ZURBARÁN. APROXIMACIÓN A SU PINTURA

« La cosa amada es la que da su nombre a aquella otra en quien se
transforma..».

San Juan de la Cruz

Santa Marina, óleo sobre lienzo, 1640-1650.
(Vestida de pastora y con garfio, alforjas y libro).

Las damas de la alta sociedad andaluza acudían al obrador del pintor barroco para que las inmortalizaran. Ellas, las aristócratas, llevaban con orgullo nombres de santas y de mártires y Zurbarán, gustoso, ponía rostro, corazón y porte a las mujeres que se sacrificaron para salvaguardar su fe cristiana. Por eso, sus cuadros han sido apodados como «retratos de lo divino». Fusión de carne y de espíritu: los ademanes de las jóvenes y acomodadas modelos pasaron a ser, en manos del artista, las expresiones de los rostros de las mártires.

Para diferenciar lo divino de lo efímero, Zurbarán acompañó las figuras con elementos que las identifican, como son las tenazas para arrancar dientes, la palma y la espada, uno senos sobre una bandeja, una sierra, un clavo… Sin embargo, a pesar del dolor que simbolizan estos objetos las mártires aparecen tranquilas, bellas, sosegadas. El sufrimiento no las aparta del amor a su Señor. Son obras donde el silencio traspasa el cuadro y crea un ambiente místico que envuelve a quien lo contempla —si alguna vez te preguntas cómo el silencio espiritual se vuelve materia física, acude a sus cuadros. Es impresionante cómo consigue transmitir la trascendencia del silencio.

Santa Casilda, óleo sobre lienzo, 1635.
(En su regazo lleva el manojillo de rosas).

Santa Catalina de Alejandría, óleo sobre lienzo, h. 1640.
(En una mano lleva la espada y en la otra la palma del martirio).

Las santas vírgenes de Zurbarán están elegantemente trajeadas. El padre del artista, mercader de telas, le enseñó el oficio; de ahí que vistiera a sus jóvenes modelos con ropas exquisitas. Se cuenta que tenía maniquíes de madera a los que probaba las telas que luego trasladaría a los soportes. Y también se cuenta que sus trajes se convirtieron en patrones de moda de la época.

Francisco de Zurbarán se distinguió, fundamentalmente, por sus mártires y sus santos. Puso luz, color y semblante, por vez primera, a muchos hombres y mujeres inmolados, convirtiéndose en el primer referente iconográfico de aquellos rostros descritos en los textos sagrados. Y lo hizo alejándose de los aspectos macabros y tenebrosos del suplicio. Lo hizo apoyándose en el claroscuro, pero en un claroscuro no agresivo. Zurbarán utilizó esta técnica pictórica para resaltar las formas y para crear entornos de recogimiento. Con los años su tenebrismo fue cediendo ante el sfumato, método que le permitía dar profundidad a las figuras, a la vez que suavizaba los contornos.

La Virgen María niña, durmiendo, óleo sobre lienzo, 1655.

En La Virgen niña, cuadro que acompaña esta reseña, puedes apreciar a su pequeña hija María Manuela, que le sirvió de modelo. Es una pintura que representa muy bien el espíritu de la Contrarreforma católica, que indicaba la necesidad de hacer catequesis con imágenes visuales para conectar con un pueblo, en su mayoría, analfabeto —diría que el Concilio tridentino optó por un misticismo práctico, con códigos menos poéticos.

La Virgen Niña es la culminación de toda una vida profesional dedicada a la devoción mariana —la representó niña, adolescente y madre—. Francisco de Zurbarán, que sólo utilizaba fondos oscuros y planos para sus monjes y mártires, ofreció a la Virgen de este lienzo un entorno intimista, acomodándola dentro del calor del hogar.

Bodegón con cacharros, óleo sobre lienzo, 1650-1655.

La exposición que el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza nos ofrece también recoge una muestra de sus bodegones, donde los objetos parecen reales y muestran el gusto del pintor por la composición geométrica. Por cierto, entre las sesenta y tres obras se encuentra una de su hijo Juan, que no le iba a la zaga, y algunas creaciones de los colaboradores de su taller. Los cuadros que contemplamos estuvieron colgados en muros de iglesias, conventos, bibliotecas y casas particulares. Algunos de ellos son presentados por primera vez en España.

Quiero dar las gracias al Museo por la iluminación escogida para las obras del pintor del Siglo de Oro, pues acentúa el efecto teatral y dramático de su paleta. Y ahora pongo fin a estas palabras con El Cristo de Zurbarán, poema que me inspiró el cuadro que lleva este nombre.

Cristo en la cruz, óleo sobre lienzo, h. 1630.

AL CRISTO DE ZURBARÁN

En vez de tres
son cuatro los
clavos que utilizas
para sujetarlo a Él.
Podría parecer
algo cruel que,
en vez de tres,
sean cuatro los
clavos hundidos
en su piel.
Pero, si bien es cierto
que tres son los más
usados para representarlo
—vivo o muerto
oliendo a hiel—,
cuatro son más humanos, pues,
en vez de humillado,
quiebran la realidad objetiva
y Cristo se sostiene en pie.

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