TRES MUJERES

«¿Qué pájaro está gritando
con la voz llena de tristeza?»

Mujer sentada, óleo sobre papel,1931.

Mujeres que quieren ser madres y lo son. Mujeres que desean ser madres y no pueden. Mujeres que son madres y no quieren serlo. Tres mujeres es un poemario que fue concebido para ser leído en voz alta, según nos dice su autora; sin embargo, lo he leído en silencio y se ha transformado en un monólogo interior.

Las tres protagonistas de Sylvia Plath tienen su propio drama, aunque las voces se rozan. Hay vacío, oscuridad, miedo, desengaño, impotencia, pesadilla, resignación… Y hay sueños y esperanzas —¿existe, realmente, alguna fórmula para impedir que las emociones se crucen?

El poema dramatizado o drama poetizado —otra forma de leerlo— tiene como escenario un hospital de maternidad. En él, la primera voz que aparece es la de una madre que acaba de parir: «Pétalos y hojas me acompañan. Estoy lista». La segunda voz es la de una mujer (madre) que ha sufrido un aborto espontáneo: «¿Tan difícil es para el espíritu concebir un rostro, una boca?» y la tercera voz es la de una madre (mujer) que acaba de parir y abandona a su hija en el hospital: «Sus gritos son ganchos que hieren como gatos, captando mi atención».

Las tres son almas enfrentadas, aunque desde ópticas distintas, al misterio de la vida: embarazo, parto, crianza… Las tres voces son conscientes de que de ellas depende el discurrir de la humanidad.

Tres mujeres está publicado por la editorial Nórdica, la edición es bilingüe, la traducción es de María Ramos y está ilustrado por Anuska Allepuz. Los dibujos, de trazo fino y tenue, son imágenes visuales de la frágil línea que separa sentimientos tan dispares.

A continuación les dejo tres partes del poema, una para cada voz, que ilustro con obras de Joan Miró.

POEMAS


Cabeza, óleo, estuco, grafito, toalla sobre celotex, 1937.

PRIMERA VOZ

¿Quién es este niño azul y furioso,
brillante y extraño, como caído de una estrella?
¡Lo mira todo, lleno de cólera!
Se adentró en la habitación, con un grito en sus talones.
El color azul palidece. Es humano, a pesar de todo.
Un loto rojo se abre en su cuenco de sangre;
me están cosiendo con seda, como si fuera una tela.

¿Qué hacían mis dedos antes de tenerle?
¿Qué hacía mi corazón con este amor?
Nunca había visto nada tan leve.
Sus párpados son flores de violeta,
su respiración, suave como una polilla.
No le dejaré marchar.
No hay perversión ni engaño en él. Debe permanecer así.


Poema III, acrílico sobre tela, 1968.

SEGUNDA VOZ

Soy yo misma otra vez. No hay cabos sueltos.
Desangrada, blanca como la cera, no tengo ataduras.
Soy plana y virginal, lo que quiere decir que nada ha sucedido,
nada que no pueda ser borrado, raspado y rasgado,
empezado de nuevo.

Estas ramitas negras ya no piensan en florecer,
ni estas secas, secas alcantarillas, sueñan con la lluvia.
Esta mujer que encuentro en los escaparates —está impecable.

Tan limpia que es transparente, como un espíritu.
Tímidamente superpone su pulcra persona
al infierno de naranjas africanas, de cerdos colgados de las patas.
Está volviendo a la realidad.
Soy yo. Soy yo.
Saboreando la amargura entre mis dientes.
La incalculable maldad de cada día.

Sin título, lápiz conté, gouache y collage sobre papel, 1933.

TERCERA VOZ

Ella es una islita, dormida y apacible,
y yo soy un barco blanco que resuena: Adiós, adiós.
El día resplandece. Es muy lúgubre.
Las flores de la habitación son rojas y tropicales.
Han vivido tras el cristal toda su vida, han sido cuidadas con
ternura.
Ahora afrontan un invierno de sábanas blancas, de caras blancas.
Hay muy poco que guardar en mi maleta.

Ahí está el vestido de una mujer gorda a la que no conozco.
Ahí están mi peine y mi cepillo. Ahí hay un vacío.
Soy tan vulnerable de repente.
Soy una herida saliendo del hospital.
Soy una herida a la que permiten marchar.
Dejo atrás mi salud. Dejo a alguien
que querría adherirse a mí: deshago sus dedos como vendajes:
me voy.

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