OTTO DIX

«Quiero tener un contenido, un objeto. Declaro la ruptura entre el hombre y el mundo, su complejidad. El arte sin objeto es demasiado unilateral para mí. Soy de la opinión herética de que el arte debe ser útil de algún modo, ya se trate de una visión filosófica, religiosa, o cualquier otra, eso importa poco. Rechazo ‘el arte por el arte’, porque ahí algo no encaja».

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Tríptico de la Gran Ciudad, óleo sobre lienzo, 1928-1929.

El Tríptico de la gran ciudad corresponde a la etapa de la pintura de Otto Dix (1891-1969) que se sitúa en el período de entreguerras. Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial para Alemania provocaron en el pintor, que había marchado al Frente por propia voluntad, una desconfianza y una conmoción que se vieron reflejadas en su obra. Pienso que las secuelas de aquella guerra son el leitmotiv de su arte. Otto Dix puso su sensibilidad y su talento al servicio de un sólo proyecto: convertirse en el cronista social de sus vivencias.

Otto Dix dijo adiós a las vanguardias, al constructivismo, al expresionismo, al abstraccionismo y a sus devaneos con el dadaísmo. Otto Dix giró sobre sus pasos para adentrarse en el pasado, rescatando del olvido el legado técnico de los primitivos flamencos y de los pintores alemanes del Renacimiento.

El artista viajó a la segunda mitad del siglo XV para continuar su particular ruta por el XVI. Alberto Durero (1472-1528) y Lucas Cranach el Viejo (1472-1553) fueron sus principales referentes. También puso sus ojos en los italianos Fra Angelico (1395-1455) y Pinturicchio (1454-1513).

Pero… ¿qué le ofrecían los iniciadores del movimiento renacentista?

Otto Dix era un excelente dibujante que necesitaba para su nueva andadura una «manera» que le permitiera presentar, visualmente y con claridad, los escenarios y los personajes de sus cuadros. Quería provocar una catarsis colectiva, que nadie pudiera escapar a un juicio de conciencia. En fin, quería, parafraseando a Cocteau, que el espectador entendiera que vivía la mentira como si fuera verdad —¡Ay, esos cuerpos distorsionados!

Realismo crítico y no conceptos e iconos abstractos. Otto Dix estaba amargado y sufría; así que dijo adiós a las vanguardias para sumergirse en un realismo agrio que le permitió mostrar la realidad a través de la sátira, lo grotesco y lo obsceno.

otto dix2otto dix1Durante ese período de su pintura, Dix utilizó, como los antiguos maestros, las tablas para sus retratos, aunque para el Tríptico de la gran ciudad usó el lienzo.

Utilizó, como los primitivos antiguos, las veladuras de trazo fino, en tonos cálidos y fríos, para delimitar las siluetas de las figuras encargadas de dar vida a su denuncia social.

La técnica de las veladuras le permitió dar profundidad y, por tanto, resaltar el protagonismo de las figuras proyectadas sobre el color.

Otto Dix pintó su hartazgo: «Considero que el contorno es importante, pues coloca cada cosa en el espacio con una severa crueldad». Pero en esa vuelta al pasado hay algo más, algo que lo vincula con otros artistas de su época, y es la necesidad de recuperar las raíces de la cultura alemana, humillada después de la Gran Guerra y subyugada por las vanguardias francesas.

George Grosz (1893-1959) lanzó este reto, en forma de pregunta, a sus camaradas: «¿Por qué no perpetuar la tradición alemana, enlazando con nuestros antepasados?». La reivindicación fue otro estímulo para Otto Dix, quien recogió el guante que su compañero había arrojado.

La Primera Guerra Mundial le dejó a Alemania un regalo envenenado: La República de Weimar (1918-1933). Período inestable, sacudido no sólo por los enfrentamientos políticos entre la izquierda y la derecha, sino por una terrible crisis económica que terminó de la peor de las maneras: permitió, mediante ¡elecciones!, la afirmación en el poder del Partido Nazi. Y, mientras tanto, Estados Unidos aprovechaba para plantar su alabarda en Europa.

Todo esto puede leerse en el Tríptico de la gran ciudad, donde Otto Dix expone cómo sintió la vida cotidiana de su tiempo. En Tríptico de la gran ciudad crea una escenografía teatral, otorgando a sus actores-personajes altos grados de histrionismo —posturas y gestos exagerados que pueden apreciarse en manos, piernas y miradas; así como en la luz antinatural y en los colores chillones y poco difuminados.

Hay un toque diabólico en toda su obra, uno que emana de la alternancia de destrucción y diversión. No hay más que observar los ojos de esos mimos suyos para descubrir la falta de piedad en sus miradas.

Tanto el músico negro que toca la trompeta en el panel central —al fondo y, por supuesto, detrás del blanco—, como las prostitutas y los tullidos de la guerra de los paneles laterales, o la pareja burguesa y frívola que baila el charlestón retorciéndose, o la despampanante mujer del abanico de plumas que va a la moda con su pelo y su falda corta, mezcla de Marlene Dietrich y Joséphine Baker…; tanto los que callejean como los que se encuentran dentro de la sala de bailes, tienen la boca apretada, indispuesta, incapacitada para obsequiar al otro una leve sonrisa, algo de complicidad. No hay que fijarse mucho para comprender que nadie se divierte y que la desconfianza se impone a la buena intención de compartir.

A fin de cuentas, ¿qué poder puede tener un hombre que vive la destrucción de su mundo y de su cultura? El oro que llovía sobre sus cabezas era falso, pero cuando descubrieron que no era más que purpurina… era tarde.

Terminada la Segunda Guerra Mundial —en la que también participó el pintor, aunque no de manera voluntaria—, Otto Dix se desmarcó del realismo para experimentar, como afirmó en una carta enviada al pintor alemán Ernst Bursche, «una especie de liberación».

En la misiva confesó a Bursche: «He tirado libremente por la borda todas las nociones de composición ideal, la sección de oro y toda esa basura renacentista». Pero, ojo, la renuncia sólo estaba relacionada con la técnica pictórica: Otto Dix nunca dejó de dar voz a su conciencia.

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