmensos,
libre del odio,
libre del miedo,
del hombre mismo libre,
luminoso de ensueños,
con alas en los pies ágiles,
sobre montañas cósmicas pastoreando infinitos,
tocarás en la aurora tu música de júbilo,
como un alba de canto sobre el dolor eterno!

¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría!
¡Sobre los días náufragos,
sobre noches de incendios,
sobre mundos sin árboles, sin cielos y sin soles,
masticando aires densos por suelo endurecido,
carne de sufrimientos,
mendigo de esperanzas,
hombre de muertes, preso en ansias infinitas,
lanza tu voz a nuevos continentes sin límites;
—¡la tierra canta al viento como un trompo de albas!—
baña tus manos en anchos cielos de eternidades;
tú mismo, en tu interior, con llamas de tus sueños,
sobre noches sin astros,
sobre ramas vencidas,
sobre miseria esclava y voces mutiladas,
puedes hacer cantar trigales de alegría!

¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría! ¡Ah la alegría!
¡Ancho de luz, salvaje;
desnudo en horizontes de inmensas lejanías;
por llanuras de anhelos corriendo en potros ágiles;
virgen y niño en vuelos de cantos primitivos;
llenas las manos de astros bajo mil cielos nuevos;
de ti mismo sintiendo surgir futuros anchos,
profundos surcos fértiles,
noches serenas, anchas,
hondos ríos de ensueños,
hombre de pesadumbres, preso en eternas fiebres,
tú en mis ojos, yo en tus ojos,
tú en mi voz, yo en tu voz,
con ansias de milenios,
sobre no sé qué mundos,
sobre no sé qué selvas,
sobre no sé qué cielos,
no sé en qué mares anchos de olas infinitas,
dejando atrás, sombrías, las aguas de la angustia
veré crecer madura la tierra de alegría,
y espigando en el viento los racimos del júbilo,
bajo días más altos,
en las conchas del alba cantaré nuevos sueños!

Gallo, acuarela y pastel sobre cartón, 1984.

XV
LA VOZ SOBRE LA MUERTE

Moriré una vez y otra, y sabré que es inagotable la vida.
RABRINDANATH TAGORE

1

AQUÍ, muriendo en agua corrompida,
desangrado y negado y perseguido,
venciendo al odio y tu puñal de olvido,
mi voz se elevará sobre la vida.

En carne de Verdad y angustia herida
sueño fuí, dolor soy, amor he sido;
no agotarán mi río estremecido
fuego, cicuta o hiel, azote o brida.

Por anchos cauces de un gran sueño humano
seguirá mi clamor; turbio ni preso
por tu lodo ha de ser; aún más profundo,

sobre mentira cruel y odio inhumano,
con luz de alma y con sangrar de hueso,
contra ti mismo salvaré mi mundo.

2

Para el alba de amor que está cantando
canción de eternidad en la mañana,
quemo mi nave, y mi voz, quemando
desnudez de emoción, en luz se ufana.

Por mares de amargura voy sangrando;
y hacia una inmensidad ancha y lejana,
la llama de mi vida va soñando,
más alta en su dolor y más humana.

Podrás hacer de mí ceniza o roca;
en mármol de opresión sellar mi boca;
vencer mi carne y apagar mi aliento.

Con fuerza de infinito, sobrehumana,
el hombre vencedor del sufrimiento
clamará con mi voz desde el mañana.

3

Ante una lobreguez de antiguos cielos,
en ansia de otra tierra alcé mi lanza,
y quien bogó por mares de esperanza
vio turbios días naufragando anhelos.

Vida y clamor, en noches de desvelos,
lloraron siglos de desesperanza;
y ante esta sombra que al futuro avanza,
la angustia hoy sólo ve miseria y duelos.

Mas en la playa de azul el hombre espera,
—¡árbol de luz, canción de primavera!—
libre en olas de sol, desnudo y fuerte.

Mientras tú pasarás hacia la nada,
con tu noche, tu crimen y tu espada,
entre aguas turbias y mudez de muerte!…

¡Y mi voz cantará sobre tu muerte!

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Agustín Acosta. Poemas.

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