POESÍAS CUBANAS DEDICADAS A FEDERICO GARCÍA LORCA
«¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro».
Payaso de rostro desdoblado, tinta y lápices de color sobre papel, 1927.
Cuando Federico García Lorca pisó suelo cubano sabía que aterrizaba en tierra de poetas. Con los rascacielos neoyorkinos enmarcados aún en sus pupilas, y un acento extraño grabado en sus oídos, Federico iniciaba su experiencia en suelo americano de habla española.
El poeta y dramaturgo llegó a La Habana el 7 de marzo de 1930 y marchó el 12 de junio de ese mismo año. Y en ese corto período de tiempo —intenso el autor e intensa ella, la ciudad elocuente— el amor fraternal enraizó con tal fuerza que ni la sombra que deja a su paso el caballo negro de la muerte ha podido marchitar el afecto de los intelectuales cubanos por Federico, quien, bajo el mando de claves, tambores y maracas, escribió: «Esta isla es un paraíso. Cuba. Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba».
Los escritores y artistas cubanos han mantenido encendida la antorcha de una amistad bendecida por la brisa marina que expanden las olas. Hermandad nacida bajo los balcones torneados y desconchados de La Habana anciana, bajo la sombra de las palmeras y de los frutales de las villas alejadas y en las comadritas del porche de los hermanos Loynaz, atrio perfumado de jazmines y de aromas de gatos.
Casa con torre, gouache sobre papel, 1928.
Hoy, como dijera Eliseo Diego al hablar de su «oficio de poeta», voy a dejar aquí una serie de «renglones cortos que se llaman versos» y que están dedicados a Federico García Lorca. Son algunas de las muchas poesías escritas por cubanos que rinden homenaje al andaluz que al dejar La Habana se llevó consigo el cante, el toque y el baile de la música afrocubana.
Los poemas que he seleccionado fueron escritos a raíz del asesinato de Federico García Lorca. He estado, como siempre, pensando en cómo ilustrarlos y al final me he decidido por sus dibujos, fieles guardianes de la viveza de un espíritu que comparte eternidad con su arte, obras donde conviven la alegría del escritor y el sentimiento trágico de la vida de la España que Lorca habitó.
POEMAS
San Rafael, tinta y lápices de color, 1928.
PARA FEDERICO GARCÍA LORCA
Flor Loinaz (1908-1985).
I
Caderas redondas
las que te parieron;
caderas morenas
y curvas de cielo.
¡Cielo de Granada,
cielo limpio y tierno!
El poeta niño
como te miraba
sin saberlo.
II
Primaveras hondas
y turbios inviernos;
otoño de raso
y veranos tiernos.
Y todo pasaba
debajo del cielo,
junto a aquel poeta
alto como el viento.
El adolescente
nimbado de besos.
Besos de la novia;
de la madre, besos.
Que todos se funde
en el medio cielo.
III
Ya el poeta es hombre;
se quitó el chaleco
bordado de flores
y lleva otro negro…
Es noble y es duro
igual que el acero
y ha abierto una herida
de ocaso en el cielo.
EPÍLOGO
El amor apenas
le rozó los dedos…
La vida le dijo
adiós desde lejos,
agitando en alto
un sucio pañuelo
y el cielo esa noche
quedó sin luceros.
¡Que todos en balas
los clavó en su cuerpo!
Soledad Montoya, tinta y lápices de color, 1930.
EN LA MUERTE DE UN POETA
Emilio Ballagas (1908-1954).
¡Qué penumbra de dalia desterrada!
¡Qué eclipse de guitarra y romancero!
¡Qué apagarse de trenzas y toreros
yerra doliente por tu madrugada!
Salgo al aire con pala y con azada
buscando por el cielo derrotero
que me lleve a cavar entre luceros
la tumba pura para ti soñada.
Acuesta allí sobre plumón ocioso
tu desmayo final bajo la suave
ala de un ángel trágico y hermoso.
De tu dulce dormir dame la clave.
Levántate una noche y silencioso
muéstrame un signo y tírame la llave.
Dama española sentada, tinta china y lápices de color sobre cartulina, 1929.
F.G.L
Gastón Baquero (1918-1997).
Paz. La muerte se ha sentado
por caminos de acero sobre un pecho.
Comienza a amanecer, ábrase el lecho
donde muestra un espejo lo soñado.
Ahora el vivir se extiende convocado
hacia inmedible campo, hacia el trecho
más claro de su ser; va sin acecho
derramando silencio iluminado.
Ya comienza a entender… Bebe el aroma
de una nieve que alberga, de una playa
por cuyo suelo nunca el toro asoma.
Soñadle puesto en Dios. Soñad que estalla
risa y verso y pasión; soñadle aroma
que en lumbres canta la invisible playa.
Jardín con el árbol del sol y el árbol de la luna, gouache sobre papel, 1923.
(Decorado para «La niña que riega la albahaca».)
NIÑO Y LUNA
Rafaela Chacón Nardi (1926-2001).
Madre,
alcánzame la Luna
que allá en el cielo
parece una moneda de plata.
Luna que durmió
en el río.
(Y se despertó
en las palmas).
Luna que se hundió
en el mar.
(Y que asciende
a la montaña).
Luna pulida de enero,
Luna fría,
con bufanda.
Madre,
yo quiero la Luna
antes que la robe el alba.
Muchacha granadina en un jardín, tinta y lápices de color, 1924.
ANGUSTIA CUARTA
Nicolás Guillén (1909-1989).
Federico
Toco a la puerta de un romance.
—¿No anda por aquí Federico?
Un papagayo me contesta:
—Ha salido.
Toco a una puerta de cristal.
—¿No anda por aquí Federico?
Viene una mano y me señala:
—Está en el río.
Toco a la puerta de un gitano.
—¿No anda por aquí Federico?
Nadie responde, no habla nadie…
—¡Federico! ¡Federico!
La casa oscura, vacía;
negro musgo en las paredes;
brocal de pozo sin cubo,
jardín de lagartos verdes.
Sobre la tierra mullida
caracoles que se mueven,
y el rojo viento de julio
entre las ruinas, meciéndose.
¡Federico!
¿Dónde el gitano se muere?
¿Dónde sus ojos se enfrían?
¡Dónde estará, que no viene!
(UNA CANCIÓN)
«Salió el domingo, de noche,
Salió el domingo, y no vuelve.
Llevaba en la mano un lirio,
Llevaba en los ojos fiebre;
El lirio se tornó sangre,
La sangre tornóse muerte».
(MOMENTO EN GARCÍA LORCA)
Soñaba Federico en nardo y cera,
y aceituna y clavel y luna fría.
Federico, Granada y Primavera.
En afilada soledad dormía,
al pie de sus ambiguos limoneros,
echado musical junto a la vía.
Alta la noche, ardiente de luceros,
arrastraba su cola transparente
por todos los caminos carreteros.
«¡Federico!», gritaron de repente,
con las manos inmóviles, atadas,
gitanos que pasaban lentamente.
¡Qué voz la de sus venas desangradas!
¡Qué ardor el de sus cuerpos ateridos!
¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!
Iban verdes, recién anochecidos;
en el duro camino invertebrado
caminaban descalzos los sentidos.
Alzóse Federico, en luz bañado.
Federico, Granada y Primavera.
Y con luna y clavel y nardo y cera,
los siguió por el monte perfumado.
Monja con corona de flores, tinta y lápices de color, 1926.
(Dedicado a Pepe Segura.)
FE-DE-RI-CO
Enrique Loynaz (1904-1966).
Va la flecha recta…
(¡perdida!)
—Así sucedió erecta
tu vida.
…Pasa la curva flecha soñolienta
y esta
—para siempre— se clava.
¿Dónde?, en tu corazón, cálido amigo.
—Por eso que fue curva y de colores,
de días y de noches,
de luces y luceros
aquella flecha
hecha
para la vastedad tuya y de otros.
(Por eso que tu flecha fue de plomos,
tan ligeros…)
Fe-de-ri-co.
(Extraño ya y padecido).
Ahora
falta… la flecha de los marineros;
fina punta acerada
que vaga hacia el Olvido,
entre la madrugada.
Camino y bosque, lápices de color sobre papel, 1924-1925.
SCHERZO
Luis Marré (1929-2013).
En las altas ramas canta
el pájaro azul del viento.
El río —ronca garganta—
arrastra largo lamento.
En los juncos de la orilla
juega la luna desnuda.
Un coro de ranas chilla
una serenata aguda.
La luna se tira al río
y resbala en la corriente.
Peces le muerden el frío
torso de cuarto creciente.
Luego, al ver que alguien acecha,
se incorpora entre la espuma
y sobre sus hombros echa
una camisa de bruma.
Vista general de La Alhambra, facsímil en Revista de Indias, 5, 1928.
(Paradero desconocido.)
VISITA A FEDERICO
Manuel Díaz Martínez (1936).
En Granada, fue en Granada:
un laberinto de calles,
de ladridos y tinieblas
me llevó a quien yo buscaba.
En Granada, fue en Granada:
la Huerta de San Vicente,
insomne, lejana y sola,
de la noche surgió blanca.
En Granada, fue en Granada:
con una luna en la mano,
bajo un palio de ceniza
me recibió tu fantasma.
En Granada, fue en Granada:
echaba una fuente oscura
un agua brillante y fina
en la mudez de tu casa.
Paso de la Virgen de los Dolores, tinta y lápices de color sobre papel, 1924.
FEDERICO
Georgina Herrera (1636).
Una voz entra en Granada
pregunta
los asuntos de su muerte.
La Guardia Civil
no sabe de qué se habla.
No recuerda
como echaron
por los caminos de piedra
la suerte de Federico.
Pero existen los gitanos, sacan
lo que hay en la memoria. Dicen
tal vez fue que el viento
silbó su nombre
en los más duros oídos. O pudo ser
que las balas, siendo tantas
estremecieron los nidos
y algunas briznas
tejieron su nombre, junto
a feroces miradas…
O el Guadalquivir,
los olivos
recogiéndose hacia dentro
quién sabe. Pobre
la Guardia Civil;
la ha matado
la memoria de los gitanos; esos
que cuidan a Federico
y a Granada lo regresan.
Y a sus venas
meten con prisa
la sangre, su amor, su loca
ternura.
A los antiguos balcones
salen todos:
fantasmas,
gente viva,
gente que está por nacer.
Nada puede con la vida,
ni la muerte.
Federico entra en Granada.
Está de regreso.
Vivo.
Nocturno: frutero con dos limones, tinta china y lápices de color sobre cartulina, 1934.
COPLA
José Luis Moreno del Toro (1943-2015).
Lloran sobre el mar de Cuba
enormes flores bermejas
sobre la isla perdida
el aire amarillo tiembla.
(Federico García Lorca)
Detrás de los arrayanes
la roja tarde se espanta
cúbrese con una manta
herida de flamboyanes.
Cuero de verdes caimanes
en la fina piel de uva
al llanto de la cosuba
muere de sol, ya no canta
el silencio y su garganta
lloran sobre el mar de Cuba.
Rezuma del yuraguano
en la vega de Granada
rompe su talle la espada
con hojas del avellano.
Deja el otro amor su mano
en la arena, dulce queja,
la verde agua refleja
ojos de guajira mora
sobre mi playa alcandora
enormes flores bermejas.
Se pierde tras un ladrido
arrastrando al plenilunio
agorero de infortunio
donde el llanto está escondido.
Habita enorme quejido
crece con fuerza la vida
en el monte donde anida
la mar, profunda esperanza,
baila sin ropa una danza
sobre la isla perdida.
Del Darro llega el lamento
al otro arroyo querido;
el Jigüe, también herido
por el hombre y su momento.
Agua que no lleva el viento
para el surco donde siembra
el sudario de la hembra
presagios de antifonías
Federico, en estos días
el aire amarillo tiembla.
Merienda, tinta china, lápices de color y gouache sobre cartulina, 1927.
NOCTURNO A LA LUZ DE SIERRA NEVADA
León de la Hoz (1957).
La noche nace en Granada como un mantel
que es tendido lleno de migas por mi madre.
Yo era el único bajo el cielo apacible,
luego llegó Federico trayendo un postre
con el olor de los jazmines marchitos;
después apareció Ángel y su rayo de sol
doblado como una luna de alambre andaluz.
¿Vienes de Santiago? Preguntó Federico
y Ángel sonrió con su sonrisa de ángel.
Yo que estaba solo, a punto de sucumbir
ante la soledad del viento y el olvido
que lleva las montañas hasta el ocaso,
de pronto veo caer a los amigos muertos.
Van llegando con máscaras y amputaciones
de dos caras que impiden saber quiénes son.
«¿Eres tú Federico o eres Ángel?», repito.
Cualquier cosa puede suceder esta noche
en la que mi madre en otro oscuro mundo
termina de dar la cena mísera a mi padre
y sacude al mantel que cede las estrellas.
Sé que el viejo de casa tampoco tardará,
descenderá sin alas donde no hay distancia
con la fragancia que aquí tienen las citas,
y dirá: «Espero no llegar tarde al postre».
Yo preguntaré: «¿Eres tú, Federico, Ángel?»
Será esta noche cuando la tierra y el cielo
se me unan en el pecho el día de los muertos.
Me lo dice el gato que huye de las sombras
que llegan a probar los restos en mi mesa.
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