TARTARÍN DE TARASCÓN
«… buscando como el inmortal Don Quijote de la Mancha, la inolvidable creación de don Miguel de Cervantes, arrancarse por el vigor de su ensueño a las garras de la implacable realidad».
Tartarín es ingenuo y obstinado hasta el ridículo; es, como su inspirador Don Quijote, un fantasioso sin control y un perseguidor de hazañas caballerescas que lo inmortalicen. Tartarín es bienintencionado y es, al igual que Don Quijote, de naturaleza heroica y vanidosa.
El protagonista de la trama que hoy reseño es bipolar. En él, porque así lo concibió su autor Alphonse Daudet (1840-1897), se funden en uno el de la Triste Figura y su servidor Sancho Panza. El alma de Tartarín sufre los embates de los deseos caballerescos del hidalgo, así como los apaciguamientos de la mente burguesa y terrenal del escudero. Esto hace que sea intrépido, pero… ¡a medias! Amigos, el humor guasón no abandona en ningún momento esta novela estructurada en tres episodios, que, a su vez, se dividen en breves capítulos.
Don Quijote enloqueció leyendo libros de caballerías y Tartarín lo hizo leyendo tratados de cacerías, porque en el pueblo de la Provenza francesa, donde vivía, tenían como hobby salir de excursión a disparar a las… ¡boinas!: en Tarascón los habitantes no habían dejado fauna a la que apuntar.
Pero estas dos trepidantes obras de aventuras comparten más asuntos. Cito algunos ejemplos y dejo otros para que los descubras tú. El primero es que las acciones de los dos protagonistas los convierten en motivos de burlas; el segundo es que Tartarín encontró a su Dulcinea en una morisca —ambos fueron heridos por el puñal que en el alma clava amores platónicos— y el tercero es que, si Don Quijote se vio enfrascado en una pelea contra los molinos, Tartarín se vio obligado a viajar a África para cazar un león.
Sin embargo, a diferencia de Don Quijote, que decide conquistar reinos haciendo justicia allí por donde pasa, Tartarín inicia su gran viaje a Argelia por la presión mediática: el pueblo lo empuja a realizar su proeza. Tartarín, que debe demostrar con hechos el valor del que hace gala, se marcha a rastrear leones a un lugar donde ya no quedan fieras. El comilón cuentacuentos parte desde Marsella, a bordo del Zuavo, en busca de «monstruos imaginarios».
Es Tartarín de Tarascón (1872) una lectura divertida, que no solamente homenajea a Miguel de Cervantes —hay, como he apuntado, muchas referencias directas a la obra cervantina, como es el sitio a donde Alphonse Daudet manda a su personaje: Argelia, lugar donde el escritor español comenzó a imaginar su Quijote—. La novela es una crítica abierta a la explotación colonialista y a los prejuicios sociales de su tiempo, pues no olvidemos que el destino de Tartarín es una colonia francesa, colonia que es descrita en uno de los capítulos como «un pueblo subdesarrollado que civilizamos dándole nuestros vicios».
Retrato de Alphonse Daudet según un busto de Arthur Le Duc, periódico no identificado, papel, 1882.
(Daudet fue miembro de la Academia Goncourt desde 1874 a 1880).
El Quijote, protagonista indiscutible de la literatura en lengua española, es un personaje más complejo que su equivalente francés. ¡Oh…!, pero Tartarín, heredero del Caballero Andante, perdura a través del tiempo. Hay hijos que honran a sus padres y este libro que hoy reseño, con la intención de que lo leas, está considerado un clásico de la literatura francesa.
Tartarín de Tarascón se encuentra publicado por varias editoriales. El libro fue llevado al cine en tres ocasiones: en 1908 bajo la dirección de Georges Méliès; en 1934 bajo la dirección de Raymond Bernard y en 1962 bajo la dirección de Francis Blanche. Leemos en la dedicatoria que Alphonse Daudet hizo a su amigo el pintor Gonzague Privat: «En Francia, todo el mundo es un poco Tarascón».
¡Vaya…, me olvidaba! Rocinante tiene su semejante: un camello desnutrido, insistente y fiel.
Lector, no hay como una novela divertida, que parodia su sociedad, para prologar el año que se inicia.
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