MENDEL EL DE LOS LIBROS

«… había concedido un primer atisbo de lo que es una vida por completo volcada en el espíritu».

Mendel es un anciano con una memoria prodigiosa. Es, en sí mismo, una enciclopedia. Mendel no es un librero, ni un bibliotecario. El protagonista de la novela de Stefan Zweig ni siquiera es un judío ilustrado y condenado a terminar su vida humillado, hambriento y olvidado por aquellos a los que ayudó.

Mendel es el símbolo del saber y del conocimiento. Mendel es la historia del hombre narrada por hombres. Es la memoria social de una época. Pero es algo más: es Stefan Zweig advirtiéndonos, a nosotros sus lectores, de las consecuencias de haber optado por el desconocimiento voluntario —el pensamiento es tan delicado como una tacita de porcelana de Sèvres.

El tiempo de Jakob Mendel es borrascoso. Las ráfagas de la sinrazón pasan por la narración con la orden de aniquilar el universo del hombre erudito. Un mundo nuevo y gris, egoísta y descreído, aplasta la cultura acumulada por siglos.

¡Oh…!, pero aunque derruir los cimientos de una civilización se convierte en el objetivo de muchos, y aunque ese objetivo haya dado vida al monstruo del hombre-masa, no ha podido deshacer lo que Mendel representa. El libro que el viejo dejó en su mesa y que quedó al amparo de una anciana analfabeta que cuidaba los aseos del café vienés, donde él pasaba las horas leyendo, sobrevivió a su dueño y a la Guerra. Ese libro es es el símbolo de la libertad sobre la barbarie. Ese libro es la ventana abierta por la que puede entrar el hombre como individuo, como Yo pensante —en el libro, propiedad de Mendel, se perpetúa la humanidad.

Cuando Stefan Zweig escribió Mendel el de los libros (1929), Joseph Goebbels no sospechaba que estaría a cargo del Ministerio de Ilustración y Propaganda del Tercer Reich (1933-1945) y los austriacos desconocían que verían apaleada su cultura. Los austriacos, por aquel entonces, no sabían que los artistas que admiraban serían «degenerados», ni que tendrían que aplaudir, por imperativo oficial y mediante el terror, la versión nazi del clasicismo greco-romano.

«Hassid», Maurycy Trebacz, óleo sobre lienzo.

Stefan Zweig escribió en El mundo de ayer:

«… Y sólo cuando (…) los techos y las paredes se desplomaban sobre nuestras cabezas, reconocimos que, desde mucho tiempo atrás, los fundamentos estaban ya socavados y que, con el nuevo siglo, había comenzado simultáneamente en Europa el ocaso de la libertad individual».

Jakob Mendel es un «asimilado», que es humillado hasta su destrucción como individuo. Sin embargo, no creo que el objetivo principal de la trama fuera la denuncia racial, sino, como he dicho, advertir de las verdaderas intenciones que se ocultaban tras las nuevas ofertas de modernidad. Cuando todo sea destrucción, los cómplices de la aniquilación de la civilización compartirán destino con sus víctimas: harán las mismas preguntas y obtendrán las mismas respuestas manipuladas, afirma esta extraordinaria narración.

En El mundo de Ayer aparece la siguiente reflexión:  «¿Por qué yo? ¿Por qué tú? ¿Por qué yo contigo, a quien no conozco, cuyo idioma no comprendo, cuyo modo de pensar no entiendo, a quien nada me liga? ¿Por qué todos nosotros? (…) Es repetir (…) la eterna pregunta de Job a Dios, para que no sea totalmente olvidada sobre la tierra».

¡Cuántas almas se tragó el infierno levantado por hombres «educados»! ¡Cuántos apellidos perdidos! Pienso que la desidia de la masa es la fuente de la que brota la tragedia humana.

Mendel el de los libros, novela de entreguerras, se encuentra dentro del catálogo de la editorial Acantilado.

firma gabriela4

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