NOSTALGIA

¿Queda algo tangible de lo que fui en aquel lugar?

María Gabriela Díaz Gronlier, fotografía de Reinaldo Abreu.

 

NOSTALGIA

Piso las hojas secas y tengo el poder de escuchar el ladrido de mi perro, ya sin sombra. Y echo una siesta donde antes estuvo mi almohada. El vapor de agua huye de una olla puesta en un fuego que arde en mi mente. ¡Feliz cumpleaños!, me cantan, rodeados de globos, voces de mi infancia.

Con frecuencia me sorprendo pensando en volver al sitio de donde partí. Mas, ¿es posible seguir el eco de voces que ya sólo existen en mi pensamiento? Realmente, si quiero puedo cumplir mi deseo de volver a andar por La Habana. Los billetes no son caros y hay hoteles para todos los bolsillos.

Pero la pregunta que me hago es la siguiente: ¿Queda algo tangible de lo que fui en aquel lugar?

Soy mujer de hábitos. Suelo soñar que estoy sentada en el malecón, arcón donde los cubanos depositan sus deseos. Suelo pensar que estoy de espaldas al mar, pues me gusta presentir, más que confirmar, cómo las olas se empeñan en devorar rocas dentadas.

Suelo situarme frente a la calle Infanta, la que me conducía a la universidad en las noches elogiadas por el voceo de los gatos y de los perros callejeros. Me acomodo justo donde muere la vía para ceder su espacio a La Rampa, barrio donde mis padres me enseñaron a andar y a pensar.

Y, desde ese lugar privilegiado, suelo ser, sentir y oler mi pasado… Suelo escuchar a Portillo de la Luz cantar Contigo en la distancia —el filin se escapa por las ventanas del hotel St. John mientras mi rostro joven se refleja en las calurosas pupilar de un amor.

Creemos que las trincheras que el tiempo cava son insalvables. Pero cuando mimo mi alma comprendo que estoy allí, lidiando con el salitre del mar. ¿Volvería? El viaje se realiza con los sentidos. No es cuestión de aviones, sino de sugestión.

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