VILLANCICOS DE SANTA TERESA
«Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra».
(Sal. 95, 1).
La adoración, óleo sobre lienzo, El Greco, 1610.
PASTORES QUE VELÁIS
¡Ah, pastores que veláis
por guardar vuestro rebaño!
Mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios soberano.
Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar;
que el lobo os lo ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven el Cordero:
¿No ves que es Dios soberano?
—¡Soncas!, que estoy aturdido,
de gozo y de penas junto.
—Si es Dios el que hoy ha nacido,
¿cómo puede ser difunto?
—¡Oh, que es hombre también junto,
la vida estará en su mano!
Mirad que es este Cordero
Hijo de Dios soberano.
No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
—Mía fe, Gil, mejor será
que se nos torne a su tierra.
—Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan soberano.
Poco te duele su pena:
¡oh, cómo es cierto que al hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
—¿No ves que gana renombre
de Pastor de gran rebaño?
—Con todo, es cosa muy fuerte
que muera Dios soberano.
Adoración de los pastores, óleo sobre lienzo, El Greco, 1612-1614.
VILLANCICO A LA NATIVIDAD
Pues el amor
nos ha dado Dios,
ya no hay que temer:
muramos los dos.
Danos el Padre
a su único Hijo;
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh, gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
No hay que temer:
muramos los dos.
Mira, Llorente,
qué fuerte amorío:
viene el inocente
a padecer frío.
Deja un señorío,
en fin, como Dios:
Ya no hay que temer:
muramos los dos.
Pues, ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que tome un sayal,
dejando riqueza?
Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.
Pues, ¿qué le darán
por esta grandeza?:
grandes azotes
con mucha crudeza.
¡Oh, qué gran tristeza
será para nos!
Si esto es verdad,
muramos los dos.
Pues, ¿cómo se atreven,
siendo omnipotente?
¿Y ha de ser muerto
de una mala gente?
Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
—¿No ves que él lo quiere?
Muramos los dos.
La Natividad, óleo sobre lienzo, El Greco, 1603-1605.
YA VIENE EL ALBA
Mi gallejo, mira quién viene.
—Ángeles son, que viene el alba.
Hame dado un gran zumbido,
que parecía Cantillana.
Mira, Bras, que ya es de día;
vamos a ver la zagala.
Mi gallejo, mira quién viene.
—Ángeles son, que ya viene el alba.
¿Es parienta del alcalde,
o quién es esta doncella?
—Ella es hija de Dios Padre,
relumbra como una estrella.
Mi gallejo, mira quién viene.
—Ángeles son, que ya viene el alba.
La Sagrada Familia con Santa Ana, óleo sobre lienzo, El Greco, 1595.
SANGRE A LA TIERRA
Este niño viene llorando.
Mírale, Gil, que te está llamando.
Vino del cielo a la tierra
para quitar nuestra guerra.
Ya comienza la pelea,
su sangre está derramando:
mírale, Gil, que te está llamando.
Fue tan grande el amorío,
que no es mucho estar llorando.
Que comienza a tener brío,
habiendo de estar mandando:
mírale, Gil, que te está llamando.
Caro nos ha de costar,
pues comienza tan temprano
a su sangre derramar:
habremos de estar llorando.
Mírale, Gil, que te está llamando.
No viniera él a morir,
pues podía estarse en su nido.
—¿No ves, Gil, que si ha venido,
es como león bramando?
Mírale, Gil, que te está llamando.
Dime, Pascual: ¿Qué me quieres,
que tantos gritos me das?
—Que le ames, pues te quiere,
y por ti está tiritando.
Mírale, Gil, que te está llamando.
Adoración de los Reyes Magos, óleo sobre tabla, Luis de Morales, 1565-1590.
EN LA FIESTA DE LOS REYES
Pues que la estrella
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Vamos todos juntos
a ver al Mesías,
que vemos cumplidas
ya las profecías.
Pues en nuestros días
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Llevémosle dones
de grande valor,
pues vienen los Reyes
con tan gran hervor.
Alégrese hoy
nuestra gran zagala:
Vaya con los Reyes,
la mi manada.
No cures, Llorente,
de buscar razón,
para ver que es Dios
aqueste Garzón.
Dale el corazón
y yo esté empeñada:
Vaya con los Reyes
la mi manada.
Nota:
He acompañado los poemas de Santa Teresa con pinturas de Doménikos Theotokópoulos y de Luis de Morales, «El Divino». Es muy posible que en su andadura en busca de lugares donde plantar conventos, Santa Teresa tropezara con los dos pintores más importantes del siglo XVI en España.
Santa Teresa (1515-1582), «El Divino» (1510-1586) y El Greco (1541-1644) esparcieron, con palabras y pigmentos, la Palabra de Dios por la tierra.
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