MI NOMBRE ES ASHER LEV

«Quiero pintar lo claro y lo oscuro».
Asher Lev

La cuestión más importante de todas las planteadas en Mi nombre es Asher Lev es la relacionada con la polémica que genera la pregunta sobre si el arte debe o no respetar unos límites. ¿Es legítimo en nombre del arte dañar los sentimientos de las personas que más quieres? ¿Es legítimo poner en jaque las bases que sustentan tus creencias? ¿Debe la moral, acaso, ser sacrificada en beneficio del acto creativo? Asher Lev, el protagonista de la novela que hoy les propongo, es un hombre nacido y criado en un entorno conservador, gremial y religioso.

Asher Lev es un judío práctico al que Dios le otorgó el don de la pintura, pero la luz que Dios depositó sobre él genera una fractura insalvable entre el personaje y el mundo en el que ha crecido. Su familia y su comunidad no comprenden su inclinación por las artes plásticas, como no comprendieron los observantes del Talmud a Chagall, a Modigliani, a Soutine, a Pascin…

La defensa de sus ideas y la necesidad de crear pasan una factura muy alta a Asher Lev. El dolor que ocasiona a los suyos sólo puede ser justificado por un resultado artístico extraordinario, que llega cuando presenta en una galería La crucifixión, cuadro donde la madre aparece atada a la Cruz y en compañía del padre y de Lev.

En Mi nombre es Asher Lev la figura de la madre tiene una honda carga simbólica, aunque no es un personaje principal. Ella es el dolor, el amor y la entrega. Es el alma desgarrada que intenta servir de puente entre un marido entregado a su religión y un hijo que ha recibido un don de Dios.

La madre es el personaje que se desgasta en la paradoja que destruye a su familia. Asher es su único hijo. Es religioso observante, pero no puede controlar sus ansias de pintar. El zumo de naranja que, diariamente, el padre ofrece a su descendiente es el símbolo que muestra la ausencia de rencor personal en un conflicto doloroso y sin solución.

Dios, que rige la vida de todos ellos, es el responsable de la pasión de Asher. Sin embargo, tanto la comunidad hasídica como su progenitor —el padre va por Europa creando yeshivos, enseñando la Toráh, hurtando judíos a Stalin—, no pueden aceptar las inclinaciones naturales de Lev.

Para los hasídicos la pintura proviene del reino del mal, del sitra achra. En Deuteronomio 4:16 -18 leemos:

«… no sea que os corrompáis y hagáis para vosotros una imagen tallada semejante a cualquier figura: semejanza de varón o hembra, semejanza de cualquier animal que está en la tierra, semejanza de cualquier ave que vuela en el cielo, semejanza de cualquier animal que se arrastra sobre la tierra, semejanza de cualquier pez que hay en las aguas debajo de la tierra».

Otro personaje secundario que destaca, a pesar de sus pocas intervenciones, es el rabino. Solamente él es consciente de que no se puede luchar contra inclinaciones nacidas de lo más profundo del ser. El rabino sabe que las creaciones de Asher serán interpretadas como apostasía, pero, aún así, le facilita la formación. Es el rabino el causante de que el niño se convierta en un pintor aclamado por los entendidos en arte, a la vez que en un hombre despreciado por su comunidad. El rabino es el responsable de que Asher Lev cumpla la voluntad de Dios. Hay mucha teología religiosa y mucha teología de vida en Mi nombre es Asher Lev.

La trama, que se desarrolla en Brooklyn después de la Segunda Guerra Mundial, tiene más asuntos de interés. Hay más que el abismo abierto entre un padre y un hijo que se quieren. Hay más que el devenir de una vocación. Hay más, incluso, que el aliento autobiográfico que se percibe en estas páginas.

El mundo de Asher Lev se mueve en comunidad: en él la individualidad es intrascendente. En el mundo de Asher Lev todos son responsables de lo que uno hace. Por eso, los garabatos del pequeño Lev se convirtieron en motivo de preocupación desde el mismo instante en que el chico mostró que eran algo más que un entretenimiento infantil. En la comunidad de Asher Lev los vivos responden por los actos de sus antepasados. La responsabilidad judía es corporativa.

El conflicto existencial del hombre (la conciencia frente al deber ser), la trilogía familia-religión-sociedad, la lucha entre la tolerancia y el fanatismo, el choque entre lo que se es y lo que se espera que uno sea, el poder de la vocación, la frontera que separa la iconografía cristiana de los judíos prácticos, el significado último del arte, la relación entre el judaísmo tradicional y la sociedad actual son temas expuestos en Mi nombre es Asher Lev.

No es sencillo para un goy (persona ajena al pueblo judío) comprender la rutina del hasidismo. Es fácil perderse entre sus comidas kosher, sus rituales diarios, sus fiestas y días sagrados (Hanukkah, Succos, Pesach, Purim, Simchas…) —el escritor desarrolla la trama entre las diferentes festividades que tienen lugar a lo largo del año—. Pero Chaim Potok nos cuenta la vida cotidiana de la comunidad hasidi de manera que podamos comprenderla.

Chaim Potok (1929-2002), descendiente de judíos polacos inmigrantes, fue escritor, pintor y rabino. Escribió La Promesa y Los elegidos, novelas que encontramos, junto con la que hoy reseño, en la lista de clásicos de la literatura contemporánea norteamericana. Mi nombre es Asher Lev, La Promesa y Los elegidos son títulos que han sido adaptados al teatro. Los elegidos fue llevada al cine por Jererny Paul Kagan. La película ganó los premios más destacados del Festival Internacional de Montreal de 1981.

Fotografía de la representación teatral de «Mi nombre es Asher Lev», adaptación de Aroon Posner.

Ribbono Shel Olom quiso que Asher Lev fuera pintor de sus propias emociones y no un propagandista o un ilustrador. Fue así como lo liberó del dolor que causó. En un pasaje de la novela, relacionado con el cuadro La crucifixión, leemos:

«Pinté velozmente con un extraño frenesí de energía. Por todo el dolor que sufriste, mi mamá. Por todo el tormento de tus años pasados y futuros, mi mamá. Por toda la angustia que este cuadro de dolor te causará. Por el innombrable misterio que trae a este mundo buenos padres e hijos y permite a una madre observar cómo se arrancan las lágrimas mutuamente. Por el Maestro del Universo, cuyo doliente mundo no comprendo. Por sueños de horror, por noches de espera, por recuerdos de muerte, por el amor que te tengo, por todas las cosas que recuerdo y por todas las cosas que debería recordar pero he olvidado, por todo eso creé este cuadro. Por todo esto hay un judío trabajando sobre una crucifixión, porque en su propia tradición religiosa no hay modelo estético en el que pueda volcar un cuadro de angustia y tormento primordiales».

Mi nombre es Asher Lev se encuentra dentro del catálogo de la editorial Encuentro.

ENLACES RELACIONADOS

Hans Keilson. “Ahí está mi casa”.

Had Gadya (El Lissitzky).

Una ventana al mundo. Relatos inéditos (Isaac Bashevis Singer).

La destrucción de Kreshev (Isaac Bashevis Singer).

El deseo de Sarah para el día de Reyes.

Escritores de la Shoá.

El cuaderno de los bocetos de Auschwitz.

Mendel el de los libros (Stefan Zweig).

A Petr Ginz, asesinado en Auschwitz.

Esterhazy (Hans Magnus Enzensberger e Irene Dische). Ilustraciones de Michael Sowa.

Una entrevista con Marc Chagall (James Johnson Sweeney). Y los poemas de Rimbaud y Apollinaire dedicados al pintor.

Marc Chagall, el pintor bígamo.

Max Jacob. Poemas.

Bashevis y Sendak. «El primer Shlemiel» y «La cabra Zlateh».

Cuentos de F. Scott Fitzgerald.


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