POEMAS ROMÁNTICOS

«¡Oh, Pájaro inmortal,
no es para ti la muerte!»

John Keats, Joseph Severn, óleo sobre marfil, 1819.

La influencia de la naturaleza en los estados de ánimo fue fuente inagotable del lenguaje poético de los románticos. La obra del eternamente joven John Keats —Keats llegó a la sombría morada de Hades con tan sólo 25 años— es ejemplo de lo que digo.

La existencia, reo de la soledad, discurrir de decepciones, y los eternos ciclos del universo, manantial donde refrescar el espíritu sobrecogido por el peso de los tabúes y de la monotonía, no se presentan del todo pesimistas en los versos de John Keats: el poeta rompía maleficios convocando a la diosa Esperanza —«… dulce Esperanza, derrama sobre mí tu etéreo bálsamo / y tus alas de plata sobre mi frente mueve».

Estrellas aliviando «las espesuras umbrías», violetas y narcisos salpicando «el brezo pastoril», el «gozo soleado» que regala un día de Mayo, la certeza de que «una cosa bella / es un goce eterno» hacen de la poesía de este romántico inglés, a quien la tuberculosis le arrebató el alma en Roma, un canto al vuelo del espíritu libre y cultivado. Y no es que las sombras no sean presencia habitual en su obra —¡es un romántico!—, es que su poesía otorga a la belleza un haz de luz que ciega al ser de las tinieblas.

John Keats, Joseph Severn, óleo sobre lienzo, 1821-1823.
(«Este fue el momento en que cayó enfermo por primera vez y escribió la ‘Oda al ruiseñor’ en la mañana de mi visita a Hampstead. Lo encontré sentado con las dos sillas mientras lo pintaba y me impresionaron los primeros síntomas reales de tristeza en Keats, tan finamente expresados en ese poema», escribió el pintor.)

Tiene el romántico otra amiga en su cruzada contra las ataduras provocadas por el abuso que el Neoclasicismo y la Ilustración hicieron de la razón. Es una amante silenciosa, que estremece y que nos permite «escuchar maravillosos y lejanos cánticos».

¿Quién es esa aliada que Caronte no puede subir a su barca? ¡Uy…!, ¿no lo adivinas? ¡Es la poesía! La poesía que John Keats  viste de melancolía y perfuma con «guirnaldas de flores / que nos atan a la tierra». La poesía que se centra en ser ella… y sólo ella, que expresa su «Yo» mostrando libertad en temas, tonos y formas. La metáfora exaltada que emociona, que vibra, que canta «con voz resuelta y plena».

John Keats (1795-1821) publicó tres títulos en vida: Poemas (1817), Endymion (1818) y Lamia, Isabella, la víspera de Santa Inés y otros poemas (1820).

Los sonetos y las odas que a continuación comparto con ustedes pertenecen a Poesía, antología que editó Adonais en 1946 y cuya selección y versión es de Clemencia Miró (1905-1959), hija del escritor alicantino Gabriel Miró (1879-1930) y excelente traductora —Clemencia también compuso hermosos versos.

El arpa que el pintor Joseph Severn (1793-1879) mandó a grabar en la lápida de su gran amigo John Keats me ha dado la idea de ilustrar los poemas con este instrumento de cuerdas que desde la Antigüedad está poniendo melodías a las andanzas del hombre. A fin de cuentas, la obra de Keats no fue ajena a la Grecia olvidada.

SONETOS

Arpa triple galesa.

VII

¡Oh, Soledad! Si he de morir contigo,
que no sea entre este hacinamiento de oscuros edificios;
sube conmigo la escarpada senda,
y llegando a esa atalaya de la naturaleza,
veremos, en la distancia, como un pequeño lienzo,
donde el valle acrece su verdor y el cristal de su río;
que tenga tus vigilias bajo el fino ramaje,
allí donde el ciervo con su salto tan leve
asusta de la dulce campánula a la abeja.
Pero, aún gustando de compartir contigo esas escenas,
la plática con un ser puro cuyas palabras
espejan una mente exquisita, es mi mayor deleite,
porque, sin duda, la dicha de la tierra reside
en dos almas afines que vayan hacia ti.

Arpa de pedal de doble acción.

SONETO

¿Por qué reí esta noche? Nadie me lo dirá,
ni Dios ni el demonio de severa respuesta
se digna contestar desde el cielo o las sombras.
He de volverme a mi desalentado corazón:
¡corazón!, tú y yo que estamos aquí tristes y solos,
dime, ¿por qué he reído? Ah, este dolor mortal,
oh, estas tinieblas, tinieblas en torno a mi gemido,
preguntando al cielo, al infierno y al corazón en vano,
¡por qué he reído! Yo sé el momento más propicio,
cuando mi fantasía su máxima hermosura tiene,
y sin embargo, en este instante de la medianoche moriría,
viendo esas brillantes banderas del mundo hechas jirones;
Fama, Belleza, Poesía, son en verdad intensas,
pero la Muerte lo es más —la Muerte es el más alto premio de la Vida.

Arpa birmana.

EL SALTAMONTES Y EL GRILLO

La poesía de la tierra nunca muere:
cuando todos los pájaros desmayan por el ardiente sol,
y se ocultan en la fresca delicia de los árboles,
una voz se desliza de surco a surco en el segado prado;
es la del saltamontes, el que dirige el lujo del estío,
el que jamás sus goces un fin tienen, pues cuando se fatigan de su fiesta,
bajo cualquier matojo su bienestar encuentra.
La poesía de la tierra nunca cesa:
en las noches de invierno solitarias, cuando la escarcha
ha forjado el silencio,
desde el hogar revibra el cántico del grillo,
y cuando su sonido aumenta enfebrecido,
nos parece, en nuestra somnolencia,
la voz del saltamontes, en la colina, entre la hierba espesa.

(Diciembre, 1816).

Arpa diatónica.

SONETO

Después que las oscuras brumas oprimieron la tierra
por una larga y melancólica estación, viene un día
nacido del apacible Sur, que despeja del cielo enfermo
todas sus manchas lívidas.
El mes ansioso, libre de su tormento,
toma como un derecho de tiempo reprimido, la sensación de Mayo,
y nuestros párpados, por la nueva frescura,
son como hojas de rosa salpicadas de lluvia veraniega.
Pensamientos en calma nos rodean, como nacientes brotes…,
los frutos que maduran despacio…,
el sol de otoño sonriente en la tarde sobre haces de oro…,
la suave mejilla de Safo…, el respirar gozoso del niño…,
la gradual arena que se desliza por el reloj de vidrio…,
un arroyo del bosque…, la muerte de un poeta.

Celta, arpa de gancho.

LÍNEAS QUE SE SUPONE FUERON DIRIGIDAS A FANNY BRAWNE

Esta mano viviente, ahora tibia, capaz
de estrechar noblemente otra mano,
estando fría, en el silencio helado de la tumba,
perseguiría tus días, estremeciendo tus nocturnos sueños,
hasta que desearas tu propio corazón tener sin sangre
para que por mis venas volviera a circular la roja vida;
ya en calma tu conciencia… —Mira, aquí la tienes,
yo mismo te la ofrezco —te diría.

Arpa de pedal de acción simple.

ENDYMION

LIBRO I

Una cosa bella es un goce eterno,
su hermosura acrece y nunca desaparecerá en la nada,
sino que guardará para nosotros
un retiro de paz, y un sueño de inefables visiones,
y salud y un respirar tranquilo.
Por eso, cada mañana nos hacemos una cuerda de flores
para seguir atados a la tierra, no importa el desaliento
y esa falta inhumana de seres que tengan nobles almas,
de los días sombrías, de las oscuras, espantosas sendas
hechas para nuestro extravío: sí, a pesar de todo,
alguna forma de belleza aparta
esas tinieblas que envuelven nuestro espíritu.
Y eso es el sol, la luna,
los viejos árboles o los tiernos arbustos
ofreciendo su generosa umbría a los mansos rebaños;
y los narcisos con su verdor jugoso, y los claros arroyos
que van creándose tachados de frescura contra el ardiente estío,
o el matorral del bosque con su lluvia exquisita de silvestres rosales;
y es también el grandioso destino que imaginamos
para los grandes muertos,
y todas esas páginas que leímos o que hemos escuchado:
una fuente infinita de bebida inmortal
que mana hasta nosotros de la orilla del cielo.

Arpa africana.

ODA AL RUISEÑOR

I

Mi corazón me duele, y un sopor de honda pena me invade
como si hubiera bebido cicuta
o tomado de un trago un opio denso hace solo un minuto,
hundiéndome en las aguas del Leteo.
No es por envidia de tu feliz suerte
sino por el exceso de esa dicha
que tú, leve y alado Dríade de los árboles,
en algún escondite melodioso,
de fresco hayedo y sombras infinitas,
henchidamente cantas los veranos.

II

¡Oh, por un sorbo de vendimia, que ha ido refrescándose
en la profunda cueva
y que guarda el sabor a verdes campos,
a Flora, a danza y canción provenzal y a soleado júbilo!
¡Oh, por un vaso lleno de ese caliente sur
colmado de la auténtica y bermeja Hipocrene,
de inquieta espuma hasta sus finos bordes
que van tiñéndose de un morado denso;
si pudiera beberlo para olvidar el mundo
y contigo adentrarme en la apretada fronda!

III

Desaparecer, disolverme, ya no pensar en lo que tú, entre las hojas,
jamás has conocido,
el cansancio, la fiebre, el hastío,
aquí donde los hombres se escuchan sus lamentos;
donde el temblor sacude grises, ralos cabellos,
donde la juventud se agosta, se hace espectral y muere;
donde pensar es ya solo un tormento,
tener ojos sombríos,
y donde la Belleza no puede conservar su luz irresistible
ni el Amor serle fiel más allá de mañana.

IV

Lejos, lejos, he de volar contigo,
no arrastrado por Baco y sus leopardos,
sino por la Poesía de alas invisibles,
aunque nada comprenda este pobre cerebro.
¡Ya contigo! en la maternal noche,
y quizá esté la luna en su trono como una hermosa reina,
con su ronda de hadas diamantinas;
donde yo estoy no hay luz,
nada más la que trae el aire desde el cielo
resbalando por el verdor oscuro y musgosos senderos.

V

No puedo ver qué flores hay a mis pies,
ni el suavísimo incienso que baja de las ramas,
pero en la perfumada tiniebla adivino la más fina delicia
con que se acusa la estación del año:
la hierba, el soto, el frutal silvestre,
el blanco espino, la rosa pastoril del agavanzo,
las frágiles violetas cubiertas por las hojas,
y como el primogénito de Mayo,
el celeste capullo guardando su vino de rocío
donde van las abejas las tardes de verano.

VI

En esta oscuridad, escucho; más de una vez
he estado ansioso de la muerte apacible,
llamándola con diferentes nombres y persuasivos versos
para que mi suspiro apresara en el aire.
Y ahora más que nunca es propicio el deseo,
en esta medianoche, sin ningún sufrimiento,
mientras que tú vas derramando el alma
en un éxtasis único,
y seguirás cantando aunque ya no te oiga,
tu alto réquiem vendrá al césped de mi sueño.

VII

Tú no has nacido para morir, ¡oh, pájaro inmortal!
No has tenido una generación que te pisoteara;
la voz que escucho esta noche precisa
ya fue oída por reyes y pastores hace siglos.
Quizá es el mismo canto que abrió una senda
hasta el desalentado corazón de Ruth, cuando nostálgica,
prorrumpió en llanto en el trigal ajeno;
el mismo que a menudo encantó esas ventanas mágicas
abiertas a la espuma de mares peligrosos,
en ideales tierras olvidadas.

VIII

¡Olvidar! Ya esta palabra es como una campana
cuyo tañido me trajera de ti hacia mí mismo.
¡Adiós! La fantasía no ha podido engañarme
como acostumbra, desencantado elfo.
¡Adiós, adiós! Tu lastimera antífona se aleja
hacia el prado cercano, sobre el tranquilo río,
sube hasta la colina y va perdiéndose
por el valle desnudo.
¿Fue una visión o un sueño de vigilia?
«Ya no se oye el cántico. ¿Estoy despierto o es que estoy dormido?»

ENLACES RELACIONADOS

Percy Shelley. Poemas.

Marceline Desbordes-Valmore. Poemas.

Baudelaire y «Las flores del mal». Poemas.

Lord Byron y Samuel Palmer. Poemas y grabados.

Tiziano y Safo: «Poesías» y poemas.

El París artístico de fin de siglo y Félix Vallatton.

Renoir y Maupassant a la orilla del Sena.

Henri Rousseau, el Aduanero. Pintura naíf.

Memorias de una suegra. George Robert Sims.

John Donne. Poemas metafísicos.

Victor Hugo. Poemas de amor.

Georg Heym. «El día eterno». Poemas.

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El espíritu de la Ilustración (Tzvetan Todorov).

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T.S. Eliot. Poemas.


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