OLVIDO
«Y llegará el día en que dominará el olvido».
Estudio de manos, Joaquín Sorolla, carboncillo sobre papel, h.1889.
OLVIDO
INTENTO DESESPERADO
Salió al amanecer para recoger las ramas que las primeras olas arrojan sobre la arena. Quería calentar el hogar con ellas, pues había olvidado que de madera húmeda no nace llama.
EN CASA
Está aturdido; tiene las manos entrelazadas, el ceño fruncido y los finos labios apretados. El fuego no arde. El agua, bebida por los pequeños tallos, es más poderosa que todas las cerillas encendidas que en vano acerca a la estufa.
El hombre… ¡llora!
OLVIDO
Por un segundo, ¡un halo de lucidez lo envuelve!
Comprende que nada queda de su dorada infancia —ni la caricia de la madre, ni los bigotes del padre, ni la rayuela, ni los palitos chinos, ni la gallina ciega…—. No quedan alegrías, ni órdenes, ni quejas. No hay besos preliminares, ni experiencias fracasadas, ni deseos por cumplir. Tampoco hay geranios en los tinajones.
Agotado, el hombre se deja caer en la cama de colcha púrpura. El cuadrito del Corazón de Jesús, los retratos familiares, en marcos desiguales, las cajas de pastillas, el peine, el polvo, las viejas zapatillas, el Omega, el frasco sin terminar de Paco Rabanne… Por primera vez contempla sus bienes como lo que son, como objetos y no como carne de sus costillas.
Un segundo aún le queda para sentir cómo la brisa marina cose para él un traje con lentejuelas de sal —en su almohada lo espera, acurrucado, el olvido.
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