ENSAYO SOBRE LAS ENFERMEDADES DE LA CABEZA

«El alucinado es un hombre que sueña despierto».
Immanuel Kant

Hombre desesperado (autorretrato), Gustave Courbet, óleo sobre lienzo, 1841.

Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza ha llegado a mis manos a través de una persona que me lo pasó para que lo leyera y le diera mi opinión. Este breve, intenso e interesante opúsculo, publicado por Immanuel Kant un día de febrero de 1764, pertenece al grupo de los libros sorpresa, esos que abrimos por influencia de otros.

Antes de entrar en las piezas que Kant creó para su rompecabezas de delirios mentales, quiero señalar que el filósofo alemán publicó su trabajo de forma anónima y que en su época la psiquiatría y la psicología no eran consideradas especialidades médicas, pues no es hasta la segunda mitad del siglo XVIII que dichas disciplinas comienzan a relacionarse con la medicina. Y no es hasta el siglo XIX que las enfermedades mentales pasan a ser materia científica.

La clasificación de las patologías es lo que hace de Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza una obra adelantada a su tiempo. El filósofo alemán elabora una especie de glosario para los males de la mente humana. Kant nombra las enfermedades y describe sus síntomas basándose en su poder de observación. Kant deja claro a sus lectores que no tiene interés en entrar en las causas de las psicopatologías, que él solamente pretende dos cosas: ordenarlas y describir los trastornos que provocan en quienes las padecen.

(Una curiosidad: El tratado fue escrito en la misma época en que se puso de moda catalogar especies naturales. Sistema de la naturaleza fue publicado en 1735 por Carl Linneo (1707-1778) y tuvo más de doce ediciones. Puede que esa moda le sugiriera a Immanuel Kant su inventario de enfermedades mentales. ¿Quién sabe…?).

Hebe, Carolus-Duran, óleo sobre lienzo, 1874.
Curiosidad: La diosa griega Hebe fue la elegida por el psiquiatra alemán Ewald Hecker (1843-1909) como musa de la hebefrenia, una forma de esquizofrenia que se manifiesta en la pubertad.

Immanuel Kant, hombre atormentado y de mente portentosa y racional, intenta que su pensamiento filosófico no ahogue su intención de ser imparcial. Sin embargo, consigue su propósito a medias. Su texto, además de ser una especie de organigrama clínico, plantea vínculos entre enfermedad y comunidad. Kant hace una ecografía a la sociedad de su tiempo y, quiéralo o no, teoriza sobre vicios y locuras.

La obra es breve, pero, para los que no somos especialistas en la materia, se vuelve intensa. Por eso he sintetizado en siete puntos lo que considero son datos a tener en cuenta a la hora de leer Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza. Y son los siguientes:

1. Para el filósofo alemán las enfermedades mentales tienen una causa orgánica, aunque esas anomalías se manifiesten como males del alma. Kant cree que es la medicina, y no la filosofía o la religión, la responsable de tratar los males psicosomáticos. Las dolencias no son el resultado del «abuso de las facultades del alma», escribe.

(Curiosidad: Kant compartía con los médicos el criterio de que los desvaríos mentales, más que provenir de la cabeza, eran consecuencia de los órganos encargados de la digestión).

2. El pensador enlaza voluntad y pasión. Plantea que cuando el arrebato domina a la voluntad es cuando aparecen síntomas mentales sospechosos, ya que ese delirio desmedido anula la capacidad de entendimiento —«los impulsos de la naturaleza humana, que cuando son muy fuertes se llaman pasiones, son las fuerzas motrices de la voluntad».

3. Kant entiende que para el estudio de las enfermedades de la mente es necesario ir más allá de los conceptos lógicos.

4. Señala dos clases de locura: una relacionada con los vicios y otra que denomina «dolencia compasiva» —cada una tiene su propia lista de patologías.


El avaro de Molière (Harpagón), Tony Johannot, grabado en madera, 1854.
Dice Kant: «El avaro, según su inclinación, necesita muchas cosas, y le es imposible privarse del menor de sus bienes. Con ello, se despoja en realidad de todo, pues, por mezquindad, los pone bajo candado».

Kant afirma que la avaricia y el orgullo son enfermedades de la mente y que tienen su origen en el vicio. Y advierte que la apatía, la insensatez, la picardía, la necedad y la simpleza son síntomas de anomalía.

En las llamadas «dolencias compasivas» establece dos clases que, a su vez, se ramifican. La primera está relacionada con la debilidad. En esta categoría coloca la estupidez, que no tiene cura, pues afecta a la memoria, a la razón y a las sensaciones. Al idiota, declara, «le falta ingenio». En la segunda, que denomina «inversión», agrupa lo que llama «trastornos de ánimo» —trastornos mentales.

Los trastornos mentales los divide en tres:

. Alucinación —sostenimiento de que el espejismo es experiencia real.

. Delirio —desorden para juzgar experiencias que conducen a juicios extravagantes.

. Manía —ideas pretensiosas y absurdas provocadas por la «razón invertida de los juicios universales».

5. El filósofo establece una relación entre vigilia y sueño para destacar el papel de las imágenes en la percepción de las cosas.

Cuando estamos despiertos, «las impresiones sensoriales oscurecen las imágenes más frágiles (…) y las hacen irreconocibles». Ahora bien, los sucesos oníricos «poseen toda su fuerza (…) porque a las impresiones externas les está cerrada la entrada del alma». De ahí, afirma Kant, «que se tengan por verdaderas experiencias de cosas reales» lo soñado. Este es el argumento en el que se apoya a la hora de catalogar los diferentes tipos de alteraciones mentales.

A Kant la forma en la que el hombre percibe y procesa las imágenes le permite profundizar en el mundo de las alucinaciones, donde incluye al fantaseador. El filósofo afirma que el «alucinado es un hombre que sueña despierto».

En la categoría de alucinados incluye, entre otros, al hipocondríaco —«siente la ilusión de casi todas las enfermedades de las que oye hablar»—, al melancólico —«delirante apesadumbrado»—, al entusiasta —«sin él jamás se ha conseguido algo en el mundo», aunque su ánimo anula su juicio— y al fanático o exaltado —«la naturaleza humana no conoce ninguna ilusión más peligrosa»—. Pero ninguno de ellos, según Kant, ha visto alterada su facultad de entendimiento. El alucinado sólo trastoca «los conceptos».

6. El filósofo plantea que hay dos especies de locos: los que entienden la realidad, pero la tergiversan —alucinados— y los que tienen el entendimiento afectado —maníacos—. Los primeros pueden mejorar, pues con ellos se puede razonar. Los segundos son casos perdidos que requieren piedad —intentar curarlos sólo conseguirá exaltarlos más—. Dice: «quien piensa hacer un listo de un loco es como quien quiere lavar a un negro».

El maníaco «se extravía de un modo disparatado en supuestos juicios sutiles sobre conceptos grandes». El maníaco puede ser: demente —«prescinde de los juicios de experiencia»—, genio —«la lenta razón no es capaz de acompañar al ingenio en sus transportes»—, furioso —«impetuosa vehemencia»—, delirante —«insensible a las sensaciones externas»— o frenético —«en él domina la cólera».

7. He dejado para el final el punto que considero más importante de todos para comprender el orden establecido en Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza.

Immanuel Kant plantea que las patologías mentales provienen de la civilización, salvo la furia y la estupidez. La civilización, afirma, es progreso, vicio y enfermedad.

El Tarzán de Kant tiene un conocimiento práctico de las cosas. La experiencia que le da la rutina es la que garantiza su supervivencia. El salvaje vive en libertad y su vida se adapta a los ciclos de la naturaleza. Apenas, nos dice Kant, «se da cuenta de que necesita el entendimiento para sus actividades» y, por consiguiente, «en ese estado de simpleza raras veces puede tener lugar un trastorno de ánimo».

¡Ah…!, pero en la civilización la situación cambia: la civilización exige «razón y virtud». El progreso engendra todo tipo de vicios, a tal grado que la astucia gana a la honradez.

En esta comparación lo que le interesa a Kant resaltar es que el hombre civilizado lo es porque posee una espiritualidad mayor. Esta condición lo hace más susceptible de padecer dolencias mentales. El hombre civilizado es más sensible que un salvaje porque… ¡comprende su realidad!


La extracción de la piedra de la locura, El Bosco, óleo sobre tabla, 1501-1505.

En Ensayos sobre las enfermedades de la cabeza se plantea que existen vasos comunicantes entre las dolencias metales; de forma que, por ejemplo, un orgulloso puede ser delirante y un delirante puede ser, a la vez, melancólico.

Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza, trabajo donde la ironía encuentra sitio, es obra que antecede a los estudios kantianos sobre la filosofía crítica.

El ensayo donde Immanuel Kant quiso trazar «una pequeña onomástica de las dolencias de la cabeza, desde la parálisis de la misma idiocia hasta sus convulsiones en la locura furiosa» puedes encontrarlo en el catálogo de la editorial Antonio Machado Libros.

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