POETISAS MODERNISTAS HISPANOAMERICANAS. POEMAS

«Entonces…, no eres mujer».
Mercedes Matamoros

Retrato de mujer, Román Ribera, óleo sobre lienzo, último cuarto del siglo XIX.

Sentimiento en el verbo. Emociones que dirigen la escritura. Rebeldía y tristeza. La poesía femenina modernista desprende una llama intensa que hace arder los bosques hasta calcinarlos. Esa intensidad incontrolada es la gran diferencia que encuentro entre la obra modernista que lleva nombre de mujer y la compuesta por hombres.

Es la forma de exponer el tema —él desde el gozo de la libertad social, ella desde la dependencia— la que convierte la poesía modernista en una historia protagonizada por un príncipe inalcanzable y de verbo exquisito, que podríamos llamar Darío, y una serpiente alzada y de metáfora hiriente, que podríamos llamar Storni.

Desnudo de mujer joven, Giovanni Boldini, óleo sobre lienzo, 1890-1900.

En la obra poética de ellos la mujer es sublimada. Es irreal y casi siempre es exhibida como castigadora, pecadora, desagradecida, inalcanzable y voluptuosa. También es presentada como inocente, entendiendo como inocente una mujer con mente de impúber o virgen —libre de pecado.

La mujer en la poesía femenina nace de ellas mismas. Es real, porque está dotada de las alegrías, caídas, castigos y rebeldías de quien las crea. Y porque sufre las consecuencias de ser juzgada por una sociedad moralista que encuentra escandaloso que una mujer trate el amor, el erotismo y el placer con la misma soltura que los hombres poetas.

Mientras la mujer de los versos escritos por hombres es musa en el Modernismo, la de los versos escritos por mujeres destaca por su ardor visceral —la poesía para las vates modernistas tiene una función catártica. Por eso, atraviesa rocas y montañas.

Las poetisas hispanoamericanas fueron parte imprescindible de la revolución de la palabra que tuvo lugar a principios del siglo XX y que se conoce como Modernismo —los temas mundanos y el cambio de un lenguaje elitista por otro más coloquial son aportaciones que condujeron al Posmodernismo y a otros estilos de vanguardia.

Fue tal la relevancia de las voces femeninas modernistas que América debe a una mujer —Gabriela Mistral— el primer Nobel de Literatura (1945).

Rubios cabellos, Giovanni Boldini, acuarela sobre papel, 1916.

A mi entender, las poetisas modernistas hispanoamericanas exteriorizaron las demandas del movimiento sufragista que en América encontró su base en Estados Unidos a finales del siglo XIX —la Asociación Nacional Americana por el Sufragio de la Mujer nació en 1890.

No digo que las poetisas hispanoamericanas participaran, directamente, del movimiento. No digo que fueran conscientes de que sus versos aliviaban el silencio hiriente acumulado durante siglos. No afirmo que sus obras fueran la consecuencia de una militancia activa. Digo que las ideas reflejadas en sus poemas, así como el modo de escribirlos, son el reflejo del grito femenino que reclamaba el derecho a la educación, al voto, a ser parte activa de la sociedad.

Los poemas de las poetisas modernistas y posmodernistas hispanoamericanas son un canto a la libertad individual.

Desnudo de joven tumbada, Giovanni Boldini, óleo sobre lienzo, h.1910.

Con voz dulce o con voz huracanada, de una forma consciente o de una manera inconsciente, suplicando o exigiendo, sacando música de la luz o haciendo crujir a las sombras, siempre ofreciendo un verso bello a los asuntos del amor, de la muerte, de la religión, de la naturaleza y de la patria, las vates modernistas y posmodernistas son la voz de su época. Ahí están sus obras hablando por ellas.

Y ahora los dejo con la selección de poemas que he realizado para que… ¡pasen y lean!

POEMAS

CUBA

JUANA BORRERO
(La Habana, 1877-Cayo Hueso, 1896).

TE PERTENEZCO

Te pertenezco, soy tuya
como el fulgor del astro
como el perfume del pétalo,
como el ave del espacio.

Como la tristeza pálida
es del alma de los nardos,
y es el dolor de la dicha
y es de los ojos el llanto.

LA EVOCACIÓN

Cuando evoco tu sombra querida
y surgir a mis ojos la veo,
al sentir en mi frente ardorosa
la fusión de tus manos de hielo,
y al mirarme en tus ojos sin brillo
de pavor y de angustia me lleno,
y tu voz de ultratumba me habla
de la noche en el hondo silencio.

Yo también como tú cruzo errante
por el mundo ideal de los sueños,
y también en la sombra nocturna
grato alivio a mis penas encuentro.

Cuando al ver mi temprano fastidio
yo sentía oprimírseme el pecho
nadie vio mi tortura recóndita,
nadie vio mi martirio secreto,
y expiraron mis hondos gemidos
de la noche en el triste silencio.

Sólo tú comprendiste mi pena,
dulce amigo doliente y sincero,
que viniste a calmar mis dolores
desde el mundo ideal de los muertos…

MERCEDES MATAMOROS
(Cienfuegos, 1851-La Habana, 1906).

PENSATIVA EN TU VENTANA…

Pensativa en tu ventana
miras el rico vergel;
dime, en los sueños de rosa
que te fingen otro Edén,
¿qué prefieres mujer bella,
un blanco mirto o un laurel?
—El áureo laurel prefiero.
—Entonces… no eres mujer.

IBAN LOS DOS EN EL WAGON SENTADOS…

Iban los dos en el vagón sentados
nueve años después de su consorcio:
ella con tiernos ojos lo miraba,
él, la campiña contemplaba absorto.
Y la esposa decía interiormente:
—En el viaje que hicimos cuando novios
ciertamente que Juan está pensando
bendiciendo mi amor y el matrimonio,
a pesar de encontrarme siempre enferma,
de los hijos —pues ya tenemos ocho—,
de mi madre, que a enojos lo provoca,
de la pobreza y de mis celos tontos…
¡es tan noble mi Juan! Estoy segura
de que su alma lo perdona todo…
Y él, entretanto, con mirada triste
la gran campiña contemplaba absorto,
meditando en un libro titulado
Defensa del divorcio…

MERCEDES TORRENS
(Matanzas, 1885-La Habana, 1960).

PRESENCIA

Mi corazón iba buscando
la clara fuente del amor.
No lo sabía yo.

Mis ojos iban cerrando
un vivido resplandor.
No lo sabía yo.

Mis manos iban cortando
rosas de un campo de amor.
No lo sabía yo.

El mundo se iba quedando
lejos de mi corazón.
No lo sabía yo.

NOCHE DE AMOR

La vida es toda suave
bajo el manto de plata
de la cándida luna;
bajo el cielo estrellado,
con la esencia que vuelca un jardín —ignorado,
junto al lago tranquilo que a los astros retrata.

El silencio acrecienta la pasión timorata
del que sueña en un beso, que jamás ha sentido,
del que siente el deleite de un ensueño vivido,
en la noche radiante que las almas desata.

Abanica su copa la palmera orgullosa,
como reina del bosque que se siente dichosa;
lanza un trino sonoro un zorzal solitario.
Y va un beso en la brisa, perfumada y galante,
a posarse en la boca de la amada distante,
como trémula ofrenda, de un amor visionario.

URUGUAY

MARÍA EUGENIA VAZ FERREIRA
(Montevideo, 1895-Montevideo, 1924.)

LA ESTRELLA MISTERIOSA

Yo no sé dónde está, pero su luz me llama,
¡oh misteriosa estrella de un inmutable sino!…
Me nombra con el eco de un silencio divino
y el luminar oculto de una invisible llama.
Si alguna vez acaso me aparto del camino,
con una fuerza ignota de nuevo me reclama:
gloria, quimera, fénix, fantástico oriflama
o un imposible amor extraño y peregrino…

Y sigo eternamente por la desierta vía
tras la fatal estrella cuya atracción me guía,
mas nunca, nunca, nunca a revelarse llega.
Pero su luz me llama, su silencio me nombra,
mientras mis torpes brazos rastrean en la sombra
con la desolación de una esperanza ciega…

FANTASÍA DEL DESVELO

Alma mía, ¿qué velas
en la nocturna hora, como los centinelas,
con los ojos abiertos para mejor velar,
si no tienes ningún tesoro que guardar?
¿Qué velas, alma mía,
mientras que, asordinados en su funda sombría,
redoblan sin cesar
tambores misteriosos su trémula elegía?

Que guardar ni esperar tienes ningún tesoro,
sobre el oleaje inquieto,
ni el birreme de oro
llega para la cita,
no te revelarán la Esfinge su secreto
ni las esferas cósmicas su música inaudita.

¿Por qué guardas, celoso, como un soldado alerta,
mientras reposa todo, tu solitaria puerta,
si no tienes ningún tesoro que escoltar,
ninguno que esperar?

Es en vano, alma mía,
es en vano que veles;
la noche pasa sobre sus fúnebres corceles,
y el sol del nuevo día,
con la irisada pompa de todos sus caireles,
se quebrará en el fondo de tu urna vacía.

DELMIRA AGUSTINI
(Montevideo, 1886-Montevideo, 1914).

LO INEFABLE

Yo muero extrañamente… No me mata la vida,
no me mata la Muerte, no me mata el Amor;
muero de un pensamiento mudo como una herida…
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevásteis dentro una estrella dormida
que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?

¡Cumbre de los martirios!… ¡Llevar eternamente,
desgarradora y árida, la trágica simiente
clavada en las entrañas como un diente feroz!…

¡Pero arrancarla un día en una flor que abriera
milagrosa, inviolable!… ¡Ah, más grande no fuera
tener entre mis manos la cabeza de Dios!

OTRA ESTIRPE

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego…
pido a tus manos todopoderosas
¡su cuerpo excelso derramado en fuego
sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas.

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril… Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca…

¡Así tendida, soy un surco ardiente,
donde puede nutrirse la simiente,
de otra Estirpe, sublimemente loca!

JUANA DE IBARBOURROU
(Melo, 1892-Montevideo, 1979).

DESPECHO

¡Ah, que estoy cansada! Me he reído tanto,
tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
tanto, que este rictus que contrae mi boca
es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(como en los retratos del viejo abolengo)
es por la fatiga de la loca risa
que en todos mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, que estoy cansada! Déjame que duerma,
pues, como la angustia, la alegría enferma;
¡qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
ni inquietud, ni angustias, ni pena, ni anhelo.
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto
es por el esfuerzo de reírme tanto…

IMPLACABLE

Y te di el olor
de todas mis dalias y nardos en flor.

Y te di el tesoro,
de las ondas minas de mis sueños de oro.

Y te di la miel,
del panal moreno que finge mi piel.

¡Y todo te di!
Y como una fuente generosa y viva para tu alma fui.

¡Y tú, dios de piedra
entre cuyas manos ni la yedra medra;

y tú, dios de hierro,
ante cuyas plantas velé como un perro,

desdeñaste el oro, la miel y el olor.
¡Y ahora retornas, mendigo de amor,

a buscar las dalias, a implorar el oro,
a pedir de nuevo todo aquel tesoro!

Oye, pordiosero:
ahora que tú quieres es que yo no quiero.

Si el rosal florece,
es para para otro que en capullos crece.

Vete, dios de piedra,
sin fuentes, sin dalias, sin mieles, si yedra,
igual que una estatua,
a quien Dios bajara del plinto, por fatua.

¡Vete, dios de hierro,
que junto a otras plantas se ha tendido el perro!

MÉXICO

MARÍA ENRIQUETA CAMARILLO
(Coatepec, 1872-Ciudad de México, 1968).

ASÍ DIJO EL AGUA

En tanto que caía mansamente,
díjome el chorro en el pilón derruido:
«Del jardín de tu dueño aquí he venido;
hoy canté mis canciones en su fuente.

El rumor celestial de mi corriente
cosas tan dulces murmuró en su oído,
que el dueño de tu amor, agradecido,
ha puesto en mí sus labios reverente…»

Dijo así en el pilón. El sol ardía,
eran de fuego sus fulgores rojos…
Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,
ese beso que él puso en la onda fría,
y que nunca pondrá sobre mis ojos…

A UNA SOMBRA

Sólo te vi un instante…
Ibas como los pájaros:
sin detener el vuelo,
sin mirar hacia abajo…
Cuando quise apresarte
en la red de mis manos,
sólo llevaba el viento
un perfume de nardo,
y ya lejos, dos alas,
borrábanse en ocaso…
¡Oh, visión que brillaste
como fugaz relámpago!
¡Oh, visión peregrina
que, cual ave de paso,
cruzaste por el cielo
de mis soñares vagos!
Tras de ti, cual mariposas,
mis anhelos volaron,
y aun no tornan del viaje
que soy fiel y te amo.
Te amo con la locura
porque en tu vuelo rápido,
no viste que se alzaban
hacia ti mis dos manos…
Porque ante mí pasaste
como sueño fantástico,
porque ya te extinguiste
como los fuegos fatuos.
¡Oh, aparición divina,
bella porque has volado!
¡No retornes del viaje!
Yo, con pasión te amo,
porque fuiste en el cielo
de mis soñares vagos,
solamente dos alas
y un perfume de nardo…

CHILE

GABRIELA MISTRAL
(Vicuña, 1889-Nueva York, 1957).

INTERROGACIONES

¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas
hacia un ancla invisible las manos orientadas?

¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,
y les bajas el párpado sobre el ojo cerrado,
acomodas la vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

El rosa que los vivos riegan sobre su huesa
¿no le pinta a sus rosas unas formas de herida?
¿No tiene acre el olor, siniestra la belleza
y las frondas menguadas de serpiente tejidas?

Y responde, Señor: cuando se fuga el alma,
por la mojada puerta de las hondas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
¿El éter es un campo de monstruos florecido?
¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?
¿O van gritando sobre tu corazón dormido?

¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu fino oído y apretado tus ojos?

Tal el hombre asegura por error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros sigan llamándote Justicia
¡no te llamaré nunca otra cosa que Amor!

Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura:
la catarata, vértigo: aspereza la sierra,
¡Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!

MIEDO

Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan;
se hunde volando en el Cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.

Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta…
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.

Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La subirían al trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla…
Yo no quiero que a mi niña
¡me la vayan a hacer reina!

ARGENTINA

ALFONSINA STORNI
(Capriasca, 1892-Mar del Plata, 1938).

PESO ANCESTRAL

Tú me dijiste: no lloró mi padre;
tú me dijiste: no lloró mi abuelo;
no han llorado los hombres de mi raza,
eran de acero.

Así diciendo te brotó una lágrima
y me cayó en la boca…; más veneno
yo no he bebido nunca en otro vaso así pequeño.

Débil mujer, pobre mujer que entiende,
dolor de siglos conocí al beberlo.
Oh, el alma mía soportar no puede
todo su peso.

TÚ QUE NUNCA SERÁS…

Sábado fue y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
más dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo; si inclinado
sobre mis manos te sentí divino
y me embriagué, comprendo que este vino
no es para mí, mas juego y rueda el dado…

Yo soy ya la mujer que vive alerta,
tú el tremendo varón que se despierta
y es un torrente que se ensancha en río

y más se encrespa mientras corre y poda.
Ah, me resisto, mas me tienes toda,
tú, que nunca serás del todo mío.

YO SOY COMO LA LOBA

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