LIBRERÍA ISLA

«Hubo una vez una librería en la calle Bailén de Madrid…»

Dicen los santeros de mi tierra que a las almas muertas hay que dejarlas marchar. Y es lo que pienso hacer con el breve homenaje que hoy le dedico a la que fue mi librería durante veinticinco años.

Ediciones y Distribuciones Isla SL, más conocida como Librería Isla, fue un espacio dedicado a los títulos de fondo, esos renegados que ya nadie quiere en sus estanterías porque ocupan mucho sitio y acumulan polvo —no los quieren ni las propias casas que los imprimieron, que los saldan o los vuelven a convertir en pulpa de papel.

Isla fue un refugio de espíritus inquietos, de clientes interesados en ampliar sus conocimientos. Isla fue heredera de Studium y de Difusora del Libro.

Pasada la mitad del siglo XX, dos grandes casas editoriales ya destacaban en el mundo de la lengua hispana. Una fue Aguilar, con sus Obras encuadernadas en suave cuero, de cantos dorados y decorados, con prologuistas y traductores inmejorables. La otra editorial fue Studium, con una impresión más modesta y con un abanico de temas mucho más amplio que el de la vieja Aguilar.

Los catálogos de Studium eran guardados con mimo por los libreros de España y de Iberoamérica. Eran auténticas joyas bibliográficas.

Las colecciones de Studium incluían religión, materia a la que dedicaban un gran espacio, bellas artes, filosofía, narrativa para adultos, literatura infantil, historia, medicina, gramática, geografía, técnica, costumbres y buenas maneras… Los mejores autores, muertos o vivos, formaban parte de un fondo que daba la vuelta al mundo. ¡Cuántos miles de títulos viajaron desde el número 19 de la calle Bailén de Madrid!

Cuando compramos la librería aún exportaba. Pero todo cambió cuando Internet entró en el mercado del libro. En ese momento, la mayoría de los editores, que ya empezaban a sentir el peso de una población cada vez menos dispuesta a dedicar tiempo a la lectura, vieron en la red informática una buena herramienta para puentear al librero y al distribuidor, rompiendo, así, la cadena que conectaba al autor con el lector.

Las editoriales crearon sus propias webs, pero estas no estaban destinadas, exclusivamente, a la promoción de los títulos y de los escritores de sus catálogos. Las editoriales usaron Internet para vender directamente, aplicando descuentos que un librero no podía permitirse. Esa deslealtad fue un grave error. Ahora lo saben, pero ya es tarde.

Un buen lector conoce que un título no siempre responde al contenido que de él se espera. Sabe que es necesario mirar los índices, las traducciones, las introducciones, el tipo de impresión —hay ediciones que tienen letras tan pequeñas que se vuelven ilegibles para una vista cansada—. El libro necesita ser sobado.

Una librería no es un comercio habitual. No puede ser tratada como un establecimiento que vende artículos del hogar, porque el libro es algo más que un producto. Por mucha publicidad que «empuje» al cliente a comprar un título realizado por encargo, por mucho que las grandes casas editoriales se empeñen en travestir al lector de consumidor, no lo conseguirán. El lector avezado tiene hocico fino, huele la estafa y no compra. Y el consumidor del libro-negocio pronto se aburre —no tiene el hábito de la lectura—, de modo que no son pocos los títulos que terminan saldados en los centros comerciales.

¡Qué triste tiene que ser para un escritor ver su trabajo marcado con un precio de saldo!

Del producto-libro no nacen lectores. Y si no hay demanda no hay consumo, queridos editores que naufragan en la tormenta que ustedes provocaron. Me dirán que la responsabilidad mayor la tiene el Estado y su deficiente sistema educativo. Y yo les diré que vivimos en un país capitalista y liberal y que el libro ya tiene bastante ayuda con los impuestos reducidos y el precio fijo.

Cada vez cierran más librerías y cada año se venden menos volúmenes de papel en España. Y cada año, paradójicamente, aumentan las novedades, porque las editoriales pagan las deudas pendientes con lo que venden hoy. Es un ciclo perverso, ya que el nuevo título genera nuevo déficit.

Veamos cómo, salvando las excepciones, las casas editoriales han decidido resolver su problema. En general, el librero dispone de las novedades durante tres meses: si no las vende, las devuelve. Pero resulta que las devoluciones son masivas, porque, como he apuntado, el editor ha roto la cadena de distribución. Sin embargo, y esto es importante porque significa la quiebra de la librería, al librero se le carga en el momento en el que recibe el pedido la totalidad del mismo; es decir, se le obliga a poner el dinero por adelantado. Firma el albarán y, automáticamente, genera una factura.

¿Cuándo se le reembolsa lo cobrado? Cuando el editor recibe lo devuelto. Bueno, aquí hay que matizar. El editor no devuelve el dinero, sino que genera un saldo positivo a favor del librero. Es una trampa mortal. Pero la picardía no termina aquí. Hay más.

Para devolver debes avisar al distribuidor, que cobra del editor. De modo que el librero avisa, pero el distribuidor no cumple con el compromiso de recoger en fecha lo que no se ha vendido. Y los plazos corren. No sólo el reparto demora en recoger los paquetes, sino que también demora en entregar la devolución al editor, o eso afirma este. Así que aquellos tres meses de cortesía, que tenía el librero para devolver y recuperar lo invertido en novedades, pueden extenderse en el tiempo —el importe que la pequeña o mediana librería pagó en enero, por ejemplo, puede ser saldo a su favor en julio o en septiembre.

Claro, toda regla tiene su excepción. Al editor no se le ocurre darle ese trato a los centros comerciales. En ese espacio mandan las grandes superficies, que son las que imponen las reglas de transacción. Las grandes superficies no compran las novedades: las tienen en depósito y pagan aquello que venden. Además,  imponen descuentos y condiciones de devolución y pago.  Concluyendo, la pequeña librería paga por adelantado y el grande paga sólo lo facturado —lo estropeado tampoco lo remunera.

Ediciones y Distribuciones Isla sólo se dedicaba a la religión cuando la compramos. El local era amplio,  rectangular y largo. Tenía unas estanterías de madera muy chulas y un bonito altillo. Así que nos dijimos, ¿por qué no recuperar el aire de la antigua Studium, que es de donde nació? ¿Por qué no aprovechar y crear un espacio destinado a las humanidades?

Queríamos ofrecer a nuestros clientes un sitio con una filosofía diferente a la de las cadenas comerciales y a la de muchas librerías que comenzaban a copiar, en un intento desesperado, la técnica de los grandes puntos de venta, que se centran en los títulos nuevos.

Queríamos un lugar donde nuestros usuarios encontraran obras que ofrecen respuestas y que suscitan preguntas, que retan al pensamiento. Y nos arriesgamos.

Construimos nuestro propio universo con libros antiguos, descatalogados y vivos. Y lo hicimos sin renegar de la actualidad, incluyendo, porque sabemos que la formación de un lector comienza en la infancia, una sección de literatura infantil que tuvo una gran acogida —ese rincón fue mi consentido.

Nuestra librería mantuvo la fama que heredó de Studium y de la Difusora del libro. De los viajes a México, Colombia y Argentina, Andrés traía bibliografía que ya no se publicaba, libros deseados por los estudiosos de las materias que trataban.

Iniciamos un periplo por todo el territorio español en busca de fondos. Hubo editoriales que confiaron en nosotros, pues ofrecíamos un espacio atractivo que, igualmente, servía de almacenaje. Así fue como construimos el refugio de espíritus inquietos que fue Isla.

(Tengo que reconocer que vender un título imposible de encontrar fue para mí como arrancar una estrella a nuestro cielo.)

Y así fue como me gané fama de buena librera. Opinión que guardo como un gran tesoro, como guardo las cartas de recomendación que clientes, reconocidos en el mundo de la cultura, de la política y de la iglesia, me entregaron con vistas a ayudarme a encontrar un nuevo trabajo —algunas de esas misivas son muy emotivas.

Hace unos años cambió la ley de arrendatarios. Fue el final de Isla. Nuestro local era alquilado y la propiedad pedía por él tres mil quinientos euros mensuales. No nos iba mal, pero esa era una suma imposible de asumir.

Isla estaba en un lugar privilegiado. En el pleno centro de Madrid, frente a la catedral de La Almudena y a dos pasos de Capitanía General y del Palacio Real. Teníamos de vecino al Anciano Rey de los Vinos, uno de los bares más antiguos y emblemáticos de la capital, famoso por sus torrijas de Semana Santa y su vinito con galletitas dulces.

Cerramos. Compramos un local en nuestro edificio para hacernos una biblioteca con los fondos conservados. No saldamos, porque la cultura no se regala, porque lo que se adquiere gratis no suele apreciarse. Todo el mundo debería tener conciencia de que cultivarse es un arte caro, material y espiritualmente hablando.

Isla ofreció un espacio a fuerzas contrarias. Allí convivieron La Biblia y El Capital de Marx; allí, teólogos y laicos, de ideologías contrarias, hallaron un lugar de libertad.

En el cristal del escaparate el transeúnte leía: «Ser cultos para ser libres». Es una frase que pedí prestada a José Martí y que nos regaló, a lo largo de los años, conversaciones interesantes. Había personas que pasaban por la acera y entraban para debatir sobre el principio martiano. Había quienes cambiaban el orden de la expresión, pues defendían que sin libertad no hay conocimiento. ¡Qué interesantes debates!

Siempre hubo tertulias en Isla, por una razón o por otra. No nos fuimos tristes. Nos fuimos satisfechos, porque nuestro proyecto sirvió a muchas personas que hallaron en nuestra propuesta un espacio diferente y porque tengo la biblioteca soñada.

Amigos, Librería Isla dio paso a una nueva aventura, que es mi blog El copo y la rueca.

Hoy, con este artículo y las fotografías que lo acompañan, «Isla» te dejo partir.

ENLACES RELACIONADOS

La librería de los escritores (Mijaíl Osorguín).

Revolución y libertad (Georges Bernanos). Texto.

Los cuentos de mi infancia.

El obrador del Soñador.

Una niña me entrevista (Daniella).

La margarita.

La mesa de Navidad.

Un retazo de alegría.

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury).f

Mendel el de los libros (Stefan Zweig).

Escritores de la Shoá.

El viejo Rivers (Thomas Wolfe). Novela.

1984. Película (adaptación cinematográfica de Orson Welles).

Imprimidores de libros de molde. El primer libro impreso en América según las investigaciones de Francisco Vindel, librero.

Felipe II, el rey bibliófilo.

Hygino, el primer bibliotecario español.

Albert Camus y la perspectiva permanente de la moral (Miguel Peydro).

Lur Sotuela. “Maldita literatura”.

«El rezo del Santo Rosario». Primer libro impreso en América.

Teselas de mi mosaico habanero.

El librero (Roald Dahl).

En las raíces del árbol (María Gabriela Díaz Gronlier).

Imaginación (María Gabriela Díaz Gronlier).

Azúcar y Alambrito (Gabriela Díaz Gronlier-Javi de la Fuente).

El sombrerero de Triana (Gabriela Díaz Gronlier).

Marcos, Lucía y el gigante mago.

Papito y Estrellita (Gabriela Díaz Gronlier y Manuel Uhía).

 


Compártelo con tus amigos: