RELEER A RILKE

«¿Qué hemos aprendido desde que nacimos,
sino que uno se reconoce en eso que ha vivido?»
Rilke (agosto-septiembre de 1914).

Rainer María Rilke, Leonid Pasternak, boceto para un retrato al óleo.

Transito por una acera y un olor que proviene de no sé dónde me trastoca; escucho una melodía que escapa de no me importa dónde y mi mente vuela. Un escaparate publicita un fascículo seriado y mis pupilas detienen el paso. ¿Acaso no te ha sucedido a ti? ¿Acaso no somos esclavos de olores, sabores, sonidos y lecturas que nos transportan a un tiempo ocurrido?

Releer a Rilke es un ensayo breve, intenso y tocado por la poesía. Es una obra donde pactan arte, historia y vida.

Releer a Rilke nos permite recuperar el contacto con el poeta austro-germano. Pero también nos descubre a  Adam Zagajewski.

Tenemos en nuestras manos la historia de una experiencia personal, de un encuentro, de una relación asentada en el tiempo. La vulnerabilidad del hombre ante su pasado late en el ensayo. Releer a Rilke es una deuda que salda Zagajewski con el autor de las Elegías de Duino (1923), libro que descubrió siendo estudiante de instituto. Así describe el poeta polaco su primer contacto con Rilke:

«La calle desapareció de repente, se evaporaron los regímenes políticos, el día se volvió atemporal, me topé con la eternidad y la poesía despertó.»

La belleza que tanto adoró y protegió Rilke encuentra en el ensayo de Zagajewski  palacete donde veranear. Los dos poetas son admiradores fieles de la delicadeza. En la prosa del polaco no hay, como no lo hay en la poesía del praguense, ni siquiera en sus inspiraciones más metafísicas, espacio para la pompa y la retórica.

Adam Zagajewski

Por este libro vemos desfilar a Goethe, el tótem del verso, a Paul Valéry, a quien Rilke tradujo su poesía, a Auguste Rodin y a Paul Cézanne —Cézanne inspiró al poeta de El libro de las imágenes (1906)—, a Stéphane Mallarmé, al vate de culto Stefan George, a los exitosos Thomas Mann y Hugo von Hofmannsthal, a los románticos Arthur Rimbaud y Charles Baudelaire, al prensador de formas Paul Klee, a la breve amante y duradera amiga Lou Andreas-Salomé… En la narración, los vientos huracanados agitan las páginas por las que se desliza la intelectualidad europea del siglo XIX y de la primera mitad del XX.

Hay que estar atentos, se cuenta mucho en el libro y se llega muy pronto a la torre de Muzot, al Ródano, el último paisaje contemplado por el poeta de Praga. Se llega sin apenas darnos cuenta a Raron, el sitio donde Rilke, alejado de las pasiones mundanas, reposa bajo el aliento «de las sombras ignoradas», nombradas ya por él en La muerte de la amada.

El hombre René y el poeta Rainer encuentran en este epitafio en prosa, que es Releer a Rilke, un sitio acogedor desde donde intimar con nosotros. La muerte y el destino, los motivos esenciales que esclavizaron la mente del austrohúngaro, siempre dispuesta a comprender «el espacio interior del mundo», son causas atemporales ocasionadas por factores indefinidos que, sin embargo, provocan efectos individuales y concretos.

El hombre fallece y, en su último aliento, huyen al trote, a la caza de nueva vida, los enigmas causantes de la tristeza y de la soledad. Zagajewski atrapa, en su breve ensayo, el silbo espiritual de Rilke.

¿Continuará Rilke en su papel de espectador, ahora que conoce lo insondable y eterno? ¿Seguirá preguntándose por lo invisible? ¡Ay, si pudiera compartir con nosotros los cotilleos de la morada de los muertos!

ENLACES RELACIONADOS

Vladimir pintor de nubes (Rainer María Rilke).

La última posada (Imre Kertész). Un grito de advertencia al hombre actual.

Berlín secreto (Franz Hessel).

El cementerio marino (Paul Valéry). Dibujos de Gino Severini para el poema.

El deber (Ludwig Winder). Novela.

Adviento (Rainer Maria Rilke).

Rainer María Rilke. “La Asunción de María”. Poema inspirado en La Asunción de El Greco.

Filosofía de la danza (Paul Valéry). Texto íntegro.

El problema de la libertad (Thomas Mann).


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