EN LA COLONIA PENITENCIARIA

«No vivimos en un mundo ‘destruido’, sino en un mundo ‘des-quiciado’. Todo rechina y cruje igual que el aparejo de un velero que naufraga».

Recreación de la máquina que Kafka ideó para esta historia, Museo Franz Kafka de Praga.

El instrumento de tortura y el oficial que lo manipula simbolizan un tiempo que aún no había llegado a Europa cuando el escritor praguense lo dibujó en su novela corta En la colonia penitenciaria. Franz Kafka dio a sus intuiciones la posibilidad de manifestarse a través de una narración cuya lectura produce escalofríos.

En la colonia penitenciaria, Kafka compone una letra para dos voces diferentes: una tiene un tono frío y la otra llamea hasta la combustión. Sin embargo, las voces al unirse consiguen un equilibrio armónico y demoledor.

Kafka alcanza el contrapunto distanciándose del asunto que narra, dedicándose sólo a relatar los hechos. Su voz es la álgida.

La otra voz es la encargada de describir, minuciosamente, las piezas que componen la máquina de tortura y la función que cumplen sobre el cuerpo de la víctima. Es el protagonista principal el que enciende la pira, provocando en el lector impotencia y angustia. La sensación de frustración es tan impactante que uno termina el relato quebrantado.

En la colonia penitenciaria es un aviso. Kafka, haciendo uso de la ficción, advierte de la importancia que tiene, para el conjunto de la sociedad, la defensa de los fundamentos del derecho. Sin las leyes no hay justicia y la injusticia es igual a inhumanidad, sentencia.

Sin justicia, el hombre pierde su personalidad y se vuelve masa. En el fenómeno de transmutación sus derechos individuales se estandarizan. De tal forma, que da igual el delito que se cometa —y sus circunstancias—, porque la pena siempre será la misma —en el caso de la narración, toda infracción tiene un mismo veredicto: la muerte.

En la novela el oficial de la máquina es a la vez verdugo y juez. El reo desconoce el motivo por el cual recibe el castigo. Desconoce cuál es la pena y no tiene derecho a defensa. El acusado sabe su sentencia cuando el aparato de tortura la tatúa en su espalda. Pero, para entonces, ya es tarde —la máquina está programada con una serie de añadidos a las letras, como arabescos y decoraciones, que actúan sobre el cuerpo durante doce horas ininterrumpidamente.

La justicia la imparte la máquina. En la colonia penitencia el cuerpo es mutilado, humillado, degradado por un mecanismo de agujas que va perforando la piel de la víctima. Tortura y dictamen hacen un tándem.

Franz Kafka estudió leyes y vivió bajo el paraguas protector de la dinastía de Francisco José, el Emperador mecenas de artistas. El escritor, que fue funcionario, conoció la ineficacia y la lentitud del aparato burocrático. Kafka era judío, sabía de pogromos, de manifestaciones antisemitas y de juicios racistas —Alfred Dreyfus en Francia (1894-1895), Leopold Hilsner en Checoslovaquia (1899-1900) y Mendel Beilliss en Rusia (1912,1913) fueron los casos más sonados de su tiempo.

Franz Kafka (1883-1924) sospechó una Europa desolada, deprimida, autodestructiva e incapacitada para asumir al hombre como individuo. Pero Kafka no fue un nigromante, sino un hombre que supo leer su tiempo. Fue un intelectual que percibió las consecuencias del progreso desbocado de la industria pesada y armamentística. Por eso fusionó En la colonia penitenciaria técnica y barbarie. Lástima que sus contemporáneos se negaran a escuchar su mensaje.

Kafka fue testigo de cómo el germen de la Drosera se expandió, presuroso, por Europa. Sabedor de que su libro era un gancho directo al estómago de sus lectores, escribió: «Como aclaración a este último relato, tengo que añadir que no sólo es repugnante, sino que más bien nuestro tiempo en general, y el mío en particular, fue y es repugnante…».

Ilustración de Wilmar Estrada.

Anoche, curioseando las estanterías de mi casa, posé mis ojos en un libro de formato mediocre y letra incómoda que leí hace mucho tiempo. Recordé el impacto que la historia me causó y decidí que era el momento de desempolvarlo. Anoche, la narración de Kafka me quitó el sueño, porque las palabras me asaetearon con la misma fuerza y con el mismo ritmo que las agujas de su maléfica máquina.

Kakfa describe como terrorífica la muerte anónima que ha sido planeada conscientemente y alerta de la muerte como garantía de control sobre el colectivo.

Confieso que a mí lo que más desasosiego me ha provocado, más que la pasión del oficial por su artefacto de tortura, más que la cobardía del explorador extranjero —una especie de diplomático equidistante—, más que la estupidez del soldado raso, es comprobar la resignación con la que el condenado acepta su destino. Porque en esa actitud dócil, de una docilidad incluso fisgona —el reo es un curioso pasivo—, huelo la obediencia que floreció en los prados totalitarios. Y por eso digo:

«El que tenga oídos, que oiga».
(Mateo 11)

La colonia penitenciaria fue escrita en 1914, unos meses después de comenzada la Primera Guerra Mundial.

ENLACES RELACIONADOS

El secreto de Kafka (Virgilio Piñera). Texto íntegro.

Escritores de la Shoá.

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Robert Malthus y «Soylent Green».

Las bellas extranjeras (Mircea Cărtărescu).

Berlín secreto (Franz Hessel).

La acusación (Bandi). Cuentos prohibidos de Corea del Norte.

La vanidad humana (Jaroslav HaŠek).

Judas Iscariote y otros relatos (Leonid Andréiev).

Fahrenheit 451 (Ray Bradbury).

La trinchera (Ofelia Gronlier Lamar).

1984 (George Orwell). Película (Orson Welles).

Los vagabundos (Máximo Gorki). Novela.

El papel de mi familia en la revolución mundial.

Nikolay Gumiliov. Poemas.

Dostoievski, Bakunin y Nechayev.

Nota sobre la supresión general de los partidos políticos (Simone Weil).

Los evangelistas de la muerte.

Los niños del «Caso Padilla».

El cubano que silba al viento.

Marina Tsvietáieva: «Diario de la Revolución».

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La librería de los escritores (Mijaíl Osorguín).

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