POETAS CUBANOS DE EXPRESIÓN FRANCESA
CAPÍTULO 1: LITERATURA DE EMIGRADOS
«¿Es una mera coincidencia la que reúne a tantos cubanos en la preferencia del idioma francés como medio de expresión intelectual?»
Orfeo, Gustave Moreau, óleo sobre tabla, h. 1865.
Poetas cubanos de expresión francesa se publicó en el año 1941 en la Revista Iberoamericana (volumen III,6). Es obra del humanista y diplomático dominicano Max Henríquez Ureña (1885-1968), una de las voces más representativas de la intelectualidad hispanoamericana del siglo XX.
Cualquiera que desee ahondar en el Modernismo sabrá aprovechar el ensayo de Henríquez Ureña. Es imposible comprender el Modernismo si no te has acercado al Parnasianismo y al Simbolismo, las dos corrientes que, unidas, dieron vida al movimiento que dio voz propia a la poesía y a la literatura latinoamericana —el Modernismo inicia su camino con los cuentos y los poemas recogidos en el libro Azul (1888), de Rubén Darío. El Modernismo debe al Parnasianismo, entre otras cosas, la perfección de la forma y los temas mitológicos y exóticos en los que se centró. Y debe al Simbolismo la metáfora, el lenguaje musical y la manifestación de las ideas a través de los símbolos.
Poetas cubanos de expresión francesa está dividido en seis capítulos. El primero está concebido a modo de introducción y lleva por título Literatura de emigrados. El segundo está destinado a José María de Heredia (1842-1905), el tercero a Severiano de Heredia (1836-1901), el cuarto a Cornélius Price y Porro (1870-¿?), el quinto es para Augusto de Armas (1869-1893) y el sexto para Armand Godoy (1880-1964). Son ¡cuarenta y tres páginas dedicadas al movimiento posromántico en Cuba!
El ensayo de Henríquez Ureña, que leí en mi juventud cuando trabajaba en la Biblioteca Nacional con el historiador Julio Le Riverend (1912-1998), me ha llevado tiempo encontrarlo. Y si ahora puedo compartirlo con ustedes es gracias a un sacerdote y amigo que vive en La Habana, quien lo localizó y me lo envió.
Las voces, Gustave Moreau, gouache y acuarela sobre papel, h. 1880.
Voy a dividir Poetas cubanos de expresión francesa, pues es algo extenso para una sola entrada. Hoy les dejo la introducción del ensayo de Ureña. Más adelante, en el transcurso de las próximas semanas, iré publicando los apartados dedicados a los poetas cubanos que no pudieron escapar al embrujo que sobre ellos ejercieron la filosofía y las letras francesas del siglo XIX. En total, serán cuatro opúsculos que recogerán las seis partes del original.
He escogido para ilustrar este capítulo al simbolista Gustave Moreau (1826-1898), pintor que fue amigo de Julián del Casal (1863-1893), el poeta que estrenó el Modernismo en Cuba.
Max Henríquez Ureña recoge en su ensayo las poesías en el idioma en que fueron escritas —francés—, pero las tradujo al español para las notas. Pondré la versión en castellano.
Y una vez hecha la presentación, y con un café cargado en la mesa, me dispongo a teclear. ¡Qué mejor manera de arrancarle al día los clavos del aburrimiento!
CAPÍTULO I
LITERATURA DE EMIGRADOS
Galatea, Gustave Moreau, tinta, temple, gouache y acuarela sobre cartón, h. 1896.
En el proceso histórico de la cultura cubana hay un aspecto que no ha sido estudiado todavía con la debida amplitud: es el de las influencias francesas que, desde las postrimerías del siglo XVIII, se reflejan de manera constante en casi todas las manifestaciones de la actividad intelectual. Es verdad que el influjo ejercido por Francia es común, aunque no siempre en igual grado, a toda la América española, ya que el pensamiento francés presidió la evolución de las ideas políticas en el nuevo continente, donde se consolidaron, en una hora difícil para el mundo, los principios fundamentales de la democracia republicana.
En el orden de la filosofía y también en el de la literatura el pensamiento francés tuvo vasto influjo en Cuba; y por eso vemos que Condillac, Cousin y Comte señalan allí tres crisis sucesivas de la orientación filosófica, y que en la poesía romántica cubana el nombre de Juan Clemente Zenea se enlaza de modo indisoluble con el de Musset, así como el de Rafael María de Mendive se asocia con el de Víctor Hugo. Más tarde encontramos en Julián del Casal un nexo semejante con el Parnasianismo francés.
Hay algo más. No son pocos, relativamente, los cubanos que han utilizado el idioma francés para expresar su pensamiento. Baste recordar a María de la Merced Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlin, que narró en prosa francesa, animada y cálida, sus recuerdos de Cuba; a Andrés Poey, que intervino en los debates filosóficos de la segunda mitad del siglo XIX con Le positivisme y otras obras; a Henri Disdier, suerte de místico racionalista —valga la frase aunque tenga sabor de paradoja—, autor de extensos trabajos sobre la Conciliation rationelle du droit et du devoir y sobre la Source de sentiment religieux; y, para señalar un radio de actividad muy diferente, al profesor Joaquín Albarrán, que tan alto rango mereció en la ciencia médica francesa.
En el campo de la poesía el fenómeno alcanza mayor relieve: los nombres de José María de Heredia, Augusto de Armas y Conélius Price lo atestiguan de sobra. ¿Se trata de hechos aislados que sólo obedecen a circunstancias personales? ¿Es una mera coincidencia la que reúne a tantos cubanos en la preferencia del idioma francés como medio de expresión intelectual?
En algunos casos, como en el de la Condesa de Merlin, en el de Heredia y en el de Disdier, esa preferencia podría explicarse, en parte, por nexos o antecedentes de familia; pero en otros, como sucede con Andrés Poey, Augusto de Armas, Cornélius Price, Severiano de Heredia, la explicación tendría que ser otra. El fenómeno se repite con demasiada frecuencia para que podamos considerarlo como la mera coincidencia de hechos que en cada caso se deben a circunstancias personales.
Otros países de América nos ofrecen casos aislados o accidentales en que se manifiesta la misma preferencia.
Descartemos a Jules Laforgue y a Jules Supervielle, nacidos en el Uruguay, pero cuya lengua materna era el francés, y al boliviano Adolfo Costa du Rels, por cuyas venas corre sangre francesa; y encontraremos determinados casos en los que la afición al idioma francés prevalece sobre el origen: el peruano N. A. Della Rocca de Vergalo, que tuvo la obsesión de modificar la ortografía francesa (La réforme générale de l’ortografe, 1909) y escribió algunos libros de versos (Feuilles du coeur, 1876; Le livre des Incas, 1880); el chileno Vincent Huidobro (Adam, 1916; Horizon carré 1917; Tour Eiffel, 1917; Hallali, 1918; Saisons choisies, 1921; Automne régulier, 1924; Manifestes, 1925; Tremblement de ciel); el colombiano Alfred de Bengoechea (L’orgueilleuse lyre; D’ombre et d’azur,1930); los argentinos José María Cantilo (Jardins de France) y Delfina Bunge de Gálvez (Simplement; La nouvelle moisson); el dominicano Andrejulio Aybar (Propos d’amour ou de dépit, 1923); el uruguayo Alvaro Guillot Muñoz, y otros más.
Pero esos son casos esporádicos, como los de Stuart Merril y Francis Viellé-Griffin por lo que respecta a los Estados Unidos de América. Podría agregarse que, así como Rubén Darío escribió en francés una Ode a la France, hay escritores hispanoamericanos, como los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, que cuando la ocasión lo exige saben manejar el francés con igual soltura que el español, pero ejemplos tales lo que demuestran es destreza bilingüe, y ese hecho ha sido frecuente también en Cuba.
A mi juicio la causa principal de que muchos nativos de Cuba prefirieran escribir en idioma francés y abandonaran el español, que era su lengua materna, es la continua emigración de cubanos al extranjero durante todo el siglo XIX, que fue para Cuba un siglo de agitación y de inquietud. Unos emigraron a los Estados Unidos de América, y el cultivo del idioma inglés se les hizo indispensable: el Padre Félix Varela alcanzó allí renombre como polemista religioso en ese idioma, y más tarde José Ignacio Rodríguez y José de Armas y Cárdenas hicieron alarde de destreza bilingüe escribiendo en inglés con igual maestría que en español.
Otros emigraron a Francia (o a la Suiza francesa, como Disdier), y se dedicaron al cultivo del idioma francés, ansiosos sin duda de incorporarse al movimiento de la cultura francesa. De todas suertes, es la circunstancia de haber emigrado a Francia la que determina el fenómeno, de tal suerte que si, agrupando esos poetas y escritores en atención a su país de origen, pudiéramos hablar, en cierto modo, de una literatura cubana de expresión francesa, tendríamos que considerarla como literatura de emigrados.
Fuera de este concepto general —literatura de emigrados—, sólo caben casos de excepción, en que alguno que otro poeta cubano ha escrito, por mero entretenimiento, composiciones en francés, como aquellos versos, llenos de música y de gracia, que José Jacinto Milanés dedicó a Fanny Elssler, pero es el hecho de la emigración el que hace que otros muchos no utilicen la lengua española como medio de expresión, sino la francesa. Cierto es que en los cubanos que tienen ascendientes franceses esa tendencia se manifiesta con mayor imperio; pero aún así, el hecho de la emigración a Francia, a Suiza, al Canadá o a Nueva Orleans, es el que determina la elección que hacen del francés como medio de expresión literaria.
Tomemos como ejemplo a un autor casi desconocido: Charles Bacarisse. Nació en Santiago de Cuba en 1841 y emigró en su juventud a Nueva Orleans, donde todavía el idioma francés conservaba cierta preeminencia y era de uso constante entre las clases cultas. Allí murió en 1890. Las composiciones que escribió en francés, de corte romántico, no exentas de melodía y de sentimiento, apenas llegan a media docena. Una de ellas está consagrada a una de las grandes fechas de la libertad cubana: el diez de octubre. ¿No es lícito pensar que, quien de tal suerte seguía espiritualmente vinculado a su tierra natal, se habría mantenido fiel al cultivo de la lengua española, de haber permanecido en Cuba?
En nuestros días, cuando creíamos extinguido el fenómeno por haber cesado el proceso emigratorio que señalo como su causa principal, nos sorprende el caso singular de Armand Godoy, que no está ligado a Francia por vinculaciones de familia y empezó a estudiar a fondo el francés cuando trasladó su residencia a Francia, ya en la edad madura.
Importa señalar que se trata también de un emigrado, pero este es un caso que bien podemos llamar reflejo: es la supervivencia de lo que ya constituye una tradición. Acaso Godoy no escribiría en francés si no tuviera como acicate el antecedente de otros cubanos que han sobresalido en el cultivo de esa lengua. Hay quien le atribuye el propósito de llegar, como llegó Heredia, a la Academia, aunque, desde luego, la Academia no es la inmortalidad.
La mayor actividad poética de los nativos de Cuba que emigraron a Francia, se manifiesta en la segunda mitad del siglo XIX, en el momento en el que se forma el grupo parnasiano. Continúa después con el auge del grupo simbolista. El nombre que surge en primer término, tanto en el orden del tiempo como en el de la jerarquía intelectual, es el de José María Heredia.
Nota: El próximo capítulo será José María Heredia.
ENLACES RELACIONADOS
Max Henríquez Ureña. “Poetas cubanos de expresión francesa”. Capítulo dos: José María de Heredia
Las poetas modernistas y posmodernistas hispanoamericanas. Poemas.
Dulce María Borrero. “Horas de mi vida”. Poemas.
Leopoldo Lugones: “Alma venturosa” y otros poemas. Ilustraciones de Xavier Gosé.
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Poemas religiosos para Semana Santa.
Rubén Darío para jóvenes lectores. Poemas.
Antología de la poesía en Cuba: 1800-1950.
Lo negro y lo mulato en la poesía cubana (Ildefonso Pereda Valdés).
Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX) José Lezama Lima. Texto íntegro.