REINA LUCÍA

«En cierto modo, fue plenamente consciente de dicha soberanía cuando dobló el último recodo abrasador del camino y tuvo ante sí la calle del pueblo que constituía su reino.»

Los acontecimientos históricos y tecnológicos que se producen en los primeros años del siglo XX crean una nueva forma de relación social en Europa y en Estados Unidos.

Son años de descubrimientos científicos y de avances de gran relevancia. Aparecen la penicilina y la televisión, se moderniza la industria textil, surgen las estéticas vanguardistas, el proletariado ocupa un papel protagonista como colectivo y crece la novela como género literario, entre otras muchas novedades.

Pero hay dos sucesos que modifican de forma radical la sociedad y que sirven de inspiración a los artistas de principios del siglo XX. Estos son la incorporación en masa de la mujer al trabajo y el sufragio femenino. En ese contexto —recogido sutilmente en Reina Lucía— nace la protagonista de las comedias del escritor británico E. F. Benson (1867-1940).

Reina Lucía, que se publicó en 1920, llegó para formar parte de los títulos imprescindibles de la literatura universal. El libro da comienzo a una serie que se desarrolla bajo el dominio de «la cara Lucía» y que compone un conjunto de seis novelas que  pueden ser leídas de forma independiente, aunque todas tienen un hilo que las anuda.

Edward Frederic Benson fue un escritor de pluma fácil, elegante y abundante: con sus obras puedes hacer un catálogo. Benson, escritor de biografías, fue reconocido por sus relatos de terror y por las comedias satíricas y sociales de la serie Lucía. Entre sus novelas de aparecidos y de ¡ay, qué miedo!,   consideradas clásicos de la literatura, están Santuario y otras historias de fantasmas, La habitación de la torre, El santuario y El hombre que fue demasiado lejos —esta me gusta mucho y la reseñaré más adelante.

Benson aportó al género de terror nuevos lugares de acción. Benson sumó a las ruinas, pasadizos y tenebrosos roqueríos, típicos ambientes de la narrativa victoriana, espacios cotidianos. Puede decirse que llevó a los hogares de sus lectores el sobresalto que provocan sus narraciones.

Edward Frederic Benson, fotografía.

Pero entremos ahora en Reina Lucía, la novela satírica que hoy reseño y que tiene como escenario un «villorrio isabelino»; es decir, una urbanización nueva que está ubicada en el medio de la nada, donde «diez años antes una población de agricultores pastoreaba reses», y donde ahora la protagonista, Lucía, emperatriz de la intelectualidad vecinal, pastorea a su corte de mediocres extasiados con las ofertas culturales que ella organiza.

Riseholme es el nombre del pueblo donde se desarrolla la trama de Reina Lucía, historia compuesta de un sinfín de anécdotas que no voy a detallar aquí, porque deseo que leas este delicioso y entretenido libro que cayó, como agüita de mayo, en las manos del estresado lector inglés de primeros de siglo y que tiene la posibilidad de caer en tus manos gracias a la editorial Impedimenta.

El pequeño villorio, donde no cabe un chismoso más, es el laboratorio en el que nace, crece y se robustece esa especie de tiburón representado en la figura de Lucía. ¡Ay, Lucía, Lucía! Ridícula, egoísta, chantajista, artificiosa y manipuladora.

¿Alguna vez te has preguntado cómo definir a un pseudointelectual? Si tienes dudas, analiza a Lucía.

Lucía es un personaje que se cree culto y que vive atrapado en una faja que ha cosido a su cuerpo —«Querida Daisy, algunas personas son verdaderamente esclavas de su servidumbre.»—. Lucía es un personaje que acude a todo tipo de manipulación para ocultar su ignorancia, un personaje que tiene las siguientes características:

—Finge todo el tiempo que sabe lo que no sabe.
—No se interesa por lo que a todos atrae.
—Usa la victimización como arma para controlar.
—No sabe escuchar.
—Provoca sentimientos de culpa en los demás para poder manipular.
—Inventa enemigos externos cuando se siente en desventaja.
—Hace girar su vida en torno a los momentos artificiales que crea.
—Hace suya ideas ajenas.
—No reconoce sus faltas.
—Es intolerante.
—Mantiene un férreo control sobre sí misma.
—Oculta su fuerte complejo de inferioridad.
—Es incansable en su lucha por tener un barniz intelectual que le permita asombrar.
—Es traidor.

Ilustración de George Barbier.

Lucía es la diva del pueblo que canta, que organiza veladas y que toca el piano (siempre la misma pieza). Es la que decide qué es buena música, la que «parla» italiano —sólo conoce cuatro palabras— y la que  organiza tertulias culturales y teatrillos donde es la estrella.

Pero hay más personajes que enriquecen la borrascosa trama, hecha de pequeñitos tallos, de Reina Lucía. Está Olga, la antagonista. Es una mujer desenvuelta, camaleónica, desprejuiciada y destacada cantante de ópera. Olga, con su forma de ser, y sin proponérselo, desenmascara a la estúpida Lucía, provocando en la urbanización una auténtica convulsión.

Olga frente a Lucía. Dos mujeres con dos posiciones diferentes ante su sociedad. Una es artista, culta, independiente y urbanita; la otra es pretenciosa, egoísta, pueblerina, peligrosa y resbaladiza. Pero ambas  son símbolos de las mujeres inglesas de principios de siglo.

¿Qué haces? ¡No aplaudas! No des por resuelto el conflicto. No es Olga una ganadora, como Lucía no es una perdedora. El todo o nada no vale para esta divertida y profunda novela, donde algunos puede que terminen «metiendo el cuello en la misma horca». Y, colorín colorado, ya no te cuento más.

ENLACES RELACIONADOS

George Robert Sims. “Memorias de una suegra”.

Enoch Soames (Max Beerbohm).

La máscara robada (Wilkie Collins).

«En la niebla» (Richard Harding Davis).

El despertar (Kate Chopin).

Las bellas extranjeras (Mircea Cărtărescu).

Una azotea para Alejandro (A. González Croissier).

El jardinero del Rey (Frédéric Richaud).

Más trabajo para el enterrador (Margery Allingham).

El oasis (Mary McCarthy).

Asesinato en la catedral (Edmund Crispin).

El chico de la trompeta (Dorothy Baker).

Las siestas de Polly (Peter Newell).

Cassandra en la boda (Dorothy Baker).


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