LA IMAGEN HUMANA: ARTE, IDENTIDADES Y SIMBOLISMO

«El error está en no meditar, en dejarnos llevar por lo que vemos.»

A la derecha y al fondo: Eva Saumell, fotografía, Craigie Horsfield, 1996.

La imagen humana: arte, identidades y simbolismo es una exposición que nos ofrece CaixaForum Madrid y que tiene como objetivo reflejar el poder diversificador del pensamiento humano a través de obras muy diversas. 

CaixaForum Madrid convierte sus salas en un festín de máscaras, litografías, fotografías, esculturas, óleos, cerámicas, dibujos, medallas, monedas e impresiones digitales. Y nos tienta con una videoinstalación que, a través del reconocimiento facial, devuelve imágenes superpuestas a quien frente a ella se coloca. El efecto es extraño: la apariencia real se vuelve un concepto al embrollarse los rasgos del espectador.

Virgen negra con gemelos, Vanessa Beecroft, impresión cromogénica digital, 2006.
(Inspirada en la iconografía de la Virgen María.)

¡Ah…, el arte, la imagen y el sujeto!

¿Cómo ha ido moldeando el tiempo al hombre? ¿Cómo el arte ha plasmado en la figura humana aquello que define su espacio y su época?

¿Cómo el hombre se ha visto a sí mismo, cómo ha interpretado el papel que desempeña en el universo? ¿Y qué hay de esos dioses con cuerpos humanos que convierten a hombres en objetos?

La imagen humana…, que abarca los cinco continentes y diversidad de materiales y estéticas, escenifica las distintas etapas de nuestras vidas desde ópticas muy distintas.

En La imagen humana…, la política, la religión, la cultura, la historia y la economía tienen representación; sin embargo, el mundo de las ciencias, tan importante para el desarrollo de la humanidad, es casi olvidado.

Relieve de una pareja de amantes, India Central, arenisca, siglo X.
(Este tipo de figura, en pleno acto amoroso, era conocida como «mithuna» y representaba la fertilidad y «el ansia del alma humana por la unión con lo divino», según la leyenda de la exposición.)

Sin título (estudio en amarillo y rojo), Christopher Williams, 2008, fotografía.
(Obra que denuncia el canon de belleza perfecta. La modelo de la imagen tiene pecas, el sostén está cogido con grapas amarillas y las plantas de sus pies están sucias. Viendo esta y otras piezas se aprecia cómo la belleza femenina siempre ha sido tema tratado en el arte.)

Las etapas del hombre, como he dicho, están muy presentes en la muestra; quien visita La imagen humana: arte, identidades y simbolismo confirma que la concepción de la vida, la niñez, la adolescencia, la adultez, la vejez y la muerte tienen, según religión y cultura, formas de expresión diferentes.

Y otra cosa, también muy importante, la exposición revela que hay un hilo que anuda épocas, que hay un punto en el que nos encontramos… por muy dispares que sean los pensamientos —las ideas nuevas tienden a enfrentarse a lo heredado—. Ese punto de unión está en la necesidad que tiene el hombre de explicarse su origen y su destino. El nexo está en el propósito y no en las maneras de buscar respuestas, que son las formas estéticas que adopta el raciocinio.

Busto de un niño, mármol, período romano, probablemente del siglo I.

Cabeza de anciana, mármol, Romana, probablemente a partir de un original griego del siglo IV a.C.

¡Ah…!, pero, si de las ciencias poco hay, con las religiones sucede que alguna queda  arrinconada.

Un país como España, que tiene raíces cristianas, cuenta en la exposición con una talla de madera no excepcional, que representa a la Virgen María, y con un crucifijo pequeño, ambos colocados en el lugar menos atractivo y más oscuro de una de las salas. Una pena, pues España es rica en obras religiosas de extraordinaria factura —¿por qué no, por ejemplo, una escultura de Alonso de Berruguete colocada en el espacio central, donde han sido ubicados los budas que nos resultan lejanos? ¿Por qué no una Ascensión de El Greco, o un Zurbarán, o un Murillo, o uno de esos pocos conocidos lienzos religiosos de Sorolla? 

Pero la peor parte se la lleva el judaísmo. El judaísmo, tan importante para comprender nuestra civilización, tiene casi nula representación en esta muestra tan generosa a la hora de ofrecer sitio a otras creencias religiosas y a otras tradiciones de menos influencia en la cultura Occidental.

Izquierda: Figura de Buda sentado, siglo II-III, Esquisto. Derecha: Relieve con el buddhapada, piedra, siglo I a.C.
(Sobre la figura del asceta se nos informa que es «una de las representaciones de Buda con forma humana más antiguas que se conocen». En cuanto a las huellas se explica que no fue hasta el siglo I que se representó a Buda «con forma plenamente humana».)

Izquierda: Torso de la estatua de una mujer desnuda (encontrada en Porta d’Anzio, Italia), mármol, siglos IV-III a.C. Derecha: Estatua de Pan (encontrada en Monte Cagnolo, Italia), M. Cossutius Cerdo, mármol, 45-25 a.C. 

La paz y la guerra, la vida y la muerte, el politeísmo, el monoteísmo y el paganismo son temas presentes en La imagen humana: arte, identidades y simbolismo. Por eso, mi primera impresión fue la de reseñar esta exposición resaltando su carácter didáctico; pero, luego de una larga reflexión y de una nueva visita, me di cuenta de que lo que más destaca en esta muestra no es cómo el hombre ha ido tallando su historia en los distintos soportes. Aquí, lo que predomina, al menos para mí, es el concepto moderno que se ha definido como «Memoria histórica».

Fuente con retrato de una mujer idealizada, loza con esmalte de estaño, Italia, 1524.
(La figura representa el ideal de belleza renacentista. Tiene una dedicatoria que dice: «Divina y hermosa Lucía».)

Campeón mundial: Takhti, Khosrow Hassanzadeh, imagen multimedia, 2007.

Es la «Memoria histórica», con su revisionismo, quien ha sepultado al judaísmo y quien ha arrinconado al cristianismo —demasiados budas, chamanes y dioses africanos para una Virgen María con Niño en brazos y un adolorido Cristo de esmalte y cobre dorado.

Por otro lado, también es posible que sea la «Memoria histórica» la responsable de que, en la sección de política y de cultura, tampoco haya piezas relevantes que destaquen el papel de España en la historia de Occidente y de Latinoamérica.

Ohisa de la tetería de Takashima, Kitagawa Utamaro, entalladura en color sobre papel, 1792-1793.

Berthe Morisot, Manet, litografía, 1872-1874.
(En el dibujo de Manet, en su trazo limpio y sencillo, se aprecia la influencia del grabado japonés que se hacía con matrices de madera.)

La imagen humana: arte, identidades y simbolismo se divide en cinco partes: Belleza ideal; Retratos; Cuerpo divino; Cuerpo político y Transformación corporal. En ninguna de esas secciones hallamos referencias importantes a España, país que acoge la muestra, aunque sí está el óleo de Isabel la Católica de Luis de Madrazo (1848).

En las salas de CaixaForum podrían haber estado Alfonso X el Sabio, el Cid Campeador, el editor Benito Arias Montano, el Barroco español, Cervantes y su Quijote, la Escuela de Salamanca, Miguel de Unamuno, Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906, por citar algunos ejemplos de los miles y miles de nombres ilustres que representan nuestro propio sentir; porque España es rica en el mundo real y en el de la imaginación.

Cabeza de K’inich Yax K’uK’ Mo, roca volcánica, Imperio maya clásico, 776.
(Fue el fundador de Copán, ciudad maya de Honduras. Las gafas talladas en su rostro son parte del «tocado real ceremonial».)

¿Qué sucede cuando diseccionamos la historia? ¿Cuándo presentamos como un «Todo» lo que sólo es una parte? Pues que lo que parecía verdadero se desvirtúa y transmuta.

Borrar o marginar lo que no nos gusta, o nos puede traer problemillas con lo «políticamente correcto», favorece la discordia, la división, la revancha y la ignorancia. Quien no tiene todos los ingredientes para amasar su tarta puede tener una cosa con apariencia de tarta, pero… ¡no es tarta!

Figurilla femenina sentada, cerámica, Nayarit, 300 a.C – 300 d.C.
(Parece ser que en Mesoamérica vendaban el cráneo de las niñas para alargarlo y hacerlo más bello.)

La manipulación de la realidad histórica pretende dar paso a una «inédita verdad histórica», a una construida a base de ofrecer a la historia nuevos significados —de ahí la necesidad de manipular, magnificando factores en detrimento de otros más relevantes—. Esto es muy peligroso, pues quien no conoce de dónde viene no tiene recursos para saber a dónde quiere llegar.

La «nueva realidad», que quita y pone y altera cronologías, es el objetivo de la «Memoria histórica», que es, según mi opinión, la que late en La imagen humana: arte, identidades y simbolismo.

Autorretrato, Ali Kazim, pintura sobre papel wasli, 2012.
(Esta figura refleja la fragilidad del cuerpo humano.)

El hombre de hidrógeno, Leonard Baskin, xilografía, 1954.
(«El hombre de hidrógeno» denuncia el uso de las armas nucleares.)

Así que sí, es interesante la exposición si se observa como ejemplo de un «discurso» construido a partir de la realidad y obviando lo que resulta incómodo para sus intereses. Y es interesante por las obras de arte en sí mismas.

El discurso, ideológicamente tramposo, pretende ser didáctico, apetecible y de fácil digestión para aquellos que empiezan a «consumir» historia y cultura. Descafeinar el cristianismo y el judaísmo y no dar relevancia a lo español, para no incomodar, quizás, posturas nacionalistas, deja coja la imagen humana que la exposición pretende homenajear.

Cajita inglesa con retrato en miniatura, marfil, vidrio, metal, cabello humano, h.1835-1855.
(Las letras y las cenefas están hecha con cabello humano, probablemente de la joven del retrato. Estas cajitas eran prendas de amor que se entregaban al enamorado.)

Ahora bien, lo dicho anteriormente no quita que La imagen humana: arte, identidades y simbolismo es una muestra interesante que no debemos perdernos.

Esas piezas, que nacieron en tiempos concretos y responden a los intereses de las sociedades donde surgieron, merecen una visita; y para convencerlos de que así es ilustro la reseña con fotografías de algunas de las obras de arte exhibidas —son más de ciento cincuenta—. Pido disculpas, como siempre, por la calidad de las fotos, pues resulta difícil hacerlas cuando las luces sombrean los cristales de marcos y expositores.

Cráneo humano modelado, hueso humano, yeso, concha, Antiguo Jericó, Cisjordania, h. 8.200-7500 a.C.
(El cráneo pertenece a una persona que vivió hace unos 9.500 años. Dicen que esta forma de representar al  difunto es «la expresión más temprana del retrato humano».)

Máscara, jade, cultura teotihuacana, 200-650.
(La leyenda de la exposición informa que «se colocaba en cadáveres de sacerdotes y gobernantes como parte de su preparación ritual».)

Vayan, si pueden, a la CaixaForum Madrid y comprueben cómo iconos sagrados y paganos dan representación a la belleza y a la fealdad, a la fertilidad, al amor, al erotismo, a la virilidad, a la familia, a la censura, a la discordia, a la demografía, a la muerte y, según la creencia del artista, a la Resurrección.

Vayan y confirmen cómo en todas las épocas los pueblos han encontrado en el arte la manera de burlar al Tiempo. Y constaten, también, cómo el poder manipula voluntades a través de la cultura —no hay que dejarse llevar, hay que meditar; no hay que ver, hay que observar.

Cruz con la figura de Cristo, cobre dorado, esmalte, Limoges, h. 1190.
(Perdonen por la calidad de esta foto, pero por más que lo intenté era imposible mejorarla. La dejo aquí porque no quiero que esta entrada no cuente con una de las piezas —son dos— que la exposición dedica al cristianismo.)

Bailarín de una danza de máscaras, Sokari Douglas Camp, acero pintado, 1995.

La política considera al arte parte importante de su capital, pues es una actividad que dirige sus flechas a nuestras conciencias. Es un cordón que ata ideas. Ahí están, dando fe del arte como arma de poder, la Florencia de los Médicis, la rama del Barroco que sirvió a los postulados del Concilio de Trento o, por acercarnos algo más a nuestro tiempo, los ismos prediciendo los conflictos bélicos del siglo XX.

En torno al velo: Madre, hija y muñeca, Boushra Almutawakel, copias fotográficas, 2010.
(La identidad de la mujer en el Oriente Medio. Dice la ficha: «En esta secuencia de nueve retratos fotográficos aparece la autora junto a su hija, vestidas con diferentes ropas, que cada vez las cubren más. En la última imagen sólo hay un vacío negro que sugiere la supresión total de la identidad individual».)

El arte no es solamente la expresión estética de un pensamiento. El arte es más poderoso que cualquier arma bélica y, a través de él, se propagan ideas de paz o… ¡de violencia!

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