LOS ÚLTIMOS DÍAS DE EMMANUEL KANT
«El sentimiento de humanidad aún no me ha abandonado.»
Los últimos días de Emmanuel Kant es un libro singular no sólo por el texto principal, del que toma el nombre, sino por los anexos que incluye.
En Los últimos días de Emmanuel Kant (Blackwood’s Magazine, 1827) hay dos capítulos especialmente llamativos. Uno de ellos saciará la curiosidad de cualquier persona que desee descubrir las costumbres domésticas del filósofo de la Ilustración, pues recoge testimonios de amigos personales. Y el otro, ¡ah…!, el otro capítulo es un estudio del cráneo de Kant realizado a partir de un molde de yeso que, al morir, sacaron de su cabeza. Se trata de una investigación científica que pretende establecer una relación entre la osamenta —lo material, lo físico— y la inteligencia —lo espiritual.
El libro cuenta con un recurso informativo que enriquece, y mucho, la historia que narra. Me refiero a las notas a pie de página, que son tan curiosas como el resto del volumen —Thomas de Quincey (1785-1859) las personaliza—. De Quincey usa las acotaciones, sobre todo, para introducirse en la narración como comentarista. Es un personaje más.
El ensayo se centra, como puede apreciarse por el título, en la última etapa de la vida del filósofo prusiano —murió a la edad de 79 años—. Sin embargo, toda su existencia aparece en estas páginas. Entre el prólogo, las notas y los testimonios de las personas que lo conocieron, el volumen que hoy reseño nos descubre las rutinas de Emmanuel Kant (1724-1804).
El libro tiene una estructura particular. El autor nos presenta el texto como un relato de ficción, aunque no lo es.
Thomas de Quincey hace pasar por un personaje imaginario al cronista de su historia, que no es otro que Wasianski, el administrador de la casa de Kant en los últimos años de su vida.
Wasianski es la figura que más interesa al autor. De Quincey utiliza el relato que el empleado escribió al fallecer su patrón —Emmanuel Kant en sus últimos años de vida. Una aportación al conocimiento de su carácter y de su vida doméstica basada en el trato diario con él—. Wasianski, quien cuidó la hacienda de Kant hasta la muerte de este, se preocupó de heredar algo de la fama de su maestro. ¿Cómo? Uniendo su nombre al suyo.
El administrador dio el salto a la inmortalidad cuando en 1804 publicó un breve y demoledor ensayo describiendo el deterioro físico y mental del autor de La crítica de la razón pura. El empleado no se dejó nada en su tintero. Cuenta intimidades que debió guardarse, si juzgamos su testimonio desde la óptica de alguien que se dijo amigo personal de Kant y al que Kant confió su hacienda.
Ahora bien, si ponemos distancia en el asunto y nos acercamos a las revelaciones que Wasianski nos proporciona; si leemos estas páginas con la curiosidad que despierta en nosotros ver cómo un hombre de la capacidad intelectual de Kant no fue ajeno a la decrepitud, pues, entonces, las revelaciones de Wasianski lo alejan de la traición y lo sitúan en una posición más cómoda. Al hombre extraordinario la naturaleza no le ahorró los padecimientos que sufre todo sujeto corriente —al final, la muerte allana diferencias.
Ehregott Andreas Christoph Wasianski (1775-1831) fue alumno de Kant mucho antes de entrar a su servicio. Fue teólogo y diácono antes de administrar los bienes de Kant, tarea que realizó a partir de 1801. Wasianski fue un mediocre encandilado por la fama y el talento del filósofo, a quien admiraba y envidaba a la vez.
El relato del gerente desnuda intimidades que, estoy convencida, Kant no hubiese aceptado hacer públicas. Es frío, porque es producto de la premeditación. En él, el pensador agoniza lentamente ante la mirada distante de su solícito empleado. En él la grandeza se va volviendo pequeñita… hasta desaparecer —Wasianski, impudoroso, narra cómo sobó las caderas del anciano en busca del último palpito.
Es extraordinario el efecto que consigue en nosotros Thomas de Quincey al unir ambos cuerpos en el último suspiro de uno de ellos. Ese breve contacto, entre el hombre ilustre que abandona la vida y el que busca la certificación de ese abandono con fines poco éticos, tiene tal fuerza representativa que queda grabado en nuestra mente. En un segundo la fama es transferida —la mano que palpa a Kant es la misma que describe su caída.
«Y permaneció de pie casi a punto de caerse. Por eso le advertí al médico que Kant no se sentaría, por más que le costase permanecer de pie, hasta que sus huéspedes hubiesen tomado asiento. El doctor pareció dudarlo, pero Kant, que me había escuchado con un esfuerzo sobrehumano, confirmó mi interpretación de su comportamiento y dijo claramente: El sentimiento de humanidad aún no me ha abandonado».
Sabemos que todo lo que respira termina en polvo. Sin embargo, la obra inmortal eterniza a su autor. Es la magia de la creación. El filósofo, que logró sortear las turbulencias románticas, vive en sus textos y la curiosidad que tenemos por saber de él no es más que el resultado de la vara del mago. Se trata de ¡Kant!
En el catálogo de la editorial Valdemar encontrarás Los últimos días de Emmanuel Kant.
ENLACES RELACIONADOS
El espíritu de la Ilustración (Tzvetan Todorov).
John Donne. Poemas metafísicos.