KATHERINE MANSFIELD. POEMAS
«… y las violetas nacieron».
Katherine Mansfield (retrato), Anne Estelle Rice, óleo sobre lienzo, 1918.
En un momento de la historia del arte y de la literatura donde burbujean ismos como el shampagne, cuyo corcho es bala que salta, Katherine Mansfield (1888-1923) escribió poesía manteniéndose fiel a las lecturas que la inspiraron y que eran de estilo clasicista.
Katherine Mansfield no apostó por los vanguardismos a la hora de volcar en sus versos recuerdos autobiográficos. Sus poemas son imágenes escritas de asuntos que la impresionaron.
Katherine Mansfield con su segundo marido. John Middleton Murry fue quien se ocupó de agrupar y publicar la obra de la que había sido su esposa. Fotografía de Pietro Citati, julio de 1922.
La escritora neozelandesa negó a su obra arabescos descriptivos y definiciones ambiguas. Escribió poesía para acompañar su intimidad, al menos es lo que afirman los que la conocieron, aunque unas pocas se publicaron en revistas y aparecen en su Diario o en algunas de sus correspondencias.
La autora de En un balneario alemán (1911) escribió para el desahogo, sin intención de dedicar tiempo al bruñido, de ahí que los signos de puntuación no siempre encuentren su sitio y que los versos, de amor, soledad y muerte, sean tinajas de espontáneas emociones. De ahí, también, la forma peculiar con la que el tiempo se manifiesta en unos poemas no ajenos a la naturaleza.
Me gusta la lírica de Katherine Mansfield, autora que escribió poesía cuando la corriente modernista soplaba con brío y que es conocida no por sus versos, sino por su narrativa.
Té de manzanilla y otros poemas es un librito bilingüe que se publicó en Argentina en 2006 y que los anticuarios tasan con avidez. Té de manzanilla y otros poemas es una composición musical inconclusa. Son los títulos recogidos en la antología, y excelentemente traducidos por Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich, como notas de una partitura que la muerte abortó, pues Katherine Mansfield falleció a los treinta y tres años de tuberculosis.
Hoy les dejo siete poesías que he hurtado a Té de manzanilla y otros poemas. Las ilustro con los lienzos de un artista inglés que pintó cuadros románticos y algunos lienzos realistas, como Caller Herrin’, el que acompaña a Cuando fui pájaro.
Creo que Katherine Mansfield, socia del círculo Bloomsbury, y John Everest Millais (1829-1896), miembro fundador de la Hermandad Prerrafaelita, compartieron la idea de que la creación no es espejo que reproduce una manzana mordida. Para ellos, como para mí, la creación literaria y artística revela no sólo como Adán asimiló el trocito que mordió de la fruta, sino de qué manera Eva encajó la ablación de su manzana —hay alma en los símbolos visuales y en las palabras.
Las buenas obras cuentan emociones y en las lides de dar significados a la rutina, que es fuente de tensión emocional y de inquietud creativa, pintor y poetisa triunfaron.
POEMAS
Fernando atraído por Ariel (de un pasaje de «La tempestad», de Shakespeare), óleo sobre lienzo, 1849.
A.L.H.B
(1894-1915)
Anoche por primera vez desde tu muerte
caminé contigo, hermano mío, en un sueño.
Estábamos otra vez en casa junto al arroyo
bordeado de altos arbustos de bayas, blancas y rojas.
«No las toques: son venenosas», dije.
Pero alzaste la mano, y vi un rayo
de extraña risa luminosa en torno a tu cabeza
y cuando te agachaste vi que las bayas fulguraban.
«¿No te acuerdas? ¡Las llamábamos el Pan del Muerto!»
Desperté y escuché el gemido del viento y el rugido
del agua oscura al caer sobre la costa.
¿Dónde —dónde está el camino del sueño para mis pies ansiosos?
Junto al arroyo recordado está mi hermano
esperándome con bayas en las manos…
«Estas son mi cuerpo. Hermana, tómalas y come.»
Tragar, tragar, óleo sobre lienzo, 1864.
SOLEDAD
Ahora es la Soledad quien viene de noche
en vez del Sueño, a sentarse junto a mi cama.
Como una niña cansada espero oír sus pasos,
y la miro mientras sopla la vela suavemente.
Se sienta sin moverse, ni a izquierda ni a derecha
gira, y rendida, rendida deja caer la cabeza.
También ella es vieja; también ella ha peleado la pelea.
Así, con laureles está adornada.
A través de la triste sombra la marea que baja lenta
surca una costa estéril, insatisfecha.
Sopla un viento extraño… después silencio. Estoy lista
para aceptar la Soledad, tomarle la mano,
aferrarme a ella, esperando, hasta que la tierra estéril
se llene con el terrible monotono de la lluvia.
Alegre, óleo sobre lienzo, 1893.
PÁJARO DE INVIERNO
Mi pájaro, querido mío,
llamando a través del frío de la tarde.
Esas notas redondas, cristalinas,
cada una perfecta, separada
de las otras ¡y colgando
sin embargo en racimos centelleantes!
«Las pequeñas flores suaves y la fruta madura
ya han sido recogidas.
Ahora es el tiempo de las nueces y las bayas
y las redondas gotas cristalinas centelleantes,
en la hierba escarchada.»
El nido, óleo sobre lienzo, 1887.
LA ABUELA
Bajo los cerezos
la abuela con su vestido estampado lila
llevaba a Hermano Pequeño en brazos.
Un viento, tan joven como Hermano Pequeño
sacudió las ramas de los cerezos
y los capullos nevaron sobre el pelo de ella
y sobre su desteñido vestido lila.
Dije: «¿Puedo verlo?»
Ella se agachó y alzó una punta de la mantilla.
Él estaba profundamente dormido.
Pero su boca se movía como si estuviera besando.
«Hermoso», dijo la abuela, asintiendo y sonriendo.
Pero mis labios temblaban.
Y mirando la cara amable de la abuela
deseé estar en el lugar de Hermano Pequeño
para rodearle el cuello con mis brazos
y besar las dos lágrimas que brillaban en sus ojos.
La víspera de Santa Inés, óleo sobre lienzo, 1863.
MALADE
El hombre del cuarto vecino
tiene el mismo mal que yo
cuando me despierto a la noche lo oigo darse la vuelta
y después tose
y toso yo
y él vuelve a toser
—esto sigue mucho tiempo—
hasta que siento que somos como dos gallos
llamándose en un falso amanecer
desde granjas diferentes y escondidas.
El querido azul de Little Speedwell, óleo sobre lienzo, 1892.
POR QUÉ EL AMOR ES CIEGO
El niño Cupido, cansado del día invernal,
sollozaba clamando cielos claros, abiertos,
hasta que ¡niño tonto! perdió los ojos de tanto llorar
—y las violetas nacieron.
Confía en mí, óleo sobre lienzo, 1862.
EL ANILLO
Sólo un minúsculo anillo de oro
un eslabón apenas
úsalo y habrás vendido tu corazón
… ¡Extraña idea!
Mientras no destelle en tu mano
serás libre.
¿Lo arrojaré en la arena,
lo echaré al mar?
¿Cuál fue el mayor pecado de Judas,
el beso o el oro?
El amor debe acabar donde empiezan las ventas,
según me han dicho.
No tendremos anillo, ni beso
que traicionar.
Cuando escuches silbar la serpiente
piensa en Eva.
La hija del leñador, óleo sobre lienzo, 1851.
VOCES DEL AIRE
Pero entonces llega ese raro momento
para el que ninguna causa encuentro
cuando las voces del aire, muy pequeñas,
suenan por encima del mar y del viento.
Entonces obedecen el viento y el mar
y suspiran suspiran notas muy bajas
de contrabajo, contentos con tocar
un acorde de fondo para mínimas gargantas.
Las mínimas gargantas que cantan y que trepan
a la luz con soltura adorable
y una suerte de mágica y dulce sorpresa
es oírlas y reconocer que son estas…
Son estas voces mínimas: la mosca, la abeja
la hoja que se abre —la vaina que estalla—
la brisa que mece las cimas del follaje
—el rápido chillido que el insecto hace.
Caller Herrin’, óleo sobre lienzo, 1881.
CUANDO FUI PÁJARO
Trepé al árbol de karaka
hasta un nido todo hecho de hojas
pero suaves como plumas,
empecé una canción que siguió cantándose sola
y no tenía palabras pero al final se ponía triste.
Había margaritas en la hierba bajo el árbol.
Les dije, sólo para provocarlas:
«Voy a arrancarles la cabeza de un mordisco
para darles de comer a mis hijitos».
Pero no creyeron que yo fuera un pájaro
siguieron bien abiertas.
El cielo era como un nido azul con plumas blancas
y el sol era la madre pájaro que lo mantenía caliente.
Eso decía mi canción: aunque no tenía palabras.
Hermano Pequeño apareció empujando
su carretilla en el sendero,
transformé mi vestido en alas y me quedé quieta,
cuando estuvo cerca gorjeé: «Mío-mío».
Por un momento se desconcertó…
después dijo: «Uf, no eres un pájaro, te veo las piernas».
Pero las margaritas no tenían importancia,
Hermano Pequeño no tenía importancia:
yo me sentía un pájaro, ni más ni menos.
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