NAVIDAD: TRES POEMAS DE JOSÉ DE VALDIVIESO

«Sí hará, que Dios va con ella».

La poesía de José de Valdivieso (1560-1638) huele a incienso. Su verso candoroso y teatral cuenta con un toquecito que lo hace especial, pues el clérigo de la capilla mozárabe de Toledo intercaló letrillas populares en muchas de sus composiciones. Valdivieso lo hizo respetando la literalidad de las estrofas.

La temática del poeta toledano gira alrededor de la procesión del Corpus Christi. Este hecho es otro acontecimiento novedoso que se suma al anterior, puesto que la poetización de la celebración religiosa era casi inexistente hasta la llegada del poeta barroco.

José de Valdivieso fue amigo y protector de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), a quien definió así: «Honra y envidia de nuestra nación, admiración y envidia de las extrañas». También fue Valdivieso amigo de Félix Lope de Vega (1562-1635), de quien es deudor, ya que su poesía está inspirada en la novela Pastores de Belén. La obra de Lope de Vega se publicó en el mismo año que el Romancero de José de Valdivieso (1612), pero este conocía el texto del escritor ya que era fiel asistente a las lecturas que Lope organizaba en Toledo con el fin de someter a prueba sus manuscritos.

Del Romancero Espiritual del Santísimo Sacramento son los tres poemas que dejo a continuación. Teniendo en cuenta que estamos en diciembre, he seleccionado los que despiden aromas navideños. Los ilustro con piezas del Belén del murciano Francisco Salzillo (1707-1783), escultor barroco que se inspiró en los campesinos de su tierra para moldear las figuritas de arcilla y de madera policromada que recrean la llegada del Niño Dios. ¡Amigos, les deseo unas Felices Pascuas!

POEMAS

LETRA DE NAVIDAD

En la Santa Iglesia
tocan a Maitines,
y los seises del cielo
los laudes dicen.

En la Iglesia donde
entre blancos cisnes
a volverla cielo
descendió la Virgen;
donde el pan de vida
con que el cielo vive
está entre las pajas,
que son sus viriles.

A la media noche
tocan a Maitines,
y los seises del cielo
los laudes dicen.

De encarnadas rosas
sotanas se visten,
siendo de azucenas
las sobrepellices.
Hallan en el coro
Niño al Dios terrible;
ven que con su Madre
gozoso se ríe.

En tanto en la torre
tocan a Maitines,
y los seises del cielo
los laudes dicen.

Son en hermosura
unos serafines
que el Ave Regina
a su Reina dicen.
Villancicos cantan
los divinos tiples,
y Te Deum laudamus
con los Ministriles.

Y al son de las campanas
tocan a Maitines,
y los seises del cielo
los laudes dicen.

La misa del gallo
solemne se dice,
y con los Pastores
la Gloria prosiguen.
Homo factus est,
el coro repite
y postrándose todos
alegres y humildes.

Y en la Santa Iglesia
tocan a Maitines,
y los seises del cielo
los laudes dicen.

ENSALADILLA DEL RETABLO

Tocando en un tamborino
iba un mozo por la corte,
al retablo convidando
de la entrada del Rey pobre.

En el corral de la Cruz
se representa esta noche,
porque desde que el Rey nace
le crucifican amores:

«Al retablo, caballeros,
verán lindas invenciones,
y aunque no por la maroma
volar niños voladores.»

Llenóse el corral de gente
algo después de las doce,
pero entráronse de balde,
que es el autor un buen hombre.

Las luces se encienden luego,
y las cortinas se corren,
diciendo así, en vez de loa,
el que el retablo compone:

«Silencio, señores,
verán una obra,
que más nueva que ella
no se ha visto otra.
Verán que están vivas
todas las personas,
y que hace un chiquito
la mejor de todas.
Verán entre pajas
estrellas y auroras,
parida una Virgen,
penada la gloria.
Verán los pastores
que con galas toscas,
con bailes y danzas
se dan la en buen hora.
Vayan advertidos,
que es cierta la historia».

Quitóse el sombrero,
y acabó la loa.

En un banco del corral,
para enseñar el retablo,
en la mano una guitarra,
subió un mozo desbarbado.

Y en empezando a tocarla
se vieron en el teatro,
de las manos ocho niños
que aquesta letra bailaron:

«Arrojóme estrellas el cielo
por la Pascua de Navidad,
arrojómelas y arrojéselas
y volviómelas a arrojar».

No se hubieron bien entrado,
cuando comenzó a nevar,
en vez de copos de nieve
hojas de jazmín y azahar.

Y en un jumento subida
una niña de cristal,
delante su Esposo virgen,
asomó por el lugar.

A un huésped pide posada,
pero respondióle mal
y el coloquio de los dos
comenzó el mozo a cantar:

«—Dad posada a una doncella
que será hacer bien por vos.
—No hay posada, andad con Dios.
—Si hará, que Dios va con ella».

Enternecióse el pueblo
viendo la grosería
del rudo mesonero,
y enojados gritan.

Ellos entre la nieve
solícitos caminan,
alegres de llevar
tan buena compañía.

Llegan a un portalejo,
y gózase la niña
de que el virginal vientre
sus glorias pronostica.

Retiróse su Esposo,
y, puesto de rodillas,
por él cantó el mozuelo
del Rey a la venida:

«En hora dichosa el Rey pobre venga,
que hasta ver sus ojos no la tendré buena».

Los Santos Padres del limbo
salieron por una cueva,
alzando al cielo las manos,
pidiendo al Justo que llueva.

«Venid, Romerico, a la Tierra Santa,
a ganar perdones y sacar almas.»

Cuando, rompiendo los aires,
un niño que al cielo alegra,
las albricias a sus padres
pudo pedir destas nuevas.

«Esperad, prisioneros, de hoy más alegres,
que ya el Redentor de cautivos viene.»

Desaparecieron todos,
y apareció enzamarrado
Gil de las Eras, que siempre
fue un pastor atiterado.

Una caldera de migas
sacó en la derecha mano,
y en la izquierda un cucharón,
y tras él, Benito y Pablo.

Comen al son de los fríos,
beben al son de los ajos,
cuando a una nube de nácar
caen hombres, migas y jarro.

La nube se abrió, y salieron
ángeles arracimados,
cantando «¡Gloria a los cielos,
paz a la tierra!», cantando.

Vuelven en sí los pastores
del miedo y la nieve blancos,
y a ver la entrada del Rey,
cantando así caminaron:

«Dale a la caldera
con el cucharón,
haz tejuelas del jarro,
y hágala la razón.
Haz el son y holguémonos, ¡he!,
con brincos de dos en dos
y de tres en tres».

Descúbrese el portalejo,
y en él mil almas y días,
y abrazada al Niño Sol
cantó así la Aurora niña:

«Yo me era morenica
y quemóme el sol.
¡Ay, mi Dios!, que me abraso
y muero de amor».

Llegaron los tres zagales
de laurel enguirnaldados,
y por alegrar al niño
con gracia así le danzaron:

«Corazón de mi corazón
con gusto os le doy,
y mil que tuviera
también os los diera,
porque mi Rey sois».

Para jugar unas cañas
entran aladas cuadrillas,
de clarines y atabales
sirviendo aquesta letrilla:

«Las cañitas que tiran los niños
hasta el cielo volando van,
el viento las vuelve
por aquí, por allí,
por acá, por allá».

Vuesas mercedes perdonen
que aquí da fin el retablo
de la entrada del Rey pobre,
vengan mañana temprano.

ROMANCE DE LOS REYES
(Dejo el poema tal y como salió de la pluma de José de Valdivieso.)

Señor niño, el que nació
entra una mula y un buey,
y nos traxo como brujos
a medianoche a Belén,

si he de dezir lo que siento,
niño, cosas miro en él,
que mientras más las percollo,
menos las puedo entender.

Diz que sin principio nace,
y apenas ha medio mes
que le vi en somo un pesebre
acabado de nacer;

y por más señas, me acuerdo
que atordido desperté
a los chillidos y vozes
de unos mosicos de bien;

y hize mucho en despertar,
que me descuido, tal vez,
y duermo de una bolada
horas más de ventiséis.

Vi dançar unos danceros,
vi unos baileros también,
y unos canteros cantar,
no por la sol fa mi re.

Y aunque le vi aquella noche,
a verle buelvo, pardiez,
porque, en dexando de verle,
muero por bolverle a ver,

porque diz que tiene gracia
en perdonar y querer,
que quanto en él se ve es lindo,
y más lo que no se ve.

Su madre diz que es donzella
antes del parto y después;
en aquesso no me meto,
que verdad deve de ser.

Mas diga, ¿quién le ha metido
en llorar y padecer,
teniendo en cas de su padre
una vida como un rey?

¿Tan mal le iba por allá,
señor niño? Pues a fe,
que aver por acá venido
lo llore más de una vez.

Sepa, pues, si no lo sabe,
que sí deve de saber,
que enciacá vienen tres reyes,
¡prega a Dios que sea por bien!

Uno tien barbas de prata,
el otro de oro las tien,
el otro, que es más lampiño,
del forro de una sartén;

todo es como un azabache,
dél pueden higas hazer,
y, para que no le ahojen,
las puede al cuello poner.

Con unos fuertes pescueços,
y unas corcobas también,
traen unas como tarascas,
de quien Dios nos libre, amén.

Delante traen una estrella,
dando saltos de prazer,
que si no lo ha por enojo
relampuça en somo dél.

Parece que a caça vienen,
que la estrella el ventor es,
y que, parada la caça,
se la señala a los tres.

Pero guárdese del negro,
porque a fe que es de temer,
por lo que tiene de galgo,
no arremeta a su merced.

De las tarascas se apean,
¡ay, Dios!, ¿qué querrán hazer?
¡Voto al soto, que se postran
y que le besan el pie!

Por las mexillas las almas
derretidas se les ven,
porque de lágrimas saben
mi niño que trae gran sed.

Como el cielo ve que llora,
y que tien tanto porqué,
pienso que sin duda quiere
acallarle con un tres.

Danle mirra, incienso y oro,
y es justo que se lo den,
pues le confiessan y adoran
por Dios, por Hombre y por Rey.

El pie tengo de besarle,
por esso perdóneme,
que pues viene a perdonar
no tendrá mucho que hazer.

¡Ay, cómo sabe! En mi vida
cosa me supo más bien.
¡Voto a mi sayo!, que creigo,
mi niño, que es de comer.

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