MONET. OBRAS MAESTRAS DEL MUSÉE MARMOTTAN
«El placer más noble de la alegría es la comprensión».
Claude Monet leyendo, Pierre-Auguste Renoir, óleo sobre lienzo, 1873.
Fue un cuadro de Claude Monet, uno brumoso que muestra al sol batallando con las nubes por el control del alumbrado del puerto de Le Havre, el que dio nombre al impresionismo.
Impresión, sol naciente (1872), a través del color y de una pincelada que mezcla líneas definidas con otras abocetadas, muestra una guerra de luces atmosféricas. Impresión, sol naciente es el lienzo que sugirió a un crítico de arte, contemporáneo a Monet, el nombre del movimiento estético que abre el camino a los ismos.
Impresión, sol naciente, óleo sobre lienzo, 1872.
(No sólo el sol se refleja en el cielo y en las aguas, también define unas barcas mientras a otras las vuelve fantasmas).
Efecto de nieve. Sol poniente, óleo sobre lienzo, 1875.
Escribió Edgar Degas (1834-1917), el pintor de las bailarinas de la era impresionista, que «hay una diferencia inmensa entre ver una cosa sin el lápiz en la mano y verla al dibujar», que al dibujar «se ven dos elementos diferentes por completo»; es decir, que el proceso de creación artística reinterpreta la realidad objetiva.
Comprender la luz natural y poder describir, visualmente, su condición efímera y cambiante fue el objetivo de los impresionistas. Pero a esta necesidad de capturar técnicamente la caída del sol, la salida del sol, la falta de sol —la ausencia o la presencia de resplandor— hay que sumar las sensaciones que provoca el motivo inspirador.
La primavera a través de las ramas, óleo sobre lienzo, 1878.
(«Sólo sé que hago lo que puedo por transmitir lo que experimento ante la naturaleza y que la mayoría de las veces, para lograr transmitir lo que siento, olvido totalmente las reglas más elementales de la pintura, si es que existen»).
Barcos en el puerto de Honfleur, óleo sobre lienzo, 1917.
La pintura de Monet es intensa, aunque armónica. Sus pinceles rasgan la tersura de las telas y sus series al óleo permiten mostrar cómo las diferentes horas del día alteran el aspecto de una misma figura, de un mismo objeto, de un mismo decorado, de esa montaña noruega que a un mismo tiempo, y según recibe la luz, le presenta un arcoíris de gradaciones de colores.
El monte Kolsaas, en Noruega, óleo sobre lienzo, 1895.
(Las tonalidades de la paleta revelan no solo la climatología del momento pintado, sino un estado de ánimo —lo subjetivo).
Hemerocallis, óleo sobre lienzo, 1914-1917.
(«El sol nunca me ha decepcionado como modelo»).
Claude Monet creó un vergel para él. Hizo que en su jardín florecieran plantas autóctonas y plantas exóticas. El conocido como Jardín de Giverny es un sitio donde todas las temporadas del año exhiben sus colores.
Monet creó un entorno natural, que pronto se convirtió en fuente de inspiración para su arte, y en él incluyó estanques donde flotaban flores acuáticas. Sabía que la luz no se exhibe igual cuando se refleja en el agua que cuando se refleja en la nieve, o en los tejados de las casas, o en las piedras de los monumentos, o en la arena de la playa, o en los macizos de rosas o en los frágiles tallos de los iris amarillos y malvas.
Iris, óleo sobre lienzo, 1924-1925.
El tren en la nieve. La locomotora, óleo sobre lienzo, 1875.
(«Yo quiero pintar el aire que envuelve el puente, la casa, el barco, la belleza del aire en el que están estos objetos, y esto no es en modo alguno imposible»).
El pintor francés huyó del relato religioso y del relato historicista —herencias de la expresión artística— y se centró en el paisaje natural, aunque hizo retratos y escenas de la vida urbana —en algunos cuadros, como sucede en Efecto de nieve, aboceta figuras que rompen con la soledad de los exteriores dibujados.
Claude Monet ofreció al arte una nueva manera de contarlo, una alejada de los tecnicismos academicistas. Monet presentó al espectador de su tiempo, abducido por los avances tecnológicos y por una publicidad que llevaba al precipicio consumista, obras que revelan la conexión del hombre con la naturaleza.
Nenúfares, óleo sobre lienzo, 1916-1919.
(«Mi jardín es una obra lenta, hecha con amor. Y no escondo que me enorgullece»).
Noruega, las casas rojas de Björnegaard, óleo sobre lienzo, 1895.
(«El arte no es lo que ves, sino lo que haces que otros vean»).
Pero el pintor era hombre de su tiempo y no renunció a los avances industriales que facilitaban su oficio, como son la pintura en tubo, que le permitió sacar a los espacios abiertos su caballete, y la fotografía, que le permitió trabajar con otro tipo de luz e incorporó a los soportes temas más cotidianos y otros encuadres.
La barca, por ejemplo, tiene el motivo esquinado y cortado: esto rompe con la simetría clásica. La barca es un ejemplo del diálogo que se inició entre la pintura y la fotografía. Es ejemplo de cómo la fotografía ofreció a los impresionistas una nueva manera de enfocar y de mirar el motivo inspirador.
La barca, óleo sobre lienzo, 1887.
(«Es difícil parar al tiempo, porque uno se deja llevar. Pero tengo esa fuerza. Es la única fuerza que tengo»).
Detalle de la pincelada arremolinada de las aguas del cuadro anterior.
(«El agua, con las malas hierbas que agitan en el fondo, es un espectáculo maravilloso, pero te vuelves loco al tratar de pintarlo. Sin embargo ese es el tipo de cosa que siempre me gusta abordar»).
Bosques, ríos, playas, arroyos, construcciones de valor histórico, cielos, ciudades… Paisajes rurales y paisajes urbanos no escaparon a la mirada ávida de los artistas que buscaban una simbología visual, una simbología que permitiera al color adueñarse de los reflejos cambiantes de la atmósfera.
¿Cómo influye la luz en los objetos? ¿Cómo en la relación de un objeto con otro? La luz que cae, por ejemplo, en una rama puede provocar una sombra en otra. La rama iluminada podría, a su vez, ser candil para otra cosa.
El puente japonés, óleo sobre lienzo, 1918-1924.
El velero. Efecto del atardecer, óleo sobre lienzo, 1885.
(«Para pintar el mar muy bien hay que verlo cada hora de cada día desde el mismo lugar»).
Pero… ¿cómo una obra de arte manifiesta esta condición lumínica, esta dependencia de los objetos con la luz? ¿Cómo los impresionistas muestran que la sombra no es uniforme, que ella también posee matices? ¿Cómo demuestran que el agua no es una superficie inmóvil? Pues a través del color; es decir, ¡de la pintura!
La pintura revela otra cosa más: que la luz es fuente inagotable de instantes reales y emocionales.
En la playa de Trouville, óleo sobre lienzo, 1870.
(«La vida es demasiado corta para no hacer lo que amas»).
La playa en Pourville. Sol poniente, óleo sobre lienzo, 1882.
(«La riqueza que alcanzo viene de la naturaleza, la fuente de mi inspiración»).
Los nenúfares flotando en los estanques de Monet, las hojas tupidas de sus sauces llorones, las rosaledas de sus senderos, las glicinas aterciopeladas, violetas y blancas, de su puente japonés, la bruma de sus series de monumentos londinenses, las texturas pastosas, la semipermeabilidad de sus mares y cielos y los efectos vibrantes de su paleta dan fe de cómo Monet consiguió llevar a sus cuadros la profunda conexión que sintió con las escenas que inmortalizó.
Claude Monet, sin desvirtuar el motivo de lo plasmado y sin abstracciones —el arte impresionista es figurativo— transmite y provoca impresiones.
Sauce llorón, óleo sobre lienzo, 1918-1919.
(«Yo quiero representar lo que hay entre el motivo y yo»).
Sauce llorón, óleo sobre lienzo, 1921-1922.
CentroCentro, espacio cultural ubicado en el Palacio de Cibeles, ha inaugurado una exposición que reúne más de cincuenta obras de Claude Monet. Son cuadros que lo acompañaron a lo largo de su vida y que fueron donados por su hijo Michel al Musée Marmottan Monet.
Monet. Obras maestras del Musée Marmottan es una exposición que, al permitirnos recorrer la obra del padre del impresionismo, nos ofrece la oportunidad de viajar al inicio del arte de la modernidad, del arte sustentado, más que en temas concretos, en la experimentación sensorial.
Campo de tulipanes en Holanda, óleo sobre lienzo, 1886.
(«La belleza se encuentra en los detalles pequeños»).
Retrato de Michel Monet, óleo sobre lienzo, 1880.
Los lienzos de Claude Monet nos muestran el tiempo de la naturaleza y el hombre en su tiempo. Son sus nenúfares algo más que flores flotando en el agua. Son pintura. Son la demostración de que la luz cambia el color y son la evidencia de que el arte es reflexión. Y es liberador.
El pintor trabajaba en sus cuadros mientras el mundo se hundía en la Primera Guerra Mundial. Monet manifestó que se sentía culpable por pintar mientras Europa llenaba de trincheras-tumbas sus campos, pero no dejó de hacerlo. Cuando terminó la Gran Guerra, el artista donó gran parte de su serie de nenúfares al Estado francés, convirtiendo sus lirios de agua en motivo de celebración de la victoria de los aliados.
Iris amarillos y malvas, óleo sobre lienzo, 1924-1925.
(«La pintura es mi refugio, mi manera de escapar de este mundo caótico»).
Detalle de la pincelada, suelta y ágil, del cuadro anterior.
Amigos, la exposición de Claude Monet es antídoto contra el estrés, quien la visite saldrá con el espíritu renovado. Los parajes inmortalizados en sus lienzos tienen el efecto de calmar toda tribulación. Paseándome por sus jardines y por sus paisajes rurales y urbanos se apagó el run-run obsesivo que las noticias del día martillaba en mi mente. Y los atascos, las prisas y la falta de tiempo para el ocio del alma fueron olvidados: solamente quedamos la escena pintada y yo.
Londres. El Parlamento, reflejos en el Támesis, óleo sobre lienzo, 1905.
(«Estos paisajes de agua y de reflejos se han convertido en una obsesión»).
Nenúfares y agapantos, óleo sobre lienzo, 1914-1917.
La gama de colores de sus lotos, amapolas, narcisos, peonías, margaritas…, el murmullo de sus bambúes, la llegada de la primavera en sus cerezos, el mismo motivo expuesto a la luz y a contraluz demuestran el poder que tienen la observación y la reflexión sobre toda miseria humana.
Y pensé que no hay barbarie que venza a la naturaleza. Y sentí el canto coral de los pájaros que acompañaron al pintor en su jardín encantado. Y recordé haber leído que Claude Monet afirmaba que «el hombre y el bosque pueden ser uno solo».
MONET EN SU JARDÍN
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