ROSARIO WEISS

«Hay que dibujar siempre: dibujar con los ojos cuando no se puede dibujar con el lápiz».
Ingres

Estudio para autorretrato, lápiz negro sobre papel avitelado, Burdeos, hacia 1828.

Murió con tan sólo veintinueve años de edad la dibujante, pintora y litógrafa María Rosario Weiss Zorrilla (1814-1843), ahijada de Francisco de Goya (1746-1828), el pintor que la inició, con tan sólo siete años, en la técnica del dibujo, el pintor que descubrió sus increíbles dotes artísticas. El pintor que consiguió que la niña tuviera un oficio reconocido. Rosario pudo vivir de su trabajo en la España de la primera mitad del siglo XIX.

Rosario Weiss Zorrilla aprendió a escribir y a dibujar en el hogar del autor de La maja desnuda, pues la madre de la niña, Lecoadia Zorilla, era el ama de llaves de la casa de Goya —esta es la versión oficial, porque por el boca a boca corría que Rosario era hija de la empleada y el pintor. El hecho cierto es que Leocadia se trasladó a vivir a la Quinta del Sordo después de la muerte de Josefa Bayeu (1747-1812), la esposa de Goya. A partir de entonces, Leocadia y sus hijos no se separaron del aragonés.

Francisco de Goya, lápiz negro sobre papel avitelado, Burdeos, finales de 1827 o comienzos de 1828.
(Realizado sobre el borrador de una carta, este dibujo es el último retrato de Goya que se conoce, fue realizado pocos días antes de su muerte).

Cuentan que Goya, para no apabullar a la chiquilla con tecnicismos, ideó un plan de estudios nada acorde con las rigideces académicas. Cuentan que abocetaba cabezas, payasos y animales para que la niña, a la que él llamaba «mi Rosario», los terminara; cuentan que, las más de las veces, hacía figuritas en hojas de papel y caricaturas infantiles para que ella las copiara o las remarcara. Eran ejercicios destinados al dominio de trazos y sombreados.

Dromedario con su guía, Francisco de Goya, lápiz negro sobre papel avitelado, hacia 1824.
(Se cree que el dibujo formó parte de los que hizo el pintor durante el proceso de aprendizaje de la pequeña Rosarito).

Los primeros dibujos de Rosario Weiss son entrañables para mí porque, además de mostrar las dotes naturales y extraordinarias que tuvo la artista, me permiten imaginar cómo fueron esas tardes didácticas de comienzos del mil ochocientos en el estudio de Goya, me permiten imaginar el escenario donde dibujaban con grafitos, aguadas de tinta y puntas metálicas el hombre con fama de mal carácter y la niña ataviada con cintas y lazos —¿se mostraría ella tímida o, por el contrario, daría rienda suelta a su despierto carácter ante el genio impulsivo de su maestro?

 Caricatura masculina, esbozo rápido de Goya y redibujado por Weiss, lápiz negro sobre papel avitelado, Madrid, 1821-1824.

Los trabajos de aprendizaje de Rosario Weiss que se conservan juntan el quehacer de dos entendimientos: el maduro y el temprano. Una serie de dibujos de ese período se guardan en la Biblioteca Nacional de Madrid, en el Museo Lázaro Galdeano y en algunas otras instituciones y colecciones privadas. Son trabajos que han sido catalogados en tres grupos: uno, bosquejos que hizo Goya como ejercicios para su alumna y de los que no se conservan los dibujos de la discípula; dos, estudios que pertenecen en exclusiva a Weiss y tres, dibujos realizados por los dos, aunque se aprecia una mayor intervención por parte del pintor.

¡Ay!, que me canso (izquierda); Niños jugando con un carro (derecha). Payaso realizado por Weiss a partir de un original de Goya. El conjunto de la derecha fue ejecutado por el pintor para que la alumna retrasara las líneas y aplicara la aguada de tinta, Madrid, 1821-1822.

Los primeros dibujos de Rosario Weiss muestran la expresividad goyesca que heredó de su maestro y que en parte conservó. En parte, digo, porque Rosario enriqueció sus conocimientos cuando, debido a las ideas liberales de su madre y de su adolescente hermano Guillermo, la familia se vio obligada a emigrar a Bruselas en 1824.

En Francia, los Weiss se alojaron en la casa que había alquilado Goya, y la alumna continuó aprendiendo con su tutor. Para entonces, ya había realizado, en el hogar de Pérez Cuervo, las copias a lápiz y tinta de los Caprichos del pintor de Fuendetodos —Goya se instaló en 1824 en Burdeos, ciudad que acogía una importante colonia de exiliados liberales españoles.

Los hermanos Velluti y Tavira, lápiz negro sobre papel avitelado, Madrid, 1838.

Un año después de su llegada a Francia, en 1825, un nuevo acontecimiento en la vida de la jovencísima Rosario Weiss dará nuevas herramientas a la aventajada dibujante. Ese hecho que marcó su carrera fue su ingreso en la academia pública de dibujo a cargo del pintor y grabador francés Pierre Lacour, hijo (1778-1859).

Francisco de Goya vio en su querida alumna dotes para desarrollar el género de la miniatura. Hizo gestiones con amigos en París para ver si podía encontrar plaza para Rosarito en alguna academia especializada en esa técnica del dibujo. Pero, por razones que se desconocen, no lo consiguió.

Pantera, Francisco de Goya, lápiz negro sobre papel avitelado, hacia 1824.
(Modelo para el período de aprendizaje de la niña).

Escojo una estrofa de una carta que el pintor envió a su amigo Joaquín María Ferrer (1777-1861) y que describe muy bien la preocupación que tuvo Goya por la educación de su discípula, así como la confianza que depositó en el talento artístico de ella.

«Esta célebre criatura quiere aprender miniatura, y yo también quiero, por ser el fenómeno tal vez mayor que habrá en el mundo de su edad en hacer lo que hace; la acompañan cualidades muy apreciables como Usted verá si me favorece en contribuir a ello; quisiera yo enviarle a París por algún tiempo pero quisiera que usted la tuviera como si fuera hija mía ofreciéndole a usted la recompensa ya con mis obras o con mis averes; le envío a usted una pequeña señal de las cosas que hace que a pasmado en Madrid a todos los profesores como espero que sea ay lo mismo; enséñelo Usted a todos los profesores y en especial al Incomparable Monsieur Martin y si no fuera por abultar la carta podía enviar muchas más».

Mujer en un jardín, lápiz negro sobre papel avitelado, Burdeos o Madrid, hacia 1833.

La formación que impartía la escuela de Pierre Lacour se encontraba bajo el influjo de las ideas estéticas del fervoroso defensor del dibujo Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), marinero de dos mares: el neoclasicista y el romántico.

¡Ah, cuán importante fue para Rosario su paso por este centro! ¡Cómo se aprecia en su trazo lineal, continuo, preciso, limpio, fino, la influencia que sobre ella ejerció el arte de Ingres allí aprendido! A partir de entonces, vemos su mano ceder para que el lápiz pueda deslizarse sobre el papel creando formas con suavidad.

Joven acostada, lápiz negro sobre papel avitelado, Madrid, 1837-1843.

En la academia de Pierre Lacour la muchacha aprendió a litografiar, convirtiéndose en una experta en esta técnica que continuó practicando a su regreso a España —la familia retorna en el año 1832 aprovechando la amnistía decretada que permitía el regreso de los exiliados hostiles al rey Fernando VII.

En honor a la verdad, hay que decir que la litografía no engatusó a Rosario, pues afirmaba que ese método de reproducción no dejaba apreciar «la finura y el detalle de la obra». Sin embargo, su opinión no la hizo descartar el trabajo litográfico y, a pesar de que era más reacia a imprimir en la piedra retratos que paisajes y otros temas, permitió que aquellos dibujos que hizo a sus amigos del Liceo se imprimieran en las ediciones de los libros que los mismos publicaron.

La pasiega, lápiz negro y punta metálica sobre papel verjurado, Madrid, 1837.

Rosario Weiss aprendió la técnica litográfica de la mano de Lacour, quien era considerado un pionero en el uso de la litografía aplicada al dibujo. Y aprendió en Burdeos, por aquel entonces una de las ciudades que más estimaba el uso de este sistema de impresión. De hecho, las mejores litografías de Goya fueron realizadas en esa ciudad francesa.

La pasiega, versión litográfica, Madrid, 1838.

Una curiosidad: Rosario Weiss ilustró en 1841, a petición de la editorial Boix, el libro Isla de Cuba pintoresca, histórica, literaria, mercantil e industrial: recuerdos, apuntes, impresiones de dos épocas. Este extenso título es de la autoría del periodista y escritor romántico español José María de Andueza (1806-1865).

Isla de Cuba pintoresca… lleva doce litografías que reproducen otras del francés, radicado en Cuba, Federico Mialhe (1810-1881) —en concreto, cuatro de las copias de Rosario pertenecen a grabados publicados en la revista El Plantel (1839) y el resto al libro Cuba pintoresca (1839-1841)—. La publicación sufrió un litigio por plagio, pues la editorial Boix olvidó mencionar que las litografías originales eran de Mialhe, además puso a su volumen un título tan parecido al original que creaba confusión.

Vista del convento de Santo Domingo de La Habana, litografía del libro «Isla de Cuba Pintoresca…», 1841.

Dibujos, estampas, óleos. Retratos, paisajes, estudios de animales y árboles, alegorías, escenas de circo e ilustraciones de patrones de moda son los temas que Rosario trabajó. A ellos hay que añadir las copias de obras de arte de grandes maestros presentes en el Museo del Prado y en la Real Academia de Bellas Artes.

Rosario Weiss destacó por la calidad de sus reproducciones en una época en la que las copias al óleo estaban de moda. Son sus trabajos como copista de una calidad tan alta que se confunden con las obras que le servían de modelo.

Madame Vatrin (copia de Achille Devéria), lápiz negro sobre papel avitelado, Burdeos, hacia 1832.
(Weiss también se dedicó a dibujar figurines de moda femenina).

Rosario Weiss ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como académica de mérito en la disciplina de la pintura el 21 de mayo de 1840, convirtiéndose así en una de las poquísimas mujeres afiliadas a dicha institución. Fue este su mayor premio. También, gracias al prestigio ganado como dibujante y retratista, logró el puesto, el 8 de enero de 1842, de maestra de dibujo de Isabel II (1833-1868) y de su hermana la infanta María Luisa (1832-1897), entonces menores de edad. El cargo incluía una renta de ocho mil reales anuales.

El cambio de fortuna en la vida de Rosario es el resultado de su trabajo constante y coincide con la breve regencia del reino a cargo de los progresistas (1841-1843), regencia liderada por el general Baldomero Espartero (1793-1879) —Rosario muere el año en que Espartero tiene que exiliarse en Inglaterra.

Mariano José de Larra y Sánchez de Castro, litografía para «Obras Completas», 1843.
(Rosario se basó en una pintura que el retratista sevillano José Gutiérrez de la Vega y Bocanegra hizo al escritor. Esta es una litografía realizada por Pedro Hortigosa basada en la de Rosario Weiss).

Una segunda curiosidad: Rosario Weiss fue profesora de música de las infantas antes de serlo de pintura. Así describe Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales una escena que vivió en palacio:

«De regreso a palacio les dieron de cenar  (a Isabel y a su hermana), y luego emplearon un rato en la lección de música, bajo la dirección de la profesora doña Rosario Weiss, que aún no desempeñaba la plaza en propiedad. El maldito solfeo era un aburrimiento para las niñas, y la maestra tenía que desplegar toda su bondad y dulzura para contener la insubordinación que a menudo se manifestaba con síntomas alarmantes. Al fin, transigían, compensando la aridez de solfeo con las canciones fáciles, aprendidas de memoria, al piano, música de Iradier, de Basili, de Cuyás o de la misma Weiss, quien empleaba estas enseñanzas como prolegómenos del pomposo canto italiano».

Virginie Kenebel, litografía, Burdeos, 1832.

La mano femenina, de trazo elegante y detallado, fue entrenada por Goya primero y luego, en Burdeos, bajo las directrices de una escuela que exaltaba la pintura de Ingres. Entremedias, mientras esperaba el reencuentro con su preceptor Goya en tierras francesas, Rosario Weiss estuvo unos meses bajo el amparo del arquitecto y amigo del pintor aragonés Tiburcio Pérez Cuervo (1785-1841).

El corto período de tiempo en casa de dicho señor —no llega a cuatro meses— fue muy de provecho para la niña, pues aprendió allí a utilizar la tinta china, material que usó para las reproducciones que realizó de los Caprichos y donde puede apreciarse el dominio que ya tenía en la técnica del claroscuro —el Museo Lázaro Galdeano conserva un álbum con ochenta copias de las estampas de los Caprichos realizadas por Rosarito.

Ya tienen asiento. A la izquierda, reproducción de Rosario Weiss, lápiz negro, pluma, pincel y tinta sobre papel avitelado ahuesado, 1824. A la derecha, original de Francisco de Goya, aguafuerte y aguatinta sobre papel avitelado, 1799. Rosarito tenía, cuando hizo las copias de los «Caprichos» ¡diez años! Este ejemplo corresponde al «Capricho» número 26.

El arte de Rosario Weiss aúna estilos distintos, tiene la fuerza de Goya, el trazo perfeccionista de Ingres, pero sin la rigidez de las líneas y curvas del francés, y la atmósfera bañada de halo misterioso que el Romanticismo ideó para sí.

El fruto nacido de estos tres injertos maduró y dio a la obra de la dibujante el sello personal que tanto gustó a sus contemporáneos: el retrato realista, rico en pequeños detalles, intimista y sutil.

¡Y pensar que su mano dibujaba filigranas a la luz de los quinqués!

Joven vestida a la oriental, lápiz negro sobre papel avitelado, Madrid hacia 1840.
(El Romanticismo despertó el gusto por lo oriental).

Rosario Weiss fue una dibujante y litografista en una sociedad dominada por hombres, una sociedad donde los artistas, al margen de su sexo, eran considerados segundones. De modo que la pintora tuvo que pelear mucho el reconocimiento que se ganó.

Rosario Weiss destacó, fundamentalmente, en el género del retrato. Retrató a José Zorrilla, a José de Espronceda, a Ramón Mesonero Romanos, a la cantante de ópera Manuela Oneiro, a la nobleza…, a su primer modelo: Francisco de Goya y Lucientes.

Ella regaló al retrato el preciosismo detallado de las miniaturas, sacando de los grafitos texturas, anchuras, finuras e intenciones —hay trazos delicados y trazos recios que dicen emociones.

Adrienne Barre (copia de Achille Devéria), lápiz negro sobre papel avitelado, Burdeos, hacia 1832.

La autora de dibujos de aires goyescos e ingresianos falleció en su casa de la calle Desengaño de Madrid. Murió de cólera esporádico a las tres y media de la mañana del día treinta y uno de julio de 1843, según el informe expedido por el doctor Ángel Diez Hernández, médico cirujano de la Real Familia, aunque lo más probable es que la causa de la muerte fuera una infección intestinal —hay varios diagnósticos para explicar la causa que se llevó una vida tan joven y prometedora.

Camino entre árboles, aguada de tinta negra y lápiz sobre papel, Madrid 1841-1843.

El veinte de septiembre de 1843 apareció en la Gaceta de Madrid una larga esquela firmada por el periodista liberal, abogado y senador, Juan Antonio Rascón Navarro (1821-1902). Necrología. Doña Rosario Weiss es el documento que más datos nos revela sobre la vida de la artista hasta el día de hoy. Pero, además, es un testimonio del alma liberal de quien lo escribe.

Copio a continuación dos párrafos del obituario de Rascón que dicen:

Autorretrato, litografía, hacia 1828.

«La Rosario Weiss ha muerto, y entre tantos periódicos artísticos y literarios que se publican en España, no ha consagrado ninguno el menor recuerdo, la más simple memoria que dé a conocer la gran pérdida que con su muerte ha sufrido nuestra patria. Era muger, y esta sola circunstancia debiera haber bastado para que con más entusiasmo se ensalzara su mérito y se llorara su fin; porque si son dignos de admirar los talentos de aquellos hombres que han logrado sobresalir en la profesión á que se dedicaran, muchas más alabanzas merece una muger que sobreponiéndose a las dificultades que le ofreciera su sexo ha sabido vencerlas con éxito feliz.

»(…) Si con mejor fortuna no se hubiese visto precisada a trabajar incesantemente para subsistir, si una moderada pensión la hubiera dejado tiempo para dedicarse desahogadamente a ese arte que era su delicia y su encanto, habría dado ancho campo á su florida imaginación, legando a la posteridad obras tan inmortales como las que hicieron célebres á los Murillos, a los Velázquez y a los Herreras, y habría sido tanto más admirado su mérito, cuanto que por su sexo se hacía sobradamente notable a causa de la atroz injusticia con que la sociedad juzga á las mugeres creyéndolas faltas de profundidad y de perseverancia, é incapaces por ello de llegar á la perfección en las ciencias y en las artes, como si aquellos pensamientos agudos y originales que todos reconocen en la muger, aquel fino y delicado tacto con que se penetra de bueno y de lo malo, aquel gusto pronto y seguro con que expresa su voluntad, aquella sensibilidad exquisita (…) hiciesen imposible á la muger estar dotada de las otras cualidades, de que solo carece por la educación que generalmente recibe».

José Zorrilla, litografía, Madrid, ¿1837?

Rosario Weiss creó su propio estilo, su propia manera de hacer. Rosario encontró en el Liceo Artístico y Literario un lugar donde exponer sus obras y una cascada de amigos deseosos de ser por ella retratados. La delicadeza, el realismo casi fotográfico, la minuciosidad de los detalles y la elegancia de sus dibujos le otorgaron el placer que provoca el reconocimiento al trabajo expuesto a la opinión pública, aunque murió sin que ningún medio de comunicación escrito, salvo el que publicó la esquela de su amigo Juan Antonio Rascón Navarro, la despidiera como se merecía.

Pero no hay que tomarse a pecho la injusticia cometida pues, como dice en sus Doloras Ramón de Campoamor (1817-1901) «humo las glorias de la vida son». Campoamor, por cierto, le dedicó un poema que aún no he localizado. Pero todo se andará.

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