Y LLEGÓ LA PRIMAVERA
A mi amiga Marina Montes del Castillo, que me enseñó los secretos de su pueblito cántabro.
«… y la tierra, donde no crece la yerba, se vuelve dorada».
Fotografía de María Gabriela Díaz Gronlier.
Y LLEGÓ LA PRIMAVERA
Desde la ventana observo que sopla un viento fuerte que me regala un cielo limpio de nubes, un cielo de arco iris azules.
El sol abraza con delicadeza al campo, y la tierra, donde no crece la yerba, se vuelve dorada; donde el prado reina, reinan los verdes esmaltados.
Ahora cae la tarde y con ella llegan, grávidas, las intermitentes nubes. Los pájaros martillean mis oídos con sus trinos. Los abejorros, las hormigas y las arañas despiertan de su letargo.
Y cae, ¡por fin!, la lluvia.
(Abro la ventana y dejo que el aire con olor a campo avive los sentidos).
Los rosales visten sus tallos con pequeñas hojas, los frutales se engalanan con brotes marrones. Las hortensias exhiben sus capullos y el campo se llena de flores silvestres, de intensos colores y savia fugaz. Época del año bucólica y tramposa, que al débil devora.
¡Oh… la primavera, caudillo de la Naturaleza, esa Reina implacable que todo controla!
(La casona de piedra abandonada ha sido ocupada por una familia de lechuzas).
Veo en los paseos matutinos yeguas con sus crías
y plácidas vacas acompañadas de sus terneros.
Veo cabras y cabritos.
(La noche se llena de murmullos).
Veo, también, animales apartados,
tristes y solos, repudiados.
Horas de vida… ¡perdidas!
—¿acaso importa?
Detrás del acristalado cielo se oculta la bola de fuego. Sol inabarcable, Gran Inquisidor, que con tus rayos ejecutas el proceso de selección, legislado y ordenado por los truenos de la Reina Madre.
Veo cómo los aseados días,
iluminados por estridentes relámpagos,
van dando paso al tórrido verano.
Veo la primavera desde el pastoril pueblo de… San Mamés de Meruelo.
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