NENÉ Y CACHITA. LAS MODISTAS DE LA CALLE CUBA

¿Cuánto abuso puede caber en una pequeña isla?

 Edipo Rey, Max Erns, óleo sobre lienzo, 1922.

Nené fue una costurera del montón que pasó una gran parte de su vida soñando con trabajar para los talleres de alta costura de una boutique.

Nené cosía siempre las mismas telas con el mismo patrón, confeccionaba y arreglaba uniformes militares.

Vivía sola en un pequeño apartamento de la Habana Vieja. El piso tenía un ventanal muy grande por el que entraban el polvo y los agentes del mar encargados de herrumbrar las bisagras. Nunca lo cerraba.

Pero por ese ventanal también se colaban todas las lunas, todas las estrellas, todos los rayitos de sol, los bisbiseos abandonados en las aceras y las polillas que danzaban alrededor de la bombilla que colgaba del cable de su salón.

Nené cosía como una autómata. Con cadencia continua movía los pedales de la vieja Singer con sus pies hinchados. Cuando la conocí tenía el ceño fruncido y la boca aprisionada por las arrugas. Cuando la traté ya no soñaba, tenía el semblante de un alma resignada. Cosía a toda hora, simplemente cumplía con su cuota de uniformes. Nené no tenía nudos que deshacer.

El caqui no es como la seda centelleante, no tiene ese fru fru del tafetán, esa elegancia del lino, la caída de la gasa o la suavidad del algodón egipcio. El caqui es una tela resistente y ordinaria. Y los patrones militares no permiten innovaciones. En cuanto a incrustaciones de bisutería —lentejuelas, perlas, puntillas, piedrecitas…—, los uniformes sólo toleran botones, cremalleras y galones.

Hace un par de días las campanas han tocado a duelo. El apartamento de Nené está cerrado. En la jaula, que antaño colgaba de una de las molduras del ventanal, no hay periquitos y las polillas yacen sobre patrones y retales olvidados en la mesa de madera de frutal.

Nené ha donado, por imposición legal, sus escasos bienes al Estado. Pero no todo interesa. Hay una silla vieja forrada de yute que es rechazada por un funcionario. Parece sucia, está muy gastada. «Ese mueble es para Cachita, la chica que la ayudaba», aclara el notario, que envía a un ayudante en busca de la muchacha.

Cachita entra en escena. Cachita se lleva la silla en la que Nené cosía. Cachita sí sueña. Es joven. Cachita es más adicta a las pieles que a los paños. Cachita, mientras cortaba yute en la casa-taller de su compañera, se imaginaba clavando agujas en chinchillas y visones.

Cachita, con silla y tijeras, se puso a fantasear, sublimando las noticias transmitidas por Radio Martí. Durante un breve período de tiempo, Cachita confeccionó guantes de cabritilla con el pensamiento. Cachita los veía expuestos en los escaparates de moda de Nueva York y París.

Pero donde Nené había puesto su punto final Cachita marcaba su punto de partida. Cachita fue contratada por el Ministerio de Defensa para cubrir la vacante que Nené dejaba.

Hoy he pasado por debajo del balcón del piso de Cachita. En él cuelga de un gancho una jaula donde se mecen, histéricos, un par de periquitos ansiosos de libertad.

Relato publicado en «Linden Lane Magazine», verano, 2018.

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