EL VIEJO RIVERS

«Si complacía a unos, haría enfurecer a otros».

¿Debe un editor comprometerse con nuevos movimientos estéticos o debe intentar mantener las distancias para no arriesgar su mercado? ¿Debe, ante ideas embrionarias, tomar el partido de la imparcialidad?

Cualquiera de estas opciones conlleva riesgos. Una decisión atrevida puede llevarle a perder su clientela más conservadora. Sin embargo, si se ancla en viejas y cómodas estrategias, si no amplía su catálogo, entonces puede perder nuevos espacios de mercado y, por tanto, potenciales asociados. Creo que en la equidistancia el empresario del libro mantiene el tipo durante un corto período de tiempo. Pero nada más.

Thomas Wolfe construyó el personaje de su novela utilizando como modelo al influyente crítico y editor Robert Bridges, quien fuera amigo personal de los presidentes Theodore Roosevelt y Thomas Woodrow Wilson y responsable editorial de la famosa revista Scribner’s. Se podría decir que El viejo Rivers es una novela biográfica —no autorizada— por la cantidad de detalles de la vida personal y profesional que comparten el personaje real y el de ficción.

«El ángel que nos mira» fue editado el 8 de octubre de 1929 en «Scribner’s» y con la aprobación de Robert Bridges.

Con su característica mordacidad, Wolfe describe un editor que tiene mucha pompa y poca enjundia. Un hombre que es orgulloso, farsante y obsesionado con su trabajo. Un mediocre intelectual que ejerció su cargo gracias a sus amistades. Así es como el autor nos presenta a quien fue un icono, un tótem del poder establecido en Estados Unidos, una persona que sentaba cátedra con sus sentencias, que manejaba un medio de comunicación que coronaba artistas y que producía votos. Un empresario que era apodado por la prensa como el «Decano de las Letras Americanas».

Thomas Wolfe (1900-1938) formó parte de la generación de escritores que comenzó su andadura literaria en medio del naufragio de la banca —la crisis de 1929— y de las secuelas de la Primera Guerra Mundial.

Robert Brigdes era un conservador, un defensor de «los valores eternos». El editor entendía que las cosas debían contarse de formal tal que no agredieran al público, que había límites que no debían superarse. Pero Wolfe respondía a una nueva forma de contar, una que describía el nuevo escenario americano desde la óptica del realismo social. Y eso incluía dotar de un lenguaje  y de una psicología nueva a los personajes. Bridges no estaba preparado para encajar fórmulas que destapaban la melancolía del hombre solitario de las ciudades. La publicidad de la tristeza no iba con el temperamento de un hombre que cenaba cada noche, como invitado de honor, en casas que pertenecían a apellidos ilustres.

Robert Bridges mantuvo la fidelidad a su público, burgués y pudiente, ejerciendo una censura que garantizaba una lectura sin demasiados sobresaltos y vulgaridades. Sin embargo, este señor fue el responsable de convertir en bestsellers títulos de escritores como Edith Wharton, Richard Harding Daves, Henry James, Scott Fitzgerald’s, John Galsworthy y Ernest Hemingway, entre otros. Y fue protector de una larga lista de ilustradores que encontraron sitio preferente en las páginas de Scribner’s, revista que pudo presumir de ser la primera en editar grabados a color.

Thomas Wolfe, fotografía.

En definitiva, lo que Thomas Wolfe le echó en cara a Robert Brides fue su falta de compromiso con las vanguardias, con la literatura moderna de un país que, además de su implicación con el realismo social, mostraba un marcado interés por el regionalismo —ahí están los cuadros de artistas como Edward Hopper y Ben Shahn, por citar dos ejemplos en la pintura.

¿Criterio comercial o criterio literario? Esas interrogantes, que se presentan como antagónicas en El viejo Rivers, no han encontrado respuesta a día de hoy; aunque hay que decir que las grandes casas editoriales han optado por lo fácil, eliminando de sus catálogos los fondos inmortales. Es triste comprobar cómo las librerías se saturan de novedades mediáticas de escaso recorrido intelectual.

El viejo Rivers se encuentra en el catálogo de la editorial Periférica.


Nota: Maxwell Perkins y Robert Bridges pertenecía a la misma casa editorial. Perkins, que era el editor de Wolfe, decidió no publicar «El viejo Rivers» para no dañar la reputación del editor. El libro salió a la luz en 1947, muertos Perkins, Bridges y Wolfe.

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