¡POBRE NAPOLEÓN!

La coronación de Napoleón (detalle), Jacques Louis David, óleo sobre lienzo, 1807.

POBRE NAPOLEÓN

I

(Todo está a oscuras. En el centro del escenario, Napoleón se encuentra vestido completamente de blanco. Se escucha a lo lejos cómo las olas golpean los arrecifes. Napoleón declama.)

NAPOLEÓN

¿Dónde fue que me extravié?
¿Dónde perdí el poder?
¿Dónde olvidé la razón?
¿Y dónde dejé al amor?

¿Dónde encontré la angustia?
¿Dónde la traición y el dolor?
¿Dónde quedó mi honor?
¿Y por qué, para mí, se ocultó el sol?

¿Y el tedio que me invade,
me abraza, me muerde, me asfixia…
de cuál de estos riscos sale?

Estoy malherido, hincado de rodillas,
humillado, impotente ante lo inevitable;
pues el mundo, que tantos muertos me debe,
me ha olvidado.

II

(Napoleón está sentado en una silla. Tiene la cabeza baja y las manos sobre las rodillas. Su sombrero está en el suelo. Entra el conde Charles de Montholon, su médico, y se dirige a él.)

MÉDICO

Otra vez ausente, otra vez a solas, otra vez la melancolía hincando el colmillo en su carne, señor.

NAPOLEÓN

No son, ¡ay!, las únicas penas la soledad, la falta de noticias y la traición.

MÉDICO

Son tristes sus quejas y son… injustas. El hielo de Rusia petrificó a los hipnotizados que lo siguieron y, sin embargo, aquí está usted, el prestidigitador, viviendo.

NAPOLEÓN

Se equivoca, me extingo, malvivo a mi pesar en esta cárcel de piedra donde sólo el viento está autorizado a rugir. Aquí manda el inglés, bien lo sabe, doctor.

MÉDICO

Le rodean los amigos, los más fieles lo han seguido.

NAPOLEÓN

¿Acaso se burla de mí? Aquí no están los más fieles, esos fueron los primeros en partir. Aquí sólo quedan espías, truhanes y ladrones… y orgías de desconsuelo donde Dionisio es el rey.

MÉDICO

¡Qué soledad! ¡Qué tristeza! Gloria de otros tiempos, su debilidad provoca compasión en mí.

NAPOLEÓN

¡Ah, cómo envidio la suerte del Mariscal Turenne!

MÉDICO

Pero…, ¡si lo reventó un cañón en el campo de batalla!

NAPOLEÓN

¡Por eso!… La muerte en el campo de batalla convierte al hombre en héroe, lo hace inmortal. Yo, sin embargo, agonizo perdido en mi sombra.

MÉDICO

Pero, ¡¿qué quiere, qué busca?!

NAPOLEÓN

La violencia de la pasión, la grandeza de los actos. ¡La sangre! ¡La sangre! ¡Dios, he perdido el honor!

MÉDICO

Los excesos de la libertad nos han traído hasta aquí, Napoleón. No puedo ayudarlo; no es posible curar la soberbia.

NAPOLEÓN

Sí que puede ayudarme.

MÉDICO

¡¿Cómo?!

NAPOLEÓN

¡Regáleme la muerte!

MÉDICO

Cúmplase, entonces, su voluntad.

NAPOLEÓN

¡Que mi sangre corra sobre mis hombros y bañe todo mi cuerpo! ¡Que el soplo del viento esparza mis cenizas por la tierra! ¡Que la muerte abra la puerta a mis pecados y el demonio me libre de todo mal!

III

(Tocan tambores. Es retirado el cuerpo de Napoleón. En el escenario sólo queda el médico. El médico deposita una corona de cartón bañada en purpurina sobre la silla donde ha estado sentado el destronado  Emperador y se dirige al público.)

MÉDICO

¿Qué habría sucedido si, en vez de sables y sablazos, Napoleón hubiese repartido puñales de cartón? En el teatro que montó, el público pagó la entrada con sus vidas. ¿Y qué ofreció, que entregó sino egoísmo y vanidad, soberbia y muerte?

¡Arda en el calor del fuego el gran prestidigitador de hielo!

VOCES EN OFF

¡Pobre Napoleón!

(El médico recoge la corona de cartón, se la pone en la cabeza y se marcha.)

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