VICTOR HUGO. POEMAS DE AMOR

«En la fresca penumbra de la tarde que muere…».


Víctor Hugo y su primera esposa, madre de sus hijos, Adèle Foucher.

Tras el sonido tintineante de bellas palabras se escucha otro más hondo, otro con notas destinadas a abrasar, otro con tonos lastimeros e intensos que hablan de escenarios soñados o que ya no son. Son los poemas de amor de Victor Hugo una curva abierta donde los tonos se unen para exaltar, en contextos particulares y con acentos sufridos y resignados, al hombre en su individualidad.

Victor Hugo, el poeta de verso colorido e hinchado, escribió poesías a la naturaleza, a la muerte, a la política, a los problemas sociales de la Francia de su época y al amor. En sus poemarios hallamos acentos metafísicos, exóticos, ornamentales… En su obra encontramos poemas extensos hasta el agotamiento y poemas que duran lo que un suspiro, pero en todos ellos subyace una misma intención. Sus versos son reclamos exaltados, son la expresión de un sentimiento provocado por la creencia de que el hombre está marcado por el fatum. Son inciensos de aromas melancólicos.

Hay algo más, hay otra novedad en la poesía del romántico francés: su oposición al canon neoclasicista de la era ilustrada. En el Prefacio a su drama Cromwell (1827) —texto que se convirtió, sin que el autor lo pretendiera, en el Manifiesto del Romanticismo— se lee:

«Digámoslo en voz alta. Ha llegado el tiempo en que la libertad, como la luz, penetrando por todas partes, penetra también en las regiones del pensamiento. Es preciso inutilizar por inservibles las teorías, las poéticas y los sistemas. Hagamos caer la antigua capa de yeso que ensucia la fachada del arte.»

Victor Hugo propone en su Prefacio la libertad de expresión y de forma como principio del arte y de la escritura. Entierra la dictadura regida por la tragedia y abre el espacio a la comedia. Victor Hugo quita a la belleza su corona monárquica, dando paso a una democracia donde lo bello, lo feo, lo grotesco y lo cómico conviven en igualdad de condiciones.

El poeta y dramaturgo francés fue un Romántico atípico. Sus ideas políticas, volcadas en sus escritos,  convirtieron su obra en precursora de la literatura encargada de denunciar los problemas que afectan al hombre en comunidad: la literatura social. Del Romanticismo nació el Realismo —término utilizado a partir de 1850—, y mucho le debe este movimiento al pensamiento de Victor Hugo, donde el Yo individual va dando espacio al Yo social, aunque en Hugo ese Yo social conserva una carga subjetiva de la que el Realismo se desmarcó al buscar formas objetivas de reflejar la realidad.

Victor Hugo y su segunda esposa, antes amante, Juliette Droumet.

Pero es a la poesía amorosa de Victor Hugo a la que va dedicada mi entrada. Es la mujer la protagonista de los versos que hoy dejo aquí. La mujer romántica. Es decir, la mujer presentada o como un ser indefenso ante los látigos del Señor Amor —en los poemas sociales es descrita como víctima de las costumbres de su época— o como alma cruel que lleva al hombre a su perdición.

Opto por el grabado para ilustrar los poemas que he seleccionado. El grabado en la época de Victor Hugo dejó de ser una técnica para convertirse en arte.

La revolución industrial hizo que el grabado se masificara corriendo el riesgo de convertirse en una simple lámina. Sin embargo, este procedimiento logró sortear el rumbo que le marcaban, que no era otro que una plaza en el anonimato del mundo del papel pintado. ¿Cómo lo hizo? Con dos pasos muy sencillos. Las dos novedades que aporta el siglo XIX a la estampa son: la firma del autor y la series limitadas.

Victor Hugo apreciaba esta forma de impresión. De hecho, sus obras salieron al mercado ilustradas con grabaditos que reforzaban algunos pasajes de sus novelas.

Termino mi introducción recordando el comienzo del poma que Victor Hugo dedicó al grabador alemán  Alberto Durero (1471-1528). Lo escribió el 20 de abril de 1827 y dice:

 A ALBERTO DURERO

En los ancianos bosques en que la savia fluye
desde el aliso negro al tronco de abedul,
muchas veces, ¿no es cierto?, donde clarea el bosque,
pálido y asustado, sin mirar hacia atrás,
temblando estremecido, te has apresurado,
¡o mi viejo maestro, pensativo Durero!

Amigos, pasen y disfruten de los poemas del guardián del Romanticismo.


POEMAS

AYER AL ANOCHECHER

Las sombras descendían, los pájaros callaban,
la luna desplegaba su nacarado olán.
La noche era de oro, los astros nos miraban
y el viento nos traía la esencia del galán.

El cielo azul tenía cambiantes de topacio,
la tierra oscura cabello de bálsamo sutil;
tus ojos más destellos que todo aquel espacio,
tu juventud más ámbar que todo aquel abril.

Aquella era la hora solemne en que me inspiro,
en que del alma brota el cántico nupcial,
el cántico inefable del beso y del suspiro,
el cántico más dulce, del idilio triunfal.

De súbito atraído quizá por una estrella,
volviste al éter puro tu rostro soñador…
Y dije a los luceros: «¡verted el cielo en ella!»
y dije a tus pupilas: «¡verted en mí el amor!»

(Traducido por Salvador Díaz Mirón.)

PARA TI

Ya que dispuso el hado
que las almas den siempre a un ser amado
su música, su aroma o su calor;
ya que todas las cosas
o sus espinas dan o dan sus rosas
al anhelado objeto de su amor;

ya que el abril florido
da susurro a los árboles, y olvido
la oscura noche a los dolores da,
y con dulce embeleso
en la ribera deposita un beso
la ola que a fenecer en ella va;

enternecido amante,
yo, sobre ti inclinado, en este instante
lo mejor darte quiero que hay en mí:

el pensamiento mío
que, cual dulce y benéfico rocío,
en lágrimas de amor cae sobre ti.

¡Oh! De todos mis días
los dolores, las ansias y alegrías
tómalas; para ti tan sólo son.
Toma, toma, bien mío,
cuantos forma en su loco desvarío
ensueños de placer mi corazón.

Recibe de mi lira
todas las notas, que por ti suspira
en el delirio de mi amante fe;
mi espíritu, que incierto
boga al azar, sin encontrar el puerto,
si de tus ojos el fulgor no ve;

mi musa, que las horas
mecen soñando, y llora cuando lloras,
¡y en lágrimas bañadas siempre está!
Toma, toma, bien mío,
un corazón amante, que vacío
sin tu dulce cariño quedará.

(Traducción de Teodoro Llorente.)

LOS NIDOS

Cuando el soplo de abril abre las flores,
buscan las golondrinas
de la vieja torre las agrestes ruinas;
los pardos ruiseñores
buscando van, bien mío,
el bosque más sombrío,
para esconder a todos su morada
en los ramos frondosos.
Y nosotros también, en el tumulto
de la inmensa ciudad, hogar oculto
anhelantes buscamos,
donde jamás oblicua una mirada
llegue como un insulto;
y preferimos las desiertas calles
donde la turba inquieta
en tropel no se agrupa; y en los valles
las sendas del pastor y del poeta;
y en la selva el rincón desconocido
donde no llegan del mundo los rumores.
Como esconden los pájaros su nido,
vamos allí a ocultar nuestros amores.

(Traducción de Salvador Díaz Mirón.)

SU SILENCIO…

Su silencio fue la treta
Donde cayó mi alma indiscreta.
Al principio el corazón
Sólo sentía una inquieta
y agridulce desazón.

Juntos al campo en carruaje
íbamos todos los días;
yo le hablaba, y el follaje
contestaba a mi lenguaje
con suspiros y armonías.

Ella con plácido anhelo
clavaba en mí sus pupilas;
donde sin mancha ni velo
pintábanse las tranquilas
profundidades del cielo.

Y reclinada al fondo
del coche iba satisfecha
sin decirme nunca nada.
De pronto sentí una flecha
en el alma atravesada.

Ese que llaman Amor
Es un no sé qué traidor:
Y una mujer que hábil calla,
es el antro donde se halla
emboscado el flechador.

(Traducción de Teodoro Llorente.)

DESPUÉS DEL INVIERNO

¡Mira; todo renace, amada mía!
Brillantes resplandores
alumbran ya la atmósfera sombría:
cuando llena la tierra está de flores,
los hombres son mejores.
Ven: dos chispas del mismo fuego eterno,
la flor en la pradera
y el astro enciende en la azul esfera.
Ven, ven: huyó el invierno,
esa triste y oscura primavera
que del pecho a los ojos subir hace
savia amarga que en el llanto se deshace.
¡No más lágrimas! ¿Quieres vida mía,
que nos amemos en la selva umbría?
Los árboles inclinan
sus ramas, que engalanan frescas flores,
para abrigar los pájaros, que trinan
sus cánticos de amores.
Parece que despuntan los albores
de aquel dichoso día
que vio nacer nuestra pasión constante,
y que mano sonría
como en el cielo, nuestro pecho amante.
Todo lo llenan músicas sonoras,
de día las abejas zumbadoras
en torno cantan de las flores bellas,
y cantan luminosas las estrellas
en las nocturnas horas.
¿No oyes las dulces voces que nos llaman
y nos dicen en árboles y nidos:
«¡Felices los que aman!
Por la diestra de Dios son bendecidos?»
¡Ay! ¡Embriaga el ambiente!
En torno de mi cuello tú reposas
los vencedores brazos dulcemente.
¡Oh Dios!¡En los rosales cuántas rosas!
¡Cuánto suspiro en nuestro pecho ardiente!
¡Eres más bella tú que la auroras!
Tus ojos y tus labios de rubíes
sus lágrimas les roban cuando lloras,
y les robas sus perlas cuando ríes.
Nos ama la feraz naturaleza
de Eva y de Adán hermana;
y mece nuestro amor, y su belleza
mezclan con él ufana.
En plácido embeleso
el cielo contemplándote te adora;
y nos devuelve nuestro dulce beso
la sombra protectora.
De los enamorados elementos
los supremos efluvios aspiramos;
y somos dos aromas, dos acentos,
dos ráfagas de luz que nos buscamos.
Y sin que entibie su feliz ternura
nuestra pasión constante,
yo amo a la estrella pura;
y el sol, el sol espléndido es tu amante.
Y nuestra fiebre ardiente
siente la flor que nuestros labios toca,
y a la vez nuestra boca
los besos de la luz percibe y siente.

(Traducción de Teodoro Llorente.)

MIS DOS HIJAS

En la fresca penumbra de la tarde que muere,
la una como un cisne, cual paloma la otra,
bellas y alegres ambas, ¡oh dulzura!
Ved, la hermana mayor y la hermana pequeña
se sientan a las puertas del jardín y sobre ellas
un ramo de claveles de largos tallos frágiles,
en la urna de mármol por el viento mecida,
se inclina y la contempla, inmóvil y viviente,
y se agita en la sombra, y en el vaso semeja,
vuelo de mariposas detenido en el éxtasis.

(Traducción de Antonio Martínez Sarrión.)

ALBORADA

Ya brillaba la aurora fantástica, incierta,
velada en su manto de rico tisú.
¿Por qué, niña hermosa, no se abre tu puerta?
¿Por qué cuando el alba las flores despierta
durmiendo estás tú?

Llamando a tu puerta, diciendo está el día:
«Yo soy la esperanza que ahuyenta el dolor».
El ave te dice: «Yo soy la armonía».
Y yo, suspirando, te digo: «Alma mía,
yo soy el amor».

(Traducción de Fernando Maristany.)

¡VEN! EN LA PRADERA EN FLOR…

¡Ven! En la pradera en flor,
suena una flauta invisible…
El canto más apacible
es el canto del pastor.

Un hálito fresco y suave
riza la onda de cristal…
La música más jovial
es la música del ave.

¡Que la sombra del dolor
no nuble tu faz radiante!
El himno más palpitante
es el himno del amor.

(Traducción de Salvador Díaz Mirón.)

EL TRIUNFO

Estaba despeinada y con los pies desnudos
al borde del estanque y en medio del juncal…
Creí ver una ninfa, y con acento dulce:
«¿Quieres venir al bosque?», le pregunté al pasar.

Lanzóme la mirada suprema que fulgura
en la beldad vencida que cede a la pasión;
y yo le dije: «Vamos; es la época en que se ama:
¿quieres seguirme al fondo del naranjal en flor?»

Secó las plantas húmedas en el mullido césped,
fijó en mí las pupilas por la segunda vez,
y luego la traviesa quedose pensativa…
¡Qué canto el de las aves en el momento aquel!

¡Con qué ternura la onda besaba la ribera!
De súbito la joven se dirigió hacia mí,
riendo con malicia por entre los cabellos
flotantes y esparcidos sobre la faz gentil.

(Traducción de Salvador Díaz Mirón.)

APARICIÓN

Contemplé un ángel blanco que sobre mí pasó;
su deslumbrante vuelo la tempestad aplacaba,
de lejos acallando el estruendo del mar.
—¿Qué pretendes hacer, ángel, esta noche?
Le dije. —Respondió:-—Vengo a llevarme tu alma.
Al notar que era hembra se hizo conmigo el miedo
y le dije temblando, tras tenderle los brazos:
—¿Y qué me quedará cuando desaparezcas?
No contestó. El cielo al que asedia la sombra
se borraba… —Si tomas mi alma, le grité,
¿a dónde irá a parar? Enséñame ese sitio.
Y se callaba siempre. ¡Oh huésped de lo alto!,
¿La muerte significas? —dije—, ¿o más bien la vida?
Y avanzaba la noche sobre mi alma absorta,
y el ángel, ya borrándose, me dijo: —El amor soy.
Su frente, ya entre sombras, aún más bella lucía
y en el distante fondo de sus bellas pupilas
distinguí astros detrás de plumas y de alas.

(Traducción de Antonio Martínez Sarrión.)

ENLACES RELACIONADOS

Victor Hugo. Poemas de amor.

Adán y Eva. La tumba de Aziza. Dos poemas de amor (Ashram El-Kebir).

Poemas de amor (Pedro Salinas).

Ernestina de Champourcin. Poemas.

Anna Ajmátova y «En la negruzca neblina de París».

El diablo enamorado (Jacques Cazotte).

Una fantasía del doctor Ox (Julio Verne).

No hay como una noche de amor.

El sueño de un gato. Relato de amor.

Edgar Allan Poe. Poemas.

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Primera Parte.

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Capítulo dos: José María de Heredia

Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Capítulo 3: Severiano de Heredia y Cornélius Price.

Las flores del mal (Charles Baudelaire).

Marceline Desbordes-Valmore. Poemas.


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