MOISÉS Y LOS OJOS DE AZABACHE

Detalle del sepulcro de un hidalgo en la Catedral de Burgos.

Moisés decidió moldearse en alabastro luego de haber examinado con cuidado las opciones que le presentaron. La madera fue descartada por su propensión a dejarse invadir por las termitas, el marfil fue eliminado por ser ostentoso y caro y la roca caliza, que de tantos apuros a tantos artistas había sacado, vio su candidatura perdida por ser material de saldo.

Moisés quería velar los restos del joven gallardo. No se deja abandonado a un héroe que ha dado la vida por liberar a su patria, que ha cumplido con la palabra que lo endeudó con el Reino. Para Moisés la lealtad es lo primero.

La decisión la tomó en plena ascensión del alma del difunto. Por suerte, ese viaje no conllevaba riesgos para él; además, no dependía del profeta —es asunto de los ángeles que el alma dormida viaje sobre pétalos de invierno.

Pero el cuerpo, ¡oh…!, el cuerpo era otra cosa atado como estaba a la armadura de brazales, la cota de malla, la coraza corta y los brazaletes. Demasiado hierro, ¡demasiado peso para volar al cielo!

Moisés escogió los ojos de azabache para dar intensidad a su mirada y con un pincel, por aquí y por allá, aportó luz a su túnica con toques áureos; para los guantes y los zapatos tuvo en cuenta el desgaste y los eligió de mármol.

Una vez compuesto, Moisés se presentó en el sepulcro del hidalgo castellano para ocupar el puesto que se había asignado —un segundo plano—. Dando declaración de la fe del difunto, algunos apóstoles usufructuaban los pilares.
firma gabriela6

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